Mundo Las ciudades desiertas

El olor acre de los cuerpos en descomposición

La popularidad de Bolsonaro continúa en caída libre, mientras que la de Trump preocupa a su equipo de campaña.

¡El olor! El olor acre de los cuerpos en descomposición se esparce despacio. Poco a poco va llenando la tienda de campaña, levantada a la orilla de las tumbas, donde esperaban siete ataúdes, protegidos del torturante sol amazónico. Invadía todo cuando algún pariente abría el sarcófago, sellado para comprobar si adentro estaba el cuerpo de su familiar.

Cerca de 150 cuerpos son enterrados ahí todos los días. No hay como mantenerlos en la temperatura adecuada, ni en los hospitales, ni en las funerarias, ni en los cementerios. Se descomponen y el olor se expande poco a poco,  hasta penetrar todo. Sin adecuados procedimientos de preparación, los fluidos corporales escurren por las cavidades de la cara, por los ojos, por la nariz, por la boca.

La escena está descrita por un periodista que asiste a los entierros en Manaus. Las fotos de las tumbas repetidas, cavadas en la tierra roja, han recorrido el mundo. Es el “límite de la barbarie” como dijo, la semana pasada, el alcalde Artur Virgílio Neto.

En São Paulo, trece mil fosas comunes fueron abiertas, según la alcaldía de la ciudad. “Lo peor está aún por llegar”, advirtió el alcalde Bruno Covas.

Mientras el mundo caminaba hacia los cuatro millones de casos y más de 250 mil muertes, Brasil superaba el fin de semana los cien mil casos y los siete mil muertos. En América Latina, Perú, con casi 50 mil, le seguía en número de casos; y México, con casi 2.500, lo hacía en número de muertos.

Pero era Estados Unidos, que el pasado fin de semana se acercaba ya a 1,2 millones de casos y casi 70 mil muertes, el que encabeza la macabra carrera de las víctimas del coronavirus. Solo el 30 de abril su número de muertos fue de más de 2.200. Le siguió Inglaterra, con 674, y Brasil, con 390.

Mientras en Brasil los cuerpos se acumulaban en la orilla de las fosas comunes abiertas en Manaos, o en la morgue del hospital municipal Salgado Filho en el popular barrio de Méier, en Río de Janeiro, en Nueva York decenas de cadáveres se apilaban en camiones de mudanza aparcados frente a una funeraria.

“El olor que salía de dos camiones de mudanza y el goteo que caía de su interior alarmó a los vecinos y transeúntes de la calle Utica la mañana del miércoles”. “La policía cercó el área y luego llegó un camión refrigerado. Unos trabajadores del estado de Nueva York fueron vistos más tarde con trajes de protección moviendo los cuerpos al nuevo vehículo”, decía una nota de la BBC.

“Estaban descargando cuerpos. Salían uno por uno, goteando sangre. Y esos tipos que estaban trabajando, estaban comiendo sin nada (de protección) en las manos. Sin máscaras, sin guantes, nada, y parecía algo sospechoso debido a la cantidad de gente que estas personas recolectaban”, contó un vecino.

Una “situación horrible”, “absolutamente inaceptable”, afirmó el alcalde Bill de Blasio.

El desastre

El presidente Donald Trump, que al principio negó la gravedad de la pandemia y hoy apoya grupos armados que se manifiestan en las calles contra las medidas de cuarentena adoptadas en diversos estados, se vio luego sobrepasado por la dimensión de una tragedia que podría poner en peligro sus aspiraciones electorales en noviembre próximo.

Ahora decidió contraatacar, amenazando con sanciones a China, a la que culpa de haber sido negligente en prevenir la expansión de la pandemia. Habla de un “terrible error” cometido por un Instituto de Virología de la ciudad china de Wuhan y no descarta que, más que un error, haya sido algo intencional.

Pero Trump no solo no presenta prueba alguna sobre lo que afirma, sino que contradice a la oficina del director de la Inteligencia Nacional, Richard Grenell, que descartó, en un comunicado, que el origen del virus sea la manipulación humana.

“La comunidad de Inteligencia coincide con el amplio consenso científico de que el virus de la COVID-19 no es ni artificial ni genéticamente modificado”, indicó Grenell.

Trump no está de acuerdo. Exigió a sus servicios de espionaje que busquen las pruebas de que el origen del SARS-CoV-2 está en un laboratorio en Wuhan, de modo que le permitan imponer nuevas sanciones a China. Algo que solo agravaría las tensiones internacionales en medio de la pandemia.

Su colega brasileño, Jair Bolsonaro, no se queda atrás. Igual que Trump, critica el manejo de la pandemia que hizo la Organización Mundial de la Salud (OMS). En una publicación en Facebook (que después eliminó) Bolsonaro cuestionó las recomendaciones de la OMS sobre el COVID-19. La acusó de alentar la masturbación y la homosexualidad en menores y se preguntó: ”¿Deberíamos seguir sus lineamientos en materia de educación? Para niños de cero a  cuatro años de edad: satisfacción y placer cuando toquen sus cuerpos, masturbación…. Para niños de cuatro a seis años de edad: una identidad de género positiva; relaciones entre personas del mismo sexo. Para niños de nueve a doce años: primera experiencia sexual”.

Nada de eso es cierto y lo que parece tener alguna relación con las afirmaciones de Bolsonaro es lo publicado por el Centro Federal Alemán para la Educación en Salud y la oficina europea de la OMS que explica a padres y maestros que es normal que los niños tengan curiosidad sexual o se toquen el cuerpo. Sin embargo, “el documento no alienta lo que Bolsonaro dice”, afirman los expertos.

En caída libre, la evaluación positiva del presidente se desmorona tanto por el manejo de la crisis como por su creciente aislamiento político: una última encuesta, realizada por la empresa Idea Big Data, le da un inédito 41% de desaprobación, resultado de la suma de 25% de “pésimos” y 16% de “malo”, frente a 28% de aprobación, según datos divulgados el domingo pasado por José Roberto de Toledo, editor del site Piauí.

Buenos tiempos

A pesar del escenario gris, esos son buenos tiempos, comparados con los que vienen, en opinión de Chris Hedges, periodista ganador del premio Pulitzer, autor de diversos libros sobre la política norteamericana. Pese al alboroto y el dolor provocados por la actitud de Trump frente a la crisis de coronavirus, “cosas mucho peores acechan a los Estados Unidos en el futuro, en la medida en que la desigualdad social y el fracaso político se combinen para provocar un colapso total del ya declinante nivel de vida del país y de su democracia enferma”, afirmó.

Es fácil encontrar pronósticos catastróficos crecientes en las páginas de los más diversos medios prensa internacionales, una visión que se ha tornado más densa en la medida en que se perfila con más claridad la dinámica de la pandemia y se van conociendo sus efectos en escenarios de diferentes países.

Luiz Gonzaga Belluzo, exprofesor de economía en la Unicamp, una importante universidad de São Paulo, analiza los desafíos que enfrentan los países para la reactivación de sus economías y las respuestas de algunos gobiernos para enfrentar la crisis.

Ante la pandemia –afirma– el mercado se derrumbó, pidió auxilio a los bancos centrales y acudió a las reservas monetarias internacionales de los países. Con la riqueza financiera privada haciendo agua, se abrió un espacio para la expansión de los títulos del gobierno, afirma Belluzo.

Hace poco más de dos semanas el New York Times se asombraba con el paquete de dos billones de dólares (millones de millones) con que el Gobierno se disponía a estimular la economía. ¿De dónde sale ese dinero?, se preguntaba.

¡La mayor parte sale de la nada! Sale de esa con frecuente oculta relación entre el mercado con un Estado que crea dinero para rehacer los vínculos de propiedad que la falencia del mercado ha deshecho.

Pese a la quiebra, están al acecho para volver. Como en Costa Rica, uno de los países que ha enfrentado con éxito la pandemia, con solo seis muertos y un número de 372 casos recuperados y 355 activos, cuando ya se acerca a los 60 días de haberse detectado el primer caso en el país.

Un éxito que no se puede desvincular de un aún sólido sistema de salud pública, pese a que ha estado bajo la presión de políticas privatizadoras impulsadas en el país por los mismos gobiernos, por lo menos en los últimos 20 años.

Luego de que el FMI aprobara un préstamo de $506 millones a Costa Rica, la semana pasada, para atender “gastos esenciales de salud relacionados con COVID-19 y medidas de ayuda dirigidas a los sectores más afectados y poblaciones vulnerables”, Mitsuhiro Furusawa, su subdirector gerente y presidente interino, anunció los planes de la institución financiera para el país.

Será imperativo –afirmó– “volver al camino de la consolidación fiscal, anclado por la reforma fiscal de 2018, y volver a aplicar la regla fiscal en 2021 una vez que la crisis de salud se disipe”.

Un programa de austeridad y control del gasto público que se deberá acompañar “con la venta de activos”. Intentos de avanzar en viejas recetas y privatizaciones que tanto el actual ministro de Hacienda, Rodrigo Chávez, exfuncionario del Banco Mundial, como el presidente del Banco Central, Rodrigo Cubero, exfuncionario del FMI, respaldan.

La posición del Banco Central, expresada por su presidente, “genera mucha preocupación por su extrema rigidez”, afirmó el “Grupo Economía Pluralista”, integrado por 25 profesionales de diversas tendencias.

Todo se desarma

Con los mercados fallidos, principalmente por la caída de la demanda, la lucha por los recursos públicos se intensifica con los grandes billonarios multiplicando su riqueza, mientras las condiciones sociales en general se deterioran.

Un total de 3,8 millones de personas solicitaron beneficios de desempleo en Estados Unidos en la última semana de abril, según el Departamento de Trabajo. Se sumaban así a quienes ya habían quedado sin empleo en las últimas seis semana, para hacer un total ligeramente superior a 30 millones de personas. Eso hizo trizas el alarde con que Trump celebraba la larga serie de crecimiento económico y pleno empleo de meses anteriores.

Pero este es apenas un estimado. Quedan por fuera de los beneficios de desempleo buena parte de trabajadores independientes e informales que no tienen acceso a estos beneficios.

En Italia, cerca de un millón de personas se han sumado a la lista de necesitados de ayuda alimentaria desde que, hace dos meses, se aplicaron medidas de restricción para contener la expansión de la pandemia. Con casi 30 mil muertos gracias al COVID-19, Italia conforma, con España, Inglaterra y Francia el bloque de países que sigue a Estados Unidos en la lista de muertos, con alrededor de 25 y 29 mil en cada país.

Alemania, el motor de la economía europea, espera una caída de su Producto Interno Bruto (PIB) de 10% en el segundo semestre y un resultado negativo este año de 6,3%, la mayor caída desde que se iniciaron estos cálculos, en 1970. Cerca de 2,5 millones de personas están desempleadas y una cifra similar verá reducido su tiempo de trabajo.

Caídas similares se registran en España y Francia. “El país empieza a quedarse sin referentes históricos para comparar la crisis que se avecina por la epidemia de coronavirus”, decía una corresponsal extranjera en París tras conocerse una caída de 6% de la economía francesa en el primer semestre de este año.

De gastos y falta de dineros

“El zarpazo de la pandemia sobre los mercados de trabajo hunde las transferencias de los desplazados a sus familias y añade presión sobre los países emergentes”, decía Ignacio Fariza en El País de Madrid, citando al Banco Mundial.

En Centroamérica, donde son particularmente importantes, para Honduras y El Salvador esas remesas representaron 22% y 21% del PIB, respectivamente, el año pasado. Para Nicaragua y Guatemala representaron poco más del 13%.

Se trata de la mayor caída en la historia reciente del volumen de estas transferencias por el aumento del desempleo y la disminución de los salarios. La previsión es de que las remesas se reducirían a unos $445 mil millones, casi un 20% menos desde el máximo histórico del año pasado.

Mientras el desempleo crece y la economía mundial se ralentiza, el gasto militar experimentaba en 2019 su mayor aumento desde hace diez años, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz (Sipri), publicado el pasado 27 de abril.

El mayor presupuesto sigue siendo el de Estados Unidos, que aumentó 5,3% en 2019, hasta llegar a los $732 mil millones, lo que representa el 38% del total mundial. Una suma equivalente a los gastos de los diez países que le siguen, incluidas China con $261 mil millones, e India con $71 mil millones.

Son cifras astronómicas que revelan crecientes tensiones anteriores a la pandemia del COVID-19, pero nada hace prever que esas tensiones disminuirán gracias a este desafío ni en el período del necesario reordenamiento económico y político posterior.

Las cadenas de suministros

La dimensión de la tarea queda en evidencia en los informes que diversos organismos internacionales destacan. La FAO, el organismo de Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación, habla del impacto de la pandemia en la cadena de suministros en todo el mundo. En la India los agricultores alimentan con fresas las vacas, porque no pueden transportarlas a los mercados en las ciudades.

En Estados Unidos y Canadá botan la leche; en Perú, el cacao blanco, que restaurantes y hoteles cerrados ya no consumen. Miles de inmigrantes esperan en las fronteras del norte de África poder pasar a Europa donde son la mano de obra indispensable para las cosechas agrícolas en Alemania, Francia, Italia o España.

Barcos cargados de cereales, frutas frescas o vegetales permanecen en los puertos sin que sus tripulaciones puedan desembarcar. Los productos, sin poder llegar a tiempo a los mercados, se pudren. El precio del trigo aumentó un 8% comparado con los de marzo del año pasado, mientras que el del maíz lo hizo un 25%.

La Organización Internacional de Trabajo (OIT) nos advierte que “más de 470 millones de personas en todo el mundo carecen de un acceso adecuado al trabajo remunerado”.

En 2019, más de 630 millones de trabajadores en todo el mundo –casi uno de cada cinco– no ganaban lo suficiente para salir de la pobreza, ya sea extrema o moderada. Son trabajadores que ganan menos de $3,20 diarios, menos de $100 por mes.

Aunque se prevé un elevado crecimiento del empleo en países de bajos ingresos, la baja calidad de esos empleos significa que el número de trabajadores pobres deberá aumentar.

Aun en países de renta media o alta, tener un trabajo remunerado ya no supone una garantía de condiciones de trabajo decentes, ni de un ingreso adecuado para muchos de los 3.300 millones de empleados en todo el mundo el año pasado, según la OIT.

Con frecuencia, la falta de ingresos obliga a realizar trabajos informales, mal remunerados, con poco o ningún acceso a protección social y a derechos laborales, como es el caso de 1.400 millones de trabajadores por cuenta propia y trabajadores familiares en los países de ingresos bajos y medios.

“Incluso en los países de altos ingresos, un número creciente de trabajadores por cuenta propia tiene que lidiar con condiciones de trabajo deficientes”, una situación que la pandemia del COVID-19 solo hará empeorar.

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