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Opositor Luis Carrión: no se puede hablar de que la oposición nicaragüense este alineada con Washington

El exintegrante del primer gobierno sandinista y ahora opositor del gobierno de Ortega dice que Nicaragua no ha podido construir la institucionalidad que le permita hacer posible esta aspiración.

Eran otros tiempos. No lo sabíamos entonces, pero la Guerra Fría se acercaba a su fin. La revolución sandinista no pudo escapar de ese escenario. Sus consecuencias fueron dramáticas; sumergió al país en una nueva guerra, organizada y financiada por los Estados Unidos, que puso fin a ese proceso. Desde entonces, durante poco más de 30 años, la experiencia política de Nicaragua no puede ser entendida ni explicada sin referencia a esos acontecimientos. Entre otras cosas, porque sus personajes están vivos y siguen desempeñando un papel clave en la vida política del país.

El presidente nicaragüense Daniel Ortega, aseguró el pasado 23 de junio. que los 19 opositores encarcelados cinco meses antes de las elecciones no son “candidatos” ni “políticos” sino “criminales” que atentaron “contra la seguridad del país” al intentar organizar un “golpe de Estado”. (AFP)

UNIVERSIDAD conversó con Luis Carrión sobre ese proceso y sobre el escenario político actual nicaragüense. El excomandante de la Revolución tuvo que exiliarse en Costa Rica, distanciado de Daniel Ortega. Es su excompañero quien hoy, al frente del gobierno de Nicaragua, ejerce el poder con mano dura. Carrión es dirigente del opositor grupo Unamos, seis de cuyos líderes —varios de ellos destacados militantes durante la revolución— están detenidos.

Lo que sigue es la conversación que tuvimos.

¿Cómo se explican las protestas de abril de 2018? Me parece que hay dos interpretaciones; el gobierno dice que fue un intento para derrocarlo, otro modelo de las llamadas “revoluciones de colores”, similares a las de África del norte o del este europeo, pero la oposición sostiene que fue una protesta contra los abusos del gobierno. ¿Cuál es su opinión?

—Las protestas de abril son, en cierto sentido, sorpresivas, pero en otro, no tanto. Son una respuesta a los agravios acumulados a lo largo de varios años por el régimen de Ortega: fraudes electores de distinta magnitud en elecciones nacionales y municipales; politización de los programas de asistencia social, con preferencia para la base sandinista; el cierre de espacios políticos; el secretismo del gobierno; la represión selectiva de protestas sociales; y el creciente control de los medios de comunicación, especialmente de los televisivos, en manos de sus hijos.

Pero la chispa fue una protesta por las reformas regresivas de las leyes de seguridad social. Comenzó con una pequeña protesta en León, en la que unos jubilados fueron golpeados, lo cual originó otra protesta, también relativamente modesta, en Managua, pero que fue brutalmente reprimida, con varios heridos, en una acción conjunta de policías y civiles armados con garrotes.

Esta agresión fue la chispa que produjo la explosión. Los estudiantes se solidarizaron con las víctimas, empezaron a tomar las universidades y se generalizó la protesta.

Fue una protesta completamente autoconvocada. No hubo un líder único, no hubo organización… De modo que la idea de una conspiración, en mi opinión, no tiene base alguna.

“Ellos (empresarios) servían de vehículo al gobierno de Ortega, de legitimación frente a los Estados Unidos, porque tenían una alianza estrecha… Esto de que Ortega nunca tuvo el favor de Washington no es cierto”, Luis Carrión.

Tenemos en Nicaragua un gobierno encabezado por algunos de los viejos líderes sandinistas, quienes terminaron aliándose a sus viejos enemigos, salvo uno. Entre esos viejos enemigos están algunos representantes de la iglesia católica y de empresarios. Pero nunca pudo contar con la simpatía de Washington. Me parece que eso genera percepciones contradictorias, sobre todo en el extranjero, sobre la naturaleza del régimen. ¿Cómo se explica eso, cuál es su punto de vista?

—En primer lugar, esto no es exacto. Los primeros años del gobierno de Ortega, si no me equivoco, coincidieron con el gobierno de Obama y tuvo unas relaciones bastante normales con Washington. Basadas, principalmente, en una cooperación del gobierno de Ortega con la Administración del Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) sobre el tema del narcotráfico, principalmente por el interés estratégico de Estados Unidos con Nicaragua.

Terminada la Guerra Fría, los gobiernos norteamericanos perdieron mucho interés en Nicaragua. Nicaragua ni siquiera les manda una cantidad preocupante de inmigrantes.

La retórica norteamericana contra Ortega y la aprobación del Nica Act, que establece un marco de sanciones al gobierno de Nicaragua, se empieza a mover luego de las elecciones de 2016. Ortega elimina uno de los partidos de oposición que tenía personalidad jurídica, y expulsa a los diputados de ese partido de la Asamblea.

Cuando comienzan estos cambios en la actitud de Estados Unidos, quienes van a hacer lobby a favor del gobierno son los grandes empresarios nicaragüenses. Es inverosímil pensar que esos grandes empresarios sean antinorteamericanos o antiimperialistas.

Ellos servían de vehículo al gobierno de Ortega, de legitimación frente a los Estados Unidos, pues tenían una alianza estrecha. Tan estrecha que incluso contribuyeron en la constitución un modelo de diálogo y consenso con la empresa privada, que tenía una influencia especial en la definición de leyes.

Esto de que Ortega nunca tuvo el favor de Washington no es cierto.

La política nicaragüense ha estado marcada, desde hace más de un siglo, por la permanente intervención norteamericana. Desde el siglo pasado han puesto el gobierno. De esta manera, Sandino se alza, por eso lo matan y ponen otro gobierno. Los sandinistas se alzan y toman el poder. Estados Unidos les hace la guerra y ponen de nuevo un gobierno (no puedo compartir la idea, reiterada recientemente por Sergio Ramírez, de que la elección de Violeta Chamorro fue libre. El país estaba destrozado por la guerra y Estados Unidos amenazaba con continuarla si ganaban los sandinistas). Después de una serie de gobiernos conservadores, alineados con Estados Unidos, Ortega ganó nuevamente las elecciones. Pero, desde mi punto de vista, su gobierno, poco a poco, se fue convirtiendo en una especie de híbrido político, aliado con viejas fuerzas conservadoras, pero nunca con Estados Unidos. ¿Qué sigue? ¿Con quiénes va a gobernar?

—Ya te decía mi opinión sobre Estados Unidos en los primeros años del gobierno de Ortega. A partir de las protestas de abril de 2018 Ortega perdió su alianza con el capital, alianza que le sirvió durante mucho tiempo para legitimarse a nivel internacional.

Pero también le servía a nivel interno, pues contribuía con su imagen. Ortega gobernaba de acuerdo con las normas del Fondo Monetario Internacional (FMI), una política que no se diferenció mucho de la política de los gobiernos conservadores. Más bien siguió el mismo rumbo económico. Pero esa alianza se rompió.

Con la iglesia católica siempre tuvo una relación incómoda. Se acercó al cardenal Obando, quien fue hecho cardenal por el Papa Juan Pablo II para enfrentar el gobierno sandinista y terminó en los brazos de Ortega, quien se convirtió en católico practicante, pues no lo era en la época de la revolución.

Esto estuvo ligado al desarrollo de una narrativa un poco esotérica, con una manipulación muy fuerte por parte de la religión, con el intento de apropiarse de símbolos religiosos, como la fiesta de la Purísima. Pero la relación casi normal que tenía con la Iglesia se rompe por completo y la iglesia se vuelve crítica.

En este momento, Ortega gobierna en soledad, basado en el control de los órganos represivos. En un país como Nicaragua, mientras mantenga la cohesión del ejército, de la policía y del poder judicial, puede gobernar. Puede, por lo menos, mandar y hacer que el Estado funcione, y puede hacerlo incluso contra sus viejos aliados.

Creo que su apuesta lo podría conducir, al cabo de un tiempo, a una suerte de normalización de las relaciones con los empresarios, pero nunca van a volver a ser un solo corazón, como antes. Lo ocurrido ha generado una desconfianza que no se va a resolver, pero Ortega cree que puede normalizar las relaciones.

También pienso que, con el tiempo, la comunidad internacional va a perder interés en Nicaragua y va a ir disminuyendo la presión. Algunos gobiernos van a regresar a una relación más cordial y las cosas van a volver a una cierta normalidad.

Para eso es indispensable que en el interior del país no existan manifestaciones de la oposición.

Ortega acusa a la oposición de estar al servicio de los intereses norteamericanos. El problema me parece es que no hay duda de que la intervención norteamericana es masiva, a través de sus fundaciones políticas y de otros organismos. Ortega reprime con brutalidad, cierra medios de comunicación, allana casas de noche sin orden judicial… (no puedo dejar de recordar aquí las amenazas de Joe Biden, actualmente presidente de los Estados Unidos, contra lo que calificó de intervención rusa en las elecciones norteamericanas). Pero la oposición nicaragüense más beligerante parece alineada con Washington. Pide nuevas sanciones. Y, nuevamente, eso hace que un sector importante de la política latinoamericana priorice la denuncia contra esa intervención y apoye a Ortega. ¿Hay alguna otra visión opositora en Nicaragua, más independiente frente a los Estados Unidos? ¿Una oposición que cuando hable de Venezuela no se refiera al presidente Guaidó?

—Yo creo que muchas organizaciones tradicionales de la izquierda están prisioneras de esquemas ideológicos que dificultan ver la realidad.

La lucha que hay en Nicaragua es independiente de Estados Unidos, es una lucha contra una dictadura. Ortega se ha convertido en un dictador cruel, violento y con vocación totalitaria.

Esta no es una lucha entre la nación y el imperialismo. Ortega no está defendiendo la soberanía nacional, está defendiendo su propio interés familiar.

Mi partido, el antiguo Movimiento de Renovación Sandinista (MRS), hoy Unamos, desde el 2006, cuando se realizaron las últimas elecciones en las que pudimos participar, advertimos que Ortega iba a construir una dictadura. Y, desde el primer momento, lo empezó a hacer.

Forzó la incorporación masiva de los empleados públicos al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), organizó fraudes electorales, el MRS fue privado de su personalidad jurídica en 2008, previo a las elecciones municipales y se apropió de fondos de la cooperación de Venezuela y nunca ha rendido cuentas de lo que ha pasado con ese dinero.

En fin, fue construyendo gradualmente esta dictadura, con apoyo de organizaciones de la empresa privada.

Para nosotros fue muy triste que, mientras Ortega estaba masacrando a la gente en las calles, llenando las cárceles de presos políticos, sectores de la izquierda tradicional lo aplaudieran, bajo la falsa idea de que Ortega estaba luchando contra el imperialismo.

Ortega se convirtió en un violador masivo de los derechos humanos y ante lo cual algunos de nuestros amigos de la izquierda cerraron los ojos.

Me parece que algunos han empezado a cambiar y comienzan a criticar a Ortega cuando han visto que se ha volcado contra los que fuimos sus compañeros, y que no ha tenido reparo en encarcelar a Dora María Téllez, a Hugo Torres, quien participó en una acción armada para sacarlo de la cárcel, o al exvicecanciller Víctor Hugo Tinoco.

Pero la oposición en Nicaragua no es homogénea. No existe una única oposición, pues hay fuerzas excluyentes muy derechistas.

En el movimiento opositor en Nicaragua hay desde antisandinistas hasta una oposición más progresista, muy crítica de las actuaciones norteamericanas en el pasado.

Pero la gente en Nicaragua está desesperada, quiere ayuda de todas partes…

Eso hay que entenderlo. De modo que no se puede hablar de que la oposición está alineada con Washington, porque da la impresión de que esa oposición no tiene intereses auténticos, intereses legítimos nacionales.

¿Cuál será la salida de esa crisis? ¿Habrá elecciones en noviembre?

—Van a haber elecciones, pues está en la constitución. Ortega no gana nada con suprimirlas. Pero no va a hacer verdaderas elecciones. No hay verdaderas elecciones cuando se ha suprimido la personería política de los partidos opositores, se ha encarcelado a los principales aspirantes presidenciales de la oposición y se ha buscado cerrar todas las válvulas de asistencia financiera a la oposición.

Seis miembros de la junta directiva de Unamos están en la cárcel. A ninguna otra organización política han tratado de golpear con tanta fuerza como a nosotros.

Lo atribuyo a dos cosas; en primer lugar, al inicio de esas luchas Ortega nos responsabilizó de ser los artífices de todo, con un poder que jamás hemos tenido. De alguna manera piensa que detrás de todo lo que ha ocurrido estamos nosotros. Lo cual no es cierto; y, en segundo lugar, hay un elemento de venganza. Los que provenimos de ese mismo tronco sandinista nos hemos convertido en algunos de sus opositores más firmes.

Pasemos a otro plano. Usted fue comandante de la Revolución. Integró el gobierno sandinista luego del triunfo del 19 de julio de 1979. Se van a cumplir 42 años de aquel triunfo contra Somoza. ¿Puede resumirme en unas cuantas líneas su visión de esa historia, su aspiración de futuro, los desafíos que enfrenta Nicaragua?

—La lucha contra Somoza fue una gesta heroica, que aspiraba a hacer una revolución democrática y que alcanzó el triunfo porque logró una incorporación masiva en la lucha revolucionaria. Es un momento culminante en la historia de Nicaragua, para mí.

La revolución después navegó en un contexto sumamente difícil, entre sus propios errores y la agresión norteamericana, que llevaron a un desgaste muy fuerte.

Para los Estados Unidos, nosotros éramos un peón de la Unión Soviética y, por lo tanto, un legítimo campo de batalla en la Guerra Fría. Una guerra que, en los márgenes, era bastante caliente. La revolución tuvo logros importantes, pero no pudimos sostenerlos, por el desgaste que nos impuso la guerra.

Hoy, los desafíos son gigantescos: transitar a la democracia, reconciliar al país, desarrollar una economía sostenible, tanto en lo ambiental como en lo social, que dé oportunidades a todas las personas, y recomponer nuestras relaciones internacionales.

El tema de la justicia también es importante. Es difícil sanar heridas si no hay justicia para las víctimas. Justicia, no venganza.

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