Mundo Paz en Colombia:

“A nosotros nos pintaban flacos, mechudos y sin educación”

“Nos pintaban flacos, mechudos y sin educación, pero las cosas no son así”. En medio de la discusión de los acuerdos de paz estaba Mónica.

Lleva 21 años en la guerrilla. No parece tener aún 40.

La frase está citada en un reportaje de María Camila Restrepo, enviada especial de la revista colombiana “Semana” a los Llanos del Yarí donde, la semana pasada, se celebró la X Conferencia de las FARC. Ahí la organización guerrillera ratificó su apoyo al acuerdo de paz negociado con el gobierno de Juan Manuel Santos.

Natalio Cosoy, de BBC Mundo, también presente en los Llanos del Yarí, cuenta otras historias, como la de Camila: “Camila es un claro ejemplo de mujer nacida en la pobreza que se volvió parte de la maquinaria de la guerra (como los guerrilleros rasos, como la mayoría de los soldados del Ejército de Colombia). Tiene 30 años. A los 14 ya no vivía con su familia, trabajaba en una casa haciendo de comer. Fue entonces cuando se unió a las FARC”.

Más allá está Alfredo, sentado con su mamá, María, en la cama de su caleta. Es uno de sus ocho hijos. Entró a las FARC porque pasaba necesidades, porque no tenía otras oportunidades.

Solo así, multiplicado por miles, se puede explicar la sobrevivencia, durante 52 años, de una guerrilla que, según datos del propio presidente Santos, tiene entre 6.000 y 7.500 combatientes y unos 10.000 milicianos.

La explicación por la que la mayor parte de esas personas decidió ingresar a las guerrillas es porque no había otra alternativa, nada mejor que la dura, muy dura, vida en la montaña y en la guerra.

El campo

La guerrilla, en Colombia, fue un fenómeno rural. Surgió “mucho antes de que existieran las FARC”, recordó Mónica. “Nosotros también somos víctimas de ella (…) nuestros jefes no existían, ni sus padres”, cuando esa guerra comenzó.

La Violencia (con mayúscula) “es un período muy bien determinado de la historia colombiana”, se puede leer en el prólogo de un libro notable:

Los años del tropel, escrito por otro escritor notable, Alfredo Molano. Se extendió por 20 años, entre 1946 y 1966. La lucha por la tierra fue el ingrediente clave a todo lo largo de esta historia de guerra, dice Alejandro Angulo, en ese prólogo.

La historia de esos años del tropel la cuenta Molano en siete casos, de modo que la tragedia adquiere una dimensión humana inenarrable.

Como el caso de Rosendito, que no pudo volver a cerrar los ojos, desde el día que mataron a su mamá, mientras lo protegía con su cuerpo de las balas asesinas.

Detrás de las banderas partidarias, “ferozmente agitadas” por liberales y conservadores, “no se dejaba de advertir el fondo redistributivo del conflicto”.

Más violencia

Si la batalla comenzó en el campo, luego se extendió. Las FARC son producto de esa violencia, que renació una y otra vez bajo diferentes formas.

“Ser el blanco de escuadrones de la muerte de extrema derecha es sin duda uno de los principales miedos de las FARC una vez que hayan dejado las armas. Está muy presente todavía el recuerdo de lo que ocurrió luego de 1984, cuando parte de esa guerrilla se sumó a un partido político, la Unión Patriótica (UP), miles de cuyos miembros fueron asesinados”, afirmó Cosoy en su artículo para BBC Mundo.

La memoria todavía está fresca. “La tragedia de la Unión Patriótica es parte de la tragedia del pueblo colombiano. Por casi tres lustros –de 1985 a finales de 2000–, el país presenció una de las peores catástrofes históricas de América Latina: el exterminio de todo un partido político, la Unión Patriótica”, dice Ana Teresa Bernal en la introducción al libro

Expediente contra el olvido.

Fueron exterminados de 3.000 a 6.000 miembros de la organización –incluyendo sus candidatos presidenciales, Jaime Pardo y Bernardo Jaramillo–, según las estimaciones oficiales. El presidente Santos reconoció la responsabilidad del Estado en esa masacre y prometió que no se repetirá.

En ese mismo libro escribe Clara López, hoy del Polo Patriótico y ministra del Trabajo del gobierno de Santos: “En medio de un río de sangre se desvaneció la promesa de la UP, que surgió como un ensayo de incorporación de la insurgencia armada a la vida civil y pacífica”. UP a la que ella misma pertenecía.

Ríos de sangre

Más recientemente, la violencia tomó otro camino: el de los “falsos positivos”. Fue, sobre todo, en los gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010), hoy senador que encabeza, con el también expresidente Andrés Pastrana, la compaña del “no” a los acuerdos.

“Yo no quiero regueros de sangre. Quiero ríos de sangre. Quiero resultados”, dijo el entonces comandante del Ejército, general Mario Montoya.

Sólo entre el 2004 y el 2008 hubo tres mil víctimas de esa violencia, según la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU.

Como lo destacó la revista Semana, los “Falsos positivos aumentaron más de 150% con Uribe”. Aunque el objetivo declarado era el de recuperar territorio que habían ocupado los grupos ilegales, “en múltiples ocasiones terminó con los asesinatos de campesinos que eran presentados como guerrilleros muertos en combate”.

A cambio, las unidades con más muertes a su haber recibían, como premio, dinero, capacitaciones en el exterior, ascensos y vacaciones: quedaban libres en diciembre, para descansar.

Los campesinos, llamados a incorporarse a las filas, eran asesinados y luego los cadáveres se acomodaban, con armas en las manos, para contarlos como guerrilleros muertos. Por eso los llamaron “falsos positivos”.

Era parte de la política de seguridad democrática, por cuyo apoyo el presidente Óscar Arias fue condecorado por su colega Uribe, poco antes de dejar el cargo.

La solución

La “solución integral de la problemática agraria” es el punto inicial de los acuerdos de paz firmados entre la guerrilla y el gobierno. Aunque no se logró una “reforma revolucionaria integral”, con propuestas como el fondo de tierras, la formalización de los títulos y el catastro rural las

FARC estiman que “la vida en el campo será otra”.

El jefe del equipo negociador del gobierno, Humberto de la Calle, le dijo a la BBC que el gobierno está articulando un plan para impedir que las zonas que queden despejadas sean ocupadas por la otra guerrilla, la del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que no se ha sumado al acuerdo de paz. Pero, agregó, sobre todo, por “bandas criminales relacionadas con el narcotráfico”.

“Comprendo que haya sectores que se oponen” a los acuerdos, dijo.

“Hay terratenientes que no quieren, hay personas que han ido expandiendo el territorio que dominan, muchas veces explotado no en forma productiva, no de la mejor manera”.

Pero, en opinión de De la Calle también “hay sustento político para lograr la reforma rural”.

Como explica el acuerdo logrado en La Habana, “con el propósito de promover un proceso de reincorporación económica colectiva, las FARC-EP constituirán una organización de economía social y solidaria”. Se llamará Ecomún, con cobertura nacional y secciones territoriales y aunque la afiliación será voluntaria, la mayor parte de los guerrilleros podría seguir ese camino.

Colombia lo intentará nuevamente, con un ojo puesto en su pasado y el otro en su futuro, en un contexto internacional muy distinto al que alimentó la violencia en décadas anteriores.

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