Mundo Analista internacional:

Bolsonaro y su ministro de Economía son “dos metástasis de un mismo cáncer”

La semana pasada intentaron manifestarse los seguidores del presidente brasileño en la céntrica avenida Paulista, en São Paulo, y fueron enfrentados por las barras de los equipos más populares.

Una de las mayores mentiras del siglo XX es que podemos separar la política de la economía, dice el profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Brasilia, Fernando Horta. Para Horta, Guedes y Bolsonaro son dos metástasis del mismo cáncer.

Se trata del ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes, y del presidente Jair Bolsonaro. El cáncer del que habla es el provocado por un Gobierno que ha empujado el país al borde del abismo institucional y lo ha llevado a un escenario catastrófico, como consecuencia de una pandemia cuyos efectos el presidente minimiza, pero que podría provocar más de 160 mil muertes de aquí a agosto en el país, según previsiones de instituciones norteamericanas.

Esta semana se multiplicaron en Brasil los manifiestos “en defensa de la democracia”, publicados en algunos de sus principales periódicos, firmados por representantes de un vasto espectro político, desde los expresidentes Fernando Henrique Cardoso y Michel Temer hasta cardenales, escritores, diputados y cantantes.

El fin de semana las firmas eran ya más de 200 mil. El expresidente Lula no firmó. No hay ninguna propuesta a favor de los trabajadores en esos manifiestos, afirmó Lula, así que no firmó.

Como dice Horta, no se puede separar política y economía. Crece la oposición a Bolsonaro, pero muchos de los que firmaron sueñan con las políticas económicas de Guedes. Horta insiste en que ambas cosas no se pueden separar.

En lo económico, critica el programa “Puente para el Futuro”, cuyo rechazo por la entonces presidenta Dilma Rousseff desató el proceso de impeachment en su contra y que después aplicó su sucesor, Michel Temer.

Un programa cuyo objetivo, según la presidenta del PT, Gleisi Hoffman, “era la destrucción de un estado de bien-estar social que comenzaba a ser construido”. Hoffman acusa a Cardoso y a Temer de apoyar una de las más perversas reformas de las leyes laborales del país. “Cardoso –afirma– fue conductor activo del proceso que terminó en lo que está viviendo Brasil”.

Un mismo cáncer

Se trata del proyecto de vender todo, privatizar lo que tenga el país: su empresa petrolera Petrobrás, su empresa aeronáutica Embraer, el Banco do Brasil y la estratégica base de Alcántara, administrada por la Fuerza Aérea Brasileña.

Alcántara –construida en 1983 en el estado del Maranhão, en el nordeste brasileño– es la estación más estratégica, la mejor posicionada del mundo, decía France 24 en un artículo publicado en octubre del año pasado. Hacía casi dos décadas que Estados Unidos trataba conseguir el control de esa base aeroespacial. Había querido siempre establecer ahí un centro de lanzamientos dada la estratégica ubicación de la base.

En el 2000, el Parlamento brasileño rechazó una propuesta parecida, negociada por el entonces presidente Fernando Henrique Cardoso. Se dijo que la presencia estadounidense limitaría la soberanía de Brasil.

Diecinueve años después, la mayoría parlamentaria cambió radicalmente. El 22 de octubre pasado aprobó, por 329 votos a favor y 86 en contra, un acuerdo que permitiría alquilarla finalmente a los norteamericanos.

Dos metástasis de un mismo cáncer –Guedes y Bolsonaro–. La enfermedad no ha dejado de evolucionar desde entonces. Se ha avanzado en la privatización de Petrobrás y de Embraer, mientras Guedes sigue presionando para privatizar “todo”. “Todo es todo”, asegura.

La marcha tenebrosa del fascismo

Bolsonaro llegó al poder en las elecciones de octubre del 2018 importando una nueva táctica de guerra, una que ya había sido probada con éxito en el Brexit –el referendo que aprobó la retirada de Gran Bretaña de la Unión Europea–, recordó Ricardo Capelli, periodista y representante del gobierno del estado de Maranhão en Brasilia.

Táctica que está ahora bajo investigación por el Supremo Tribunal Federal (STF). Es el caso de las fake news que habrían contribuido al triunfo de la candidatura Bolsonaro-Hamilton Mourão.

“La investigación llegó al núcleo del esquema de financiación y divulgación de mensajes criminales”, señaló Capelli.

Ahora también el Tribunal Superior Electoral analiza si corresponde pedir la anulación de la elección de Bolsonaro y su vice, el general Mourão.

Contrario a toda cuarentena para enfrentar la pandemia del COVID-19, Bolsonaro participa de las manifestaciones, cada vez más reducidas, de sus partidarios en Brasilia.

La semana pasada intentaron manifestarse en la céntrica avenida Paulista, en São Paulo, y fueron enfrentados por las barras de los equipos más populares, principalmente del Corinthians, club que cuenta con las simpatías del expresidente Lula. También en Río de Janeiro y en Minas Gerais las barras salieron a la calle a protestar contra las amenazas de Bolsonaro.

No se trata ya de saber si se va a romper el orden constitucional, sino de cuándo, afirmó Eduardo Bolsonaro, diputado e hijo del presidente, en entrevista a un canal de televisión, el 27 de mayo pasado.

“El 70% que no apoya Bolsonaro ya no acepta el papel de mayoría silenciosa frente a la marcha tenebrosa del fascismo”, opinó la periodista Teresa Cruvinel, quien integra un importante grupo de “periodistas por la democracia”, opositores al Gobierno.

“Hay que resistir a la destrucción del orden democrático, para evitar lo que ocurrió con la República de Weimar”, afirmó el ministro Celso de Mello, magistrado del Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil; se refería al orden político alemán posterior a la I Guerra Mundial que terminó en manos del nacionalsocialismo y sucumbió bajo el proyecto de Adolfo Hitler.

Dictadura o democracia, la cuerda reventará por algún lado, afirmó Cruvinel.

Para el general Mourão se trata de alborotadores. Es un abuso llamar de manifestaciones democráticas las de la oposición, ya que atentan contra personas y contra los patrimonios público y privado, “todos protegidos por la democracia”. Él pide reprimirlas.

Tampoco le gusta que se vea en el régimen actual –en el que la presencia militar en cargos de alto nivel supera ya la que tenían durante la dictadura de los años 60 y 70 del siglo pasado– similitudes con lo ocurrido en ese período.

Entonces Brasil vivía sometido a una dictadura que cerró el Congreso y gobernó ejecutando actos de tortura que el propio presidente Bolsonaro elogió públicamente ante el parlamento, cuando era diputado.

Ya presidente, recibió en su despacho a uno de los represores más reconocidos, el coronel Brilhante Ustra, al que elogió por haber torturado en aquellos años a la que sería después la presidente Dilma Rousseff.

Pandemia devastadora

A la crisis política se suma el efecto devastador de la pandemia. Con cerca de 30 mil nuevos casos diarios, Brasil es ya el segundo país más afectado, detrás de Estados Unidos. Camina hacia los 800 mil casos, con una transmisión comunitaria fuera de control. Con 40 mil muertos, ha visto esa cifra crecer en alrededor de 1.500 personas en un solo día.

Bolsonaro ha decidido entonces anunciar un posible retiro de la Organización Mundial de la Salud (OMS), como ya hizo Trump, y revisar los números de víctimas.

“Hay mucha gente muriendo por otras causas, pero los encargados en los estados o en los municipios atribuyen al COVID-19 para tener acceso a más presupuesto”, afirmó Carlos Wizard, nuevo secretario del ministerio de Salud, ahora también en manos de los militares.

El fin de semana, el ministro de Salud, el general Eduardo Pazuello, decidió que Brasil no enviaría más los datos sobre las muertes y los enfermos de la pandemia a las bases de datos internacionales, entre ellas a la de la prestigiosa John Hopkins University.

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