Opinión

Águila o pokemon

Todo mito es una historia sagrada y, por lo tanto, verdadera.

Todo mito es una historia sagrada y, por lo tanto, verdadera. El mito es una realidad que se construye a partir de una visión cosmogónica –explica la creación del mundo- y su tránsito por la vida (Mircea Eliade). Así, una loba con sus cachorros son los fundadores del Imperio Romano; el encuentro de un nopal, un águila y una serpiente será el sitio exacto señalado por los dioses para formar la gran Tenochtitlán, capital del imperio Azteca. Después, como todo imperio que somete y oprime, se ganó el desafecto de los tlaxcaltecas que se aliaron a las fuerzas españolas y terminaron venciéndolos.
Y cada pueblo moldea en su imaginario los mitos, las leyendas, las creencias y construye su verdad sobre su fundación y reproducen su identidad: mitos culturales que las sociedades inventan. Estos arquetipos son hechos o personajes que sirven de inspiración; modelos a seguir porque son los elegidos, los primeros que ascendieron a la montaña… O los que llegaron a la Luna… ¿Qué más testimonio que la Historia verdadera, de Luciano de Samosata, II d. C., donde relata su viaje a la Luna? Ya ven ustedes, amables lectores, lo que la ficción devela… Pero basta de circunloquios y observemos el vuelo de esa ave de rapiña y la realidad virtual del pokemon y los mitos posmodernos.
Hace mucho tiempo, de eso pueden dar fe los mismos mexicanos, que sus gobernantes son una expresión entre Moctezuma y la Malinche, o Cuauhtémoc y la Malinche, según el lugar que sus gobernantes ocupen. ¿Cómo no indignarse ante el espectáculo que armó Donald Trump a costa del presidente de México Enrique Peña Nieto? Si a este solo le faltó entregarle las llaves de México, llevarle serenata y cantar abrazados Cielito lindo. Un personaje como Donald Trump que cree en sus propias sandeces e insultos contra los mexicanos y, por extensión a los latinoamericanos, merecía que se le dijera con firmeza que se rechazaba su campaña xenofóbica, y la genial idea de crear un muro con el auspicio y financiamiento de México. ¿Era tal difícil ubicar a esa celebridad del espectáculo e ideas ultraconservadoras en el propio territorio mexicano? ¿No era la oportunidad para espetarle sus incongruencias políticas? Y no se trataba de insultarlo, sino de asumir una posición con decoro, con dignidad sin tenderle la alfombra estilo Moctezuma o reptar como hacen los presidentes que les rinden pleitesía a los miembros del G 8.
Y resulta frustrante que, todavía, unos cuantos “comunicadores” mexicanos justificaron el proceder del señor Peña Nieto, alegando que “México siempre ha dado albergue a los perseguidos políticos de España, de América Latina”. ¿Y qué tiene que ver aquel comportamiento malinchista con los perseguidos políticos y la generosa solidaridad mexicana? Aquí se trataba de ser asertivo y no de “agacharse” como lo hizo el Presidente de México.
¿Y qué hacemos con el águila que está en peligro de extinción? ¿Qué hacemos con el pokemon que es una de las tantas construcciones ideológicas de la sociedad posmoderna? ¿Será que los mitos formarán parte de la exhibición mediática que tendrá como destino la subasta en el mercado del planeta?

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