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Europa y Estados Unidos ponen a prueba esquemas de subsidios para enfrentar crisis

Especialistas y medios analizan si es más conveniente la respuesta europea a la crisis económica generada por la pandemia con un esquema de trabajo de corta duración financiado por el Estado. En EE.UU. se estableció una red de seguridad para los desempleados.

68 millones de casos en todo el mundo, casi 700 mil nuevos casos de coronavirus diarios; más de 1,5 millones de muertos y casi 13 mil en un día, la semana pasada.

Si bien la pandemia rebrotó en Europa —con Italia y Alemania con más de 23 mil casos diarios— en Rusia y en Turquía, es nuevamente en Estados Unidos donde ha alcanzado las mayores cifras, con más de 235 mil casos y casi tres mil muertos en un día.

El avance del coronavirus por Estados Unidos continúa desenfrenado y es complicado encontrar a alguien que espere que vaya a reducir su ritmo en las semanas previas a la Navidad, se podía leer, el jueves pasado, en BBC Mundo.

Está claro, a estas alturas, que la herencia Trump será muy superior a los 300 mil muertos a causa de la pandemia cuando deje el poder el próximo 20 de enero. Hace diez meses, en marzo pasado, cuando todo comenzaba, Trump hablaba de cien mil muertos como una hipótesis y ejemplo de que las cosas se iban a hacer muy bien.

Pero el número de infecciones sigue creciendo a medida en que se acercan las vacaciones de Navidad. Los próximos tres meses –diciembre, enero y febrero– “van a ser el periodo más difícil en la historia de la salud pública en este país”, dijo Robert Redfield, director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos.

En América Latina, Brasil llegó la semana pasada a 50 mil casos diarios y a más de 650 muertes en un día. En Asia, India registraba casi 40 mil casos diarios. Con Estados Unidos, los tres superan los 31 millones de casos y las 600 mil muertes.

En abril, más de 26 millones de personas en Inglaterra, Francia, Alemania y España trabajaban bajo el esquema de subsidios públicos, equivalente a una quinta parte de la fuerza de trabajo. The Economist.

Rusia llegó a casi 29 mil el sábado pasado, un nuevo récord. Francia, con casi 13 mil revirtió una tendencia a la baja que venía registrando desde el mes pasado.

Con variaciones, la pandemia persiste mientras crece la presión para empezar a probar con las nuevas vacunas. Rusia repartía la Sputinik V a las clínicas en Moscú. Es el primer intento de inmunización a larga escala contra el virus en una ciudad.

La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, anunciaba el inicio de una vacunación masiva a partir del martes 8. La rápida aprobación de la vacuna Pfizer/BioNTech en Gran Bretaña ha despertado, sin embargo, críticas entre los expertos. La Agencia Europea de Medicamentos advirtió que se necesitaban más estudios sobre su eficacia que los realizados hasta ahora. En Estados Unidos las expectativas se cifran en Moderna Inc., que ha mostrado resultados parecidos a la Pfizer, según las autoridades de ese país.

Cuba también acelera la investigación de sus vacunas, Soberana I y Soberana II. “Estamos más cerca de la ansiada vacuna”, dijo el pasado fin de semana el director del Instituto Finlay de Vacunas de La Habana, Vicente Vérez. Con cinco fórmulas de la Soberana I aplicadas a más de cien personas, Vérez espera que antes de fin de año se pueda definir cuál de las cinco ofrece una respuesta inmune más eficaz.

Un mundo diferente

Pero la presión aumenta y los gobiernos buscan una respuesta, cada vez más urgidos a medida en que se acercan las fiestas de Navidad y Año Nuevo. En España, se ampliará hasta la 1:30 el toque de queda en Nochebuena y Año Nuevo. Algún alivio para una sociedad fatigada y un comercio en apuros. Las imágenes de estos días impresionan. Miles de carros haciendo cola para salir de Madrid o Barcelona en vísperas del “Puente de la Purísima”.

La pandemia dejará atrás un mundo muy diferente del que teníamos hace un año, escribió la semana pasada la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Miles de personas murieron, industrias enteras han sido llevadas al borde del precipicio, el Estado de bienestar está amenazado.

El escenario es conocido. Pero se sabe menos sobre la salida. En los próximos años, dice Colau, “en vez de insistir en el “frágil mundo de la era prepandémica, deberemos aprovechar la ocasión para construir uno más justo, balanceado y sostenible”.

Para Colau, las ciudades podrían ser un escenario privilegiado para la era de la reconstrucción. Pone de ejemplo su Barcelona: cambiar la matriz energética, ampliar los parques públicos y las áreas libres de automóviles.

Nunca se había intentado nada parecido desde que la revolución industrial llenó la atmósfera de carbono y los mares de plásticos, un “Acuerdo Verde” europeo, como propuso la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen. El Green Deal con el que sueñan algunos en Europa. Países con huellas de carbón reducidas, un aire más puro y agua de mejor calidad, más salud y mejores condiciones de vida.

Todas las apuestas se caen

Para decenas de millones de europeos, los sufrimientos económicos continúan, asegura Adam Tooze, profesor de historia en Columbia University.

Pareciera, en todo caso, que se están tratando de echar bases para la recuperación. Europa aprobó un enorme paquete de 8,5 mil millones de euros para enfrentar el desempleo, recibido con entusiasmo por el mercado europeo, lo que ha redundado en colocaciones a intereses negativos: por cada 102 euros de préstamo habría, al final, que pagar solo 100 euros.

Podríamos estar llegando a un punto de inflexión. Pero… ¿y si no?, se pregunta Tooze; si esto es solo un interregno entre una crisis y otra. En 2020 la economía europea ha estado en soporte vital. Miles de empleos se han mantenido gracias a un esquema de trabajo de corta duración financiado por el Estado; se han otorgado garantías de crédito por montos asombrosos, afirmó Tooze.

En 2020 los préstamos a las pequeñas y medianas empresas se han sostenido gracias a garantías públicas y moratorias en sus vencimientos. La economía de los hogares se ha mantenido gracias a esos trabajos de corta duración, “la gran novedad del Estado de bienestar en esta crisis”, afirma. Eso tiene, naturalmente, un impacto en el déficit y en la deuda, que aumentaría en cerca de 15% del PIB de la eurozona.

¿Qué pasaría si el apoyo a esas medidas termina más pronto de lo necesario? Sin crédito –dice Tooze– el área del euro se paralizaría. Aumentaría el desempleo, la economía seguiría contrayéndose, los créditos se harían impagables y el sistema financiero de desplomaría.

Este año el Banco Central Europeo (BCE) ha mantenido ese apoyo. Un paquete para la recuperación económica aportaría 150 mil millones de euros anuales entre 2021 y 2026. En todo caso, lo que mantiene el interés de los inversionistas es la promesa de apoyo del BCE.

Si la promesa es puesta en duda, pese a la prudencia y sofisticación de esta política –dice Tooze– “todas las apuestas se caen”.

La economía de los hogares se ha mantenido gracias a trabajos de corta duración, según el economista Adam Tooze. Una mujer serbia posa en una panadería ubicada en un centro comercial. (Foto: AFP).

Ajustes inmensos

La inglesa The Economist –una revista conservadora– tiene otros temores: el de que la respuesta de Europa a la pandemia termine por osificar su economía en vez de ajustarla. En cinco de sus principales países el 5% de la mano de obra (en Inglaterra la cifra es el doble) permanece trabajando gracias a los empleos de corta duración, subsidiados por el gobierno, mientras esperan el retorno de trabajos como los anteriores, o de más horas de trabajo que, sin embargo, podrían nunca más volver.

En un artículo publicado el 8 de octubre The Economist argumentaba el por qué comparaba la política europea para enfrentar el desempleo con la norteamericana.

En abril –decía– más de 26 millones de personas en Inglaterra, Francia, Alemania y España trabajaban bajo el esquema de subsidios públicos, equivalente a una quinta parte de la fuerza de trabajo. El desempleo, en esas condiciones, se mantuvo relativamente estable, sobre todo en Inglaterra y Alemania. Pero cinco meses después todavía once millones de personas trabajaban con el esquema de subsidios a los trabajos de corta duración, mientras en Estados Unidos, donde la política es otorgar un subsidio de desempleo, este se disparó, de 3% en febrero, antes del inicio de la pandemia, a 14,7% en abril pasado.

Para The Economist el esquema europeo tiene consecuencias negativas: mientras más tiempo dure, menos incentivos tienen los trabajadores para buscar trabajo y menos probabilidades de volver a la normalidad existe.

Estados Unidos adoptó el camino correcto, afirma la revista. Creó una generosa red de seguridad para los desempleados, permitió –sabiamente,  afirman– que el mercado laboral se ajustara y mostró menos inclinación que Europa para salvar empresas en peligro de desaparecer, mientras la economía se reajustaba. En parte gracias a eso, señala, en Estados Unidos se están creando muchos nuevos empleos.

Pero tampoco ahí las perspectivas son del todo optimistas. La pandemia –dice The Economist– ha acentuado las disparidades económicas.

Provocó el desplome de los gastos de los consumidores y el cierre de empresas, mientras desaparecían, de la noche a la mañana, 500 mil puestos de trabajo a tiempo completo.

Redireccionar la economía exigirá, en Estados Unidos, un acuerdo político para rediseñar una red de seguridad social y controlar el déficit. Pero no hay acuerdo.

El pasado miércoles 2 se anunció la propuesta de un grupo bipartidista en el que republicanos y demócratas se ponían de acuerdo en un plan de estímulo económico por $908 mil millones repartidos principalmente en ayuda de desempleo ($300 dólares de ayuda semanal) y $288 mil millones de apoyo a pequeñas empresas.

El acuerdo deberá ser aprobado por el Congreso, donde ni el líder de la mayoría en el senado, el republicano Mitch McConnell, lo ve con simpatía, ni los líderes demócratas en el Congreso, que aspiraban a un programa mucho más generoso, de $2,4 millones de millones.

Los programas de estímulo de $2,2 millones de millones, aprobados en marzo pasado, están a punto de expirar. Pero la crisis continúa. Las previsiones de la Reserva Federal son de una contracción económica de 3,7% este año, con una tasa de desempleo del 7,6%.

El presidente electo, Joe Biden, ha defendido la idea de un paquete de apoyo fiscal “robusto”a las empresas y los desempleados, mientras el presidente de la Reserva Federal de Filadelfia, Patrick Harker, advirtió de que la economía ya está dando señales de estancamiento. Para la candidata para dirigir el Tesoro, Janet Yellen, la “inacción podría causar aún más devastación”.

El mundo sigue andando

The Economist percibe un mundo más desigual como resultado de la pandemia, con economías menos globalizadas, más digitalizadas, y más desiguales.

Los desajustes “serán inmensos”. Según el cuadro que nos pinta, trabajadores de bajos ingresos tendrán que buscar trabajo en los suburbios. Con las tasas de interés bajas, los precios de las acciones seguirán altos. La conclusión es que Wall Street se alejará aún más de Main Street o, dicho de otra manera, la gente de los negocios de la gente de la calle.

La economía norteamericana, según la OCDE, terminará este año del mismo tamaño que el año pasado. Pero la china será 10% más grande. Europa quedará más rezagada; América Latina también.

Falta poco más de un mes para el cambio de gobierno en Washington. Antes, el 5 de enero, la elección de dos senadores en el estado de Georgia definirá en manos de quién queda el senado que, en las elecciones de noviembre quedó conformado por 50 republicanos y 48 demócratas. Pero faltan dos, los dos de Georgia. Las encuestas le dan ligera ventaja a los candidatos demócratas. Pero todo en el margen de error. Los demócratas tendrían que ganar los dos puestos para empatar. Tendrían luego la ventaja, pues quien define y desempata una votación en el senado es el vicepresidente de la República. En este caso la vicepresidente Kamala Harris. Algo que haría mucho más fluida la administración Biden.

Trump también sabe lo que está en juego y la semana pasada hizo campaña en Georgia. Pero su campaña sigue siendo la de la denuncia del fraude. Fraude que todos saben que no existió. Él también. Pero insiste porque así puede mantener a los de su fila movilizados, con miras al 2024.

Pero esa campaña tiene riesgos. Gabriel Sterling, un alto funcionario de la oficina del secretario de Estado de Georgia, el republicano Brad Raffensperger, dedicó duras palabras a Trump y a los senadores conservadores David Perdue y Kelly Loeffler en una rueda de prensa.

Alguien va a resultar herido si se sigue con esa campaña, advirtió. “Alguien va a recibir disparos, alguien va a ser asesinado”.

Michael Flynn, exasesor de seguridad nacional recientemente indultado por Trump ante la amenaza de sanciones legales por haber mentido al FBI sobre sus contactos con autoridades rusas, retuiteó un anuncio de página completa publicado en el conservador The Washington Times por un grupo conservador de Ohio, We the People Convention. Pedían acciones ejecutivas inmediatas para evitar una inminente guerra civil: ley marcial, suspensión de la constitución y repetición de las elecciones bajo supervisión militar.

Flynn sueña con un golpe en Estados Unidos. En España un general de la reserva, Francisco Beca, manda un mensaje desde su celular. Anuncia que ha leído un libro, Mitos de la guerra civil, del excomunista Pío Moa, quien ha escrito en abundancia sobre el tema. Si lo que dice es cierto, afirma Beca, “no queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta”.

Su colega, el capitán retirado José Molina, envía otro mensaje: “Me he levantado esta mañana totalmente convencido. No quiero que estos sinvergüenzas pierdan las elecciones. No. Quiero que se mueran todos y toda su estirpe. Eso es lo que quiero. ¿Es mucho pedir?” Beca responde: Pero Curro, ¡para eso se necesitan 26 millones de balas!

Francia enfrenta nuevas enormes protestas. Su muy conservador ministro del Interior, Gérard Darmanin, estima que el cáncer de la sociedad es la falta de respeto a la autoridad. Y el congreso intenta imponer una ley que sanciona a la prensa si publica fotos de policiales en actos de represión. Miles salen a las calles.

Francia está asediada y golpeada, escribe en The Atlantic Mira Kamdar, residente en los suburbios parisinos. El desempleo masivo, la frustración por los encierros del COVID-19 y el miedo provocado por renovados ataques terroristas han exacerbado el malestar y la división.

Pero el profesor EJ Dionne Jr, de la Escuela McCourt de Política Pública de la Universidad de Georgetown está optimista. La derrota de Trump en las pasadas elecciones “trajo alivio y una sensación de esperanza a todo el mundo”. En particular en Europa, afirma. Sueña con la reconstrucción de lo que llama centroizquierda, que no sería ni el retorno a la “tercera vía” de Blair, Schröder o Clinton, ni la política de “media calle”, de Obama, sino un aumento del poder de negociación de los trabajadores.

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