Mundo Isaías Barreñada:

Gaza se ha convertido en una cárcel

Hace un par de años advirtió que estaba llegando la hora de la verdad para la comunidad internacional

Hace un par de años advirtió que estaba llegando la hora de la verdad para la comunidad internacional ante la gravedad de la situación en Palestina. “Gaza se ha convertido en una cárcel”, decía Isaías Barreñada, profesor de relaciones internacionales, de la Universidad Complutense de Madrid.

“Han transcurrido 25 años desde que en octubre de 1991 se celebrara en Madrid y en Washington la Conferencia de Paz para Oriente Medio, y de que se firmaran, dos años después, los Acuerdos de Oslo”, recuerda Barreñada. Se pusieron entonces en marcha negociaciones directas entre la Organización de Liberación de Palestina (OLP) y el gobierno de Israel que deberían conducir a la conformación de un estado palestino.

En la conversación con UNIVERSIDAD, Barreñada se refirió a los resultados de este proceso y a la situación actual de las negociaciones en Palestina.

La conversación se realizó solo un par de días antes de que la portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, Maria Zakharova, anunciara la disposición del presidente palestino, Mahmud Abbas, y el primer ministro israelí, Benjamin Natanyahu, de reunirse en Moscú en una fecha aún por determinar. Sería la primera reunión entre ambos desde el fracaso de la última iniciativa norteamericana para promover esa negociación en abril del 2014.

Barreñada explicó sus puntos de vista sobre el estado de las relaciones entre israelíes y palestinos.

Usted habla de resultados frustrantes y desoladores. Para eso hace un balance de la situación que podemos resumir así: El número de colonos israelíes en Cisjordania se ha multiplicado por cuatro, la colonización israelí de los territorios ocupados se ha extendido y profundizado, un muro de varios centenares de kilómetros se extiende en Cisjordania, se contabilizan miles de muertos y decenas de miles de heridos provocados por las acciones militares israelíes contra civiles palestinos, mientras las cárceles israelíes están llenas de presos políticos. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

-El experimento que supuso el proceso de Oslo ha tenido efectos que han transformado mucho el conjunto del conflicto. Ha debilitado al movimiento de liberación palestino, a la OLP. La ha domesticado, metiéndole en una horma de casi estado donde actualmente está aprisionado.

Es un estado en proyecto que la comunidad internacional percibe como un estado a medio plazo pero que no termina de ser admitido como tal, porque todo se condiciona a la firma de un acuerdo de paz con Israel.

Parece metido en un callejón sin salida donde podría estar casi congelado durante mucho tiempo.

Al mismo tiempo, este experimento del proceso de paz desveló de una manera cruda y radical la esencia misma del proyecto sionista: no era solo un movimiento de construcción nacional, sino un proyecto de esencia colonial al que el liberalismo israelí y sus sectores democráticos sirven solo de maquillaje. La deriva de esos últimos años de mayor racismo y mayor descaro a la hora de defender posiciones excluyentes es la consecuencia de ese experimento fallido. Israel buscaba la aceptación de los hechos consumados y una cierta normalización de la situación. Pero no quieren renunciar a lo ganado por la fuerza, ni asumir un papel que permita la convivencia con sus vecinos.

¿A qué atribuye ese fracaso y esa parálisis?

-El fracaso de la diplomacia estadounidense fue la demostración palpable de la incapacidad de Israel para llegar a un compromiso político con los palestinos y con la comunidad internacional; Israel no tenía nada que ofrecer y no tenía voluntad política para asumir coste alguno e incumplió sus compromisos de liberar a un importante contingente de presos palestinos y de cesar la actividad colonizadora en los territorios ocupados.

El conflicto tiene tres patas: el derecho de los palestinos de tener un Estado en parte del territorio de Cisjordania y Gaza; la situación de los refugiados (Naciones Unidas tiene registrados más de cinco millones de refugiados palestinos, pero Israel ha dejado en claro que no aceptará nada sobre el derecho al retorno de esa población a sus territorio); y la tercera pata, la más invisible, es la que toca a los palestinos que se quedaron en Israel y que hoy son la quinta parte de los habitantes del país, pero no forman parte del ethos judío. Son un cuerpo extraño que pone de relieve la naturaleza no democrática del Estado de Israel. En 1959 o 1960 no había partidos que dijeran ‘árabes fuera de Israel’. Hoy sí. Empieza a haber leyes claramente discriminatorias para los palestinos israelíes.

En su opinión, “el Estado de Israel se encuentra en una situación muy compleja”. Afirma que su imagen internacional nunca había caído tan bajo. Sin embargo, podría parecer que nunca estuvo tan cómodo con la situación actual, con los palestinos reducidos a verdaderos campos de concentración, sus enemigos árabes destrozados o paralizados y con relaciones más estrechas que nunca con sus amigos árabes. ¿No ve así el escenario?

-Esta escena política, caracterizada por el protagonismo de la ultraderecha, que ha logrado secuestrar el discurso dominante, refleja la descomposición social y la deriva moral que domina el ambiente. Más de cuatro décadas de ocupación militar han brutalizado al ocupante. Se extienden discursos de exigencia de mano dura, pulsiones xenófobas y militaristas. Se repite una situación de descomposición moral, característica de los últimos momentos de las sociedades coloniales.

El movimiento sionista planteó un Estado que fuese reconocido por la comunidad internacional y muy pronto obtuvo ese reconocimiento. Una vez reconocido exigió un trato de excepcionalidad, de actor único, que se basaba en un discurso sobre la razón de ser de Israel: es el Estado de un pueblo disperso que ha sufrido el holocausto. La aceptación de su singularidad ha permitido la impunidad.

Pero gestionar relaciones bilaterales con un país que ha ido acumulando una práctica de impunidad genera, al final, problemas con sus socios, tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea (UE). Esa incomodidad, que me han expresado algunos funcionarios de la UE, también lo han expresado diplomáticos de los países de la UE. Hay cada vez menos gobiernos dispuestos a defender a ultranza la excepcionalidad de Israel.

Usted menciona un “problema serio” que Estados Unidos tendría con Israel sobre la situación de Jerusalén, tras el desprecio mostrado con el secretario de Estado Kerry. ¿En qué, en su criterio, se ha manifestado ese problema serio?

-Estados Unidos ha sido el principal valedor de Israel, su más importante socio militar. Pero Israel ha dejado de tener la importancia geoestratégica que tenía para Estados Unidos en la época de la Guerra Fría. Estados Unidos no reconoce la ocupación, no tiene su embajada en Jerusalén, critica la ampliación de los asentamientos en los territorios ocupados y ha condenado las ofensivas contra Gaza, si bien luego critica también a Hamás.

Con Obama no ha habido feeling. Washington ha tenido que tragar muchos sapos con Israel, cuyo interlocutor principal entre los políticos norteamericanos ha sido el Tea Party, la fracción republicana más radical.

Yo no creo que eso vaya a cambiar con el presidente que llegue a la Casa Blanca. Hillary Clinton es muy proisraelí, pero hay una necesidad de redefinir esa relación, con un componente menor de impunidad. Creo que se va en esa dirección. En la administración norteamericana hay quienes piden revisar la relación, dejar de aportar los tres mil millones de dólares en ayuda militar que aportan hoy.

La UE también parece sentirse incómoda con la política israelí.

-A pesar de la disparidad de posiciones de sus miembros, hoy la Unión Europea no solo está frustrada sino que desconfía de Israel. Alemania, su principal valedor en Europa, ha tenido que mostrar su desacuerdo con las políticas israelíes en varios momentos y amenazar con medidas de presión. Entre otras cosas, se abstuvo en asamblea de Naciones Unidas en la votación sobre el Estado palestino y eso sorprendió a todo el mundo, pues se esperaba que votara en contra. En realidad, en la UE solo República Checa votó en contra.

El empeño de Israel de criminalizar a los que piden el boicot a los productos israelíes provenientes de los territorios ocupados es reflejo de que este tipo de campaña toca una serie de elementos contra los cuales es muy difícil presentar argumentos.

¿Tiene, en su criterio, algún futuro todavía la solución basada en dos Estados?

-A mediados de noviembre trascendió que el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) había distribuido entre los miembros de la UE un documento confidencial en el que se barajaban posibles sanciones a Israel ante las medidas que despliega en Cisjordania y que hacen peligrar una solución basada en dos Estados.

Con todas sus dificultades, es la opción más factible pero la menos racional del punto de vista político. Tal como están las cosas una solución racional debería basarse más en derechos que en Estado nacional, en la creación de un solo Estado en el que todos tengan los mismos derechos. Es lo que los defensores de esa tesis han planteado desde hace mucho tiempo.

Si no hay solución negociada vamos a eso, un solo Estado, pero un Estado donde los palestinos serán los “negros de Sudáfrica” en ese Estado.

Pero eso es muy poco factible. La solución de los dos Estados, aunque sea la fórmula intermedia, es el objetivo realista que las partes se plantean ahora.

Sin embargo, la situación es mucho más complicada que en  1991. Actualmente, 600 mil israelíes, el 8% de la población judía, son colonos en Cisjordania y Jerusalén Este. La política de hechos consumados sobre el terreno será mucho mas difícil de revertir, la confianza se ha esfumado, las prácticas políticas en Israel son mucho más radicales ahora.

Finalmente, ¿es sostenible la posición del gobierno de Egipto frente al problema palestino y las relaciones tan cercanas con Israel?

-Egipto ha jugado dos cartas. Desde la paz en Camp David se convirtió en uno de los únicos países árabes con una cierta interlocución con Israel.

Recordemos que, históricamente, Egipto había sido el hermano mayor de la OLP desde los años 60. Pero durante el proceso de paz eso se transformó. Israel confiaba mucho en Egipto a la hora de moderar a los palestinos y perseguir a Hamas.

En las protestas de hace poco más de cinco años en Egipto, el tema de la colaboración del presidente Hosni Mubarack con Israel agudizó las críticas de la gente que se manifestaba en las calles.  Se exigía que Egipto cambiara su política con respecto a Israel y los palestinos.

Cuando ganan las elecciones los Hermanos Musulmanes, en 2012, se modifican las relaciones radicalmente. Israel toma distancia, el gobierno de Mohamed Morsi estrecha relaciones con el gobierno de Hamas y se reabren las puertas de Gaza. Todo esto se revierte de nuevo cuando el entonces ministro de defensa, el general Abdul Fattah Al Sisi, derroca a Morsi y asume el poder en julio del 2013. Al Sisi renueva los acuerdos de suministro de gas con Israel, declara a Hamas grupo terrorista, los persigue y los encarcela. Los primeros en aplaudir el golpe fueron los israelíes.



Bofetada diplomática

Sal Emergui escribió, desde Tel Aviv, para el diario español El Mundo, una nota sobre el anuncio de la reunión entre los líderes israelíes y palestinos en Moscú y publicó la siguiente opinión:

“Pocos creen que la cumbre prevista en Moscú entre el primer ministro israelí Benjamin Natanyahu y el presidente palestino, Abu Mazen (Mahmoud Abbas) -anunciada sin fecha el 8 de setiembre por Rusia -reactive el camino hacia la paz”.

“Muchos creen que la imagen de los dos enfrentados líderes aunados bajo la fría sonrisa del anfitrión, el presidente ruso Vladimir Putin, es un torpedo contra la Casa Blanca. Ninguno de los tres participantes de la cumbre lamentará la bofetada diplomática que supondría para el presidente estadounidense, Barack Obama, en sus últimos meses de mandato.

“Estamos contentos de que los líderes de Palestina e Israel hayan accedido a reunirse en Rusia”, declaró el Ministerio de Exteriores ruso, en el anuncio del principio de acuerdo de Abu Mazen y Netanyahu para un encuentro inédito desde 2010.

“Lo más importante es elegir el momento adecuado. Están en cursos intensos contactos”, añadió el Ministerio de Exteriores ruso a través de su portavoz, María Zajarova, sobre la fecha”.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido