Opinión

Ana Frank 75 años después

El pasado 4 de agosto se cumplieron 75 años de la detención en Amsterdam de Ana Frank y su familia, así como de la familia Van Pels

El pasado 4 de agosto se cumplieron 75 años de la detención en Amsterdam de Ana Frank y su familia, así como de la familia Van Pels, luego de pasar dos años ocultos de los nazis, en una edificación ubicada en la parte trasera del almacén de Otto Frank, el padre de Ana. Luego, fueron enviados a campos de concentración y todos murieron en estos sitios, a excepción de don Otto.

Una historia de odio y represión, de sufrimiento y angustia, que nos evoca las más negras y   malévolas actitudes a las que puede llegar el ser humano cuando es dominado por su ego y su ambición de poder. Pero esa es también una historia de amor por la vida, con múltiples enseñanzas como la lucha interminable por la libertad y el valor de la esperanza como motor y razón para levantarnos cada día, a pesar de lo difícil y oscuro que todo parezca.

El odio de ese grupo de líderes nazis dementes no tuvo límites y los llevó a asesinar a millones de judíos, solo por ser, según ellos, diferentes e inferiores. Enormes atrocidades se cometieron en los campos de exterminio, todo en aras de la “limpieza racial” pregonada por el nazismo.

Lamentablemente, 75 años después, hay cosas que no han cambiado mucho. Oscuras nubes de odio siguen recorriendo el planeta, grupos neonazis o de ultraderecha cobran fuerza en varios países, y reviven los mensajes de discriminación y segregación. Miles de personas sufren aún menosprecio y persecución producto de racismo, xenofobia y homofobia. En particular, los derechos de la comunidad LGTBI son pisoteados en varios lugares de planeta y nuestro país no es la excepción.

Muchas de las personas que intentan bloquear la agenda de derechos LGTBI, esconden un odio y un miedo profundos hacia esta comunidad y hacia las personas de la diversidad sexual. Muy dentro de sus mentes y sus corazones anhelan que existieran, al igual que en la Alemania nazi, campos de concentración, donde recluir, esconder y exterminar a las personas de esta comunidad para desaparecerlas de la faz de la tierra, porque constituyen un serio obstáculo a su visión ultraconservadora y dogmática del mundo. Pero no tienen el valor de reconocerlo y de decirlo francamente. Entre ellos están algunos conocidos líderes religiosos infiltrados en la política, que odian y discriminan abiertamente, en el nombre de Dios.

Estas no son exageraciones. Son los extremos a los que puede llevar el fundamentalismo y el dogmatismo religioso, tan conocidos y practicados en muchas naciones islámicas, causantes de tantas guerras, terrorismo y atrocidades, donde los gobiernos se convierten finalmente en verdaderas teocracias que imponen su dogma religioso en forma dictatorial y salvaje. Ayer fue el nazismo el que propagó el odio sobre el planeta, y obligó a Ana y a su familia a esconderse para sobrevivir. Hoy, expresiones similares de ese odio contra otras poblaciones, causan dolor, discriminación y obligan a personas a esconderse y luchar contra todo para sobrevivir.

Desde una ventana en el ático de la casa donde se refugiaban, Ana podía ver el cielo y un enorme árbol, un castaño. En ese lugar tenía al menos un pequeño contacto con la naturaleza, que la llenaba de ilusión y alegría. Sobre ello escribió en su diario: “Mientras esto exista, y se me permita experimentarlo, estos rayos de sol, este cielo sin una nube, yo no puedo estar triste”. Que hermosa forma de pensar y sentir, para alguien que vivía momentos tan difíciles y angustiantes.

Un mundo mejor solo surgirá del manantial del amor, nunca del odio. Se requiere urgentemente de una conciencia y una sensibilidad diferentes, que permitan vernos no como judíos, cristianos, ateos, negros, inmigrantes u homosexuales, sino como seres humanos, como seres de luz, que compartimos una breve estancia en este mundo y que merecemos respeto, comprensión y amor.

Que el sueño y la esperanza de libertad y paz de Ana se cumplan en un futuro, por el bien del planeta.

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