Mundo Crisis del COVID-19

Cuando revive la advertencia de “nunca se debe desperdiciar una crisis grave”

Expertos coinciden en que la pandemia es la oportunidad para cambiar las debilidades del sistema capitalista.

“Nunca se debe desperdiciar una crisis grave”, dijo Rahm Emanuel, jefe de gabinete durante los 20 primeros meses del gobierno de Barack Obama. Era considerado un excelente recaudador de fondos y duro en el trato. “Rambo”, le decían los que lo conocían de cerca.

Lo de cómo no desperdiciar una crisis fue un comentario hecho luego de estallar la crisis financiera provocada por la caída de la financiera Lehman Brothers, en 2008, que se extendió entonces por todo el mundo. Cercano a Wall Street, Emanuel fue elegido luego alcalde de Chicago, donde se vio enfrentado a protestas por abusos policiales, después de que varios afroamericanos fueron asesinados por policías blancos.

Hoy, en medio de la pandemia que ya ha costado la vida de casi cien mil norteamericanos, cerca de un tercio del total de muertos en el mundo, víctimas del COVID-19, su advertencia vuelve a cobrar vida: nunca se debe desperdiciar una crisis grave.

Caminamos hacia los seis millones de infectados. Cerca de 1,8 millones en Estados Unidos, al que sigue ahora un Brasil en plena crisis política, caótico, que se acerca a los 400 mil casos y a los 25 mil muertos. Mientras su presidente, que apoya manifestaciones en la calle sin protección, insiste en que no hace falta la cuarentena.

Muchas oportunidades

“Un virus asesino ha dejado en evidencia las mayores debilidades de las economías capitalistas occidentales. Ahora que los Gobiernos están en pie de guerra tenemos una oportunidad para arreglar el sistema”, estimó la economista Mariana Mazzucato, una de las principales expertas en economía de innovación en el mundo y profesora de Economía en el University College de Londres y en la Universidad de Sussex.

Para Rutger Bregman, un historiador con varios libros publicados y colaborador de la plataforma en línea The Correspondent, lo que se está terminando es la era neoliberal. ¿Qué viene después?, se pregunta. “Estamos en medio de la mayor sacudida social desde la segunda Guerra Mundial”.

Bregman recuerda el editorial del Financial Times –uno de los más destacados medios financieros del mundo–, del pasado 4 de abril. Lo que hacía notable ese editorial era el cambio de tono, en un medio conocido por su clásica posición liberal en economía.

“Las reformas radicales, que invierten la dirección política prevaleciente de las últimas cuatro décadas, tendrán que ponerse sobre la mesa”, afirmó el periódico británico.

“Los Gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en la agenda; los privilegios de los ancianos y ricos en cuestión. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como el ingreso básico e impuestos a la riqueza, tendrán que estar en el paquete” de salida de la crisis, propuso el FT.

Bregman mira hacia atrás, hacia las crisis de los años 70 del siglo pasado, de contracción económica e inflación, de stagflation como se llamó entonces, de embargo petrolero: los neoliberales estaban listos, esperando entre los bastidores, para avanzar con sus políticas.

¿Qué políticas eran esas? Una por una, las empresas estatales de todo el mundo se fueron privatizando. Se redujo el poder de los sindicatos y las garantías sociales.

El neoliberalismo –afirmó– “se había extendido de grupos de expertos a periodistas y de periodistas a políticos, infectando a las personas como un virus”.

Se extendió por más de tres décadas. No había alternativa, decía la primera ministra británica, Margaret Thatcher. Le hacía eco el presidente norteamericano Ronald Reagan.

“Se hicieron profundos recortes en educación, salud y seguridad social”, señala Bregman. Pero incluso cuando la crisis se profundizaba, las bonificaciones en Wall Street se disparaban a niveles récord. Crecía la brecha de la desigualdad.

Luego vino la crisis del 2008. Se desplomó la financiera norteamericana Lehman Brothers, arrastrando tras de sí a prácticamente todo el sistema financiero internacional, lo que provocó la peor crisis financiera desde la Gran Depresión de los años 30.

Doce años después la crisis ataca nuevamente, “más devastadora, más impactante y más mortal”. Según el Banco de Inglaterra, en un informe publicado a principios de mes, será la más profunda sufrida por ese país en 300 años, con una caída de su economía del 3% en el primer cuatrimestre de este año y de 25% en el segundo.

En Estados Unidos, la tasa de desempleo alcanza las cifras más altas desde la Gran Depresión del siglo pasado. Solo en abril se perdieron 20,5 millones de puestos de trabajo. La tasa de desempleo llegó a 14,7%. “Pero los número van a empeorar” antes de que la economía comience a reactivarse, dijo el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin. Mnuchin espera que eso ocurra ya en el segundo semestre del año, pero nada asegura que será así.

Entre otras cosas por que no se sabe si ese desempleo será temporal o permanente. Según el Departamento del Trabajo, tres de cada cuatro personas que perdieron el empleo se consideran “desempleados temporales”. Pero los economistas no están seguros de que sea así y no descartan que muchos de los puestos de trabajo perdidos no volverán a reaparecer.

Solo tres meses antes la tasa de desempleo lograba mínimos históricos en los Estados Unidos, de menos de 4%, mientras el presidente Trump elogiaba sus propias políticas económicas y se vanagloriaba de los resultados. Con elecciones presidenciales en noviembre, el escenario para el presidente –que aspira a la reelección– es complicado.

Contra la austeridad

Volvamos a Mazzucato. El capitalismo –afirma– está enfrentando al menos tres grandes crisis: una pandemia que rápidamente se transformó en una crisis económica, cuyas consecuencias para la estabilidad financiera son aún desconocidas. Todo esto en el marco de una crisis ambiental que no se puede enfrentar como si fuera simplemente una crisis más.

La crisis económica provocada por el COVID-19 desnudó nuevas debilidades de las estructuras económicas. Entre ellas la creciente precariedad del trabajo, resultado de  décadas de deterioro de la capacidad de negociación de los trabajadores y de sus organizaciones.

Para Mazzucato los gobiernos están otorgando alguna asistencia a los trabajadores que tienen contratos regulares, pero los que no, los que trabajan por su cuenta, los autoempleados, son dejados en la estacada.

Desgraciadamente, dice Mazzucato, muchos países han aplicado políticas de austeridad como si la deuda pública fuera el problema. El resultado fue el deterioro de las instituciones públicas que se revelaron indispensables para enfrentar la pandemia actual. Cuando lo que se debía haber hecho era aliviar la carga de la deuda, tomando en cuenta el alto nivel de las deudas privadas.

La deuda de los hogares, en los Estados Unidos, ya era de 14,15 millones de millones de dólares antes de la crisis actual. Una suma que es 1,5 millones de millones más alta de lo que era el 2008. Y fue precisamente la alta deuda privada la que produjo entonces la crisis financiera global.

Mazzucato también nos advierte de la necesidad de revisar la cooperación público-privada. Arreglos que, con frecuencia, son más parasitarios que simbióticos, afirma.

Cita, por ejemplo, los esfuerzos por encontrar una vacuna para el nuevo coronavirus, que podría significar enormes ganancias para las corporaciones farmacéuticas, que venderían al público un producto que fue el resultado de investigaciones financiadas con dineros públicos.

“Necesitamos desesperadamente Estados emprendedores que inviertan más en innovación, desde inteligencia artificial a salud pública. Pero, como esta crisis evidencia, necesitamos también Estados que sepan negociar, de modo que los beneficios de las inversiones públicas beneficien al público”.

Billones insuficientes

Europa atraviesa la pandemia con una profunda crisis. El fin de Europa podría sobrevenir con un suspiro, no con un estallido, sugieren Lorenzo Marsili, fundador de European Alternatives, y Ulrike Guérot, directora del Laboratorio Europeo de Democracia. Ven una Europa más dividida, entre el este y el oeste; entre el norte y el sur. Las élites han fallado, es hora de construir una república europea, afirman.

“El desempleo no debería suponer una amenaza mayor para quienes residen en el Estado español que para quienes lo hacen en los Países Bajos. No tendrían por qué ser las carencias hospitalarias una preocupación mayor en Grecia que en Alemania”.

Pero ningún camino parece claro. El pasado 18 de mayo la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, anunciaron un plan de 500 mil millones de euros para la recuperación europea después de la pandemia, una “crisis sin precedentes en la historia de la Unión Europea”.

Se trata de subsidios y no de créditos, para evitar que se dispare la deuda de los países más afectados, una propuesta que representa un cambio en la tradicional política alemana que se resistía a cargar al presupuesto europeo ayuda para países en crisis. Pero Austria ya reclamó: hay que apoyar a los países más afectados, pero debe hacerse con créditos, no con subsidios.

No cabe duda de que se trata de una decisión extraordinaria, dijo el economista español Juan Torres López. Un incremento “sin parangón” en el presupuesto de la UE, entre cuyas ventajas Torres destaca que permitirá “financiar la reconstrucción sin necesidad de aumentar la deuda de los países que los reciban”.

Pero –agrega– “la dotación del fondo es a todas luces insuficiente si se toma en consideración la caída del PIB que se está produciendo en toda Europa”.

La Comisión Europea había aprobado hasta el lunes 18 de mayo, 120 solicitudes de ayuda –que dependen del espacio fiscal de cada país y del tamaño de sus economías– en el marco temporal vigente durante la crisis del coronavirus. Alemania representaba poco más de la mitad de esas solicitudes (51%), seguida de Francia (17%) e Italia (15,5%).

Para Torres lo que se necesita ahora no son planes para reconstruir la economía, sino para garantizar que las empresas no quiebren. Sobre todo en Italia y España. Para eso el acuerdo no sirve, asegura, y lo que el eje franco-alemán hace es prepararse “para reconquistar y reforzar su dominio en Europa”.

También los dólares

Algo similar pasa en Estados Unidos, donde los tres millones de millones aprobados para el rescate de la economía –que representan 14% del PIB norteamericano– serán insuficientes para lograr su objetivo, en opinión del presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell.

Viene un periodo de endeudamiento inevitable en casi todos los países, estimó el analista financiero mexicano Antonio Sandoval, para quienes no destinen recursos fiscales suficientes para reactivar la economía lo pasarán mal.

Pero –advirtió el periodista e intelectual británico Paul Mason, en declaraciones a la BBC– si un gobierno pone a circular más dinero y, al mismo tiempo, le quita dinero a la economía (bajando salarios y reduciendo el gasto público), el único lugar hacia donde ese dinero puede fluir “es hacia los más ricos”.

Para Mason necesitamos tres cosas: que el gobierno tenga una participación en todos los negocios estratégicos. Que use el dinero de los contribuyentes no para garantizarle un salario a todo el mundo, sino para proveer servicios gratis: salud, educación a nivel universitario, viviendas muy baratas; lo mismo que el transporte, que podría ser incluso gratis en las ciudades. Y, finalmente, que los bancos centrales compren deuda del gobierno, si es necesario de manera directa. ”Es el gobierno prestándose a sí mismo”, afirma.

Alternativa al neoliberalismo

En América Latina, las perspectivas dibujadas por la CEPAL para este año son caídas del PIB de 5,3%, del empleo de 3,5%, y un aumento de 4% en el índice de pobreza.

De los más de 600 millones de personas que viven en América Latina, poco menos de la mitad –270 millones– tendrán que enfrentar una situación de pobreza, unos 80 millones se verán en la miseria.

Ante esta realidad, un grupo de destacados políticos progresistas, la mayor parte latinoamericanos, que conforman el Grupo de Puebla, se reunió de forma virtual a mediados de mes y emitió un comunicado el pasado 15 de mayo.

En la reunión participaron siete expresidentes (el colombiano Ernesto Samper, el español José Luis Rodríguez Zapatero, los brasileños Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Roussef, el ecuatoriano Rafael Correa, el boliviano Evo Morales y el uruguayo José Mujica), a los que se sumó el actual mandatario argentino, Alberto Fernández, dirigentes de la izquierda y el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz.

Ahí afirman que este desalentador panorama latinoamericano “requerirá la puesta en marcha de instrumentos de política social y económica de los que la región se había alejado en los últimos años, por la primacía de modelos neoliberales que delegaron la distribución de bienes básicos en el mercado”.

Entre sus doce puntos, el documento reclama una moratoria de la deuda externa y que los Estados asuman la salud como un bien público global, además de condenar las sanciones impuestas de forma unilateral por Estados Unidos a Cuba y Venezuela.

El progresismo que nos identifica como Grupo de Puebla –concluyen– “debe articularse con el esfuerzo reciente de un grupo de intelectuales y figuras reconocidas de la izquierda para establecer la Primera Internacional Progresista”.

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