Cultura Alberto Conejero, dramaturgo español

“Un país siempre tiene que cuidar su pasado para aprender de él, de sus luces y sus sombras”

A la luz de la presentación de su pieza La Piedra Oscura, el escritor reflexionó sobre la importancia histórica de Federico García Lorca y el avance del fascismo en Europa y América.

“El pasado siempre está sucediendo, el pasado no está cerrado”, expresó convencido el dramaturgo español Alberto Conejero al empezar a referirse a su obra La Piedra Oscura, cuya puesta en escena formó parte del Encuentro Nacional de Teatro el pasado 12 de octubre.

La historia contada en la pieza se sitúa en el contexto de la Guerra Civil española y uno de sus dos personajes protagonistas es basado en Rafael Rodríguez Rapún, quien fuera secretario del grupo teatral La Barraca y pareja de Federico García Lorca durante los tres últimos años de su vida. Murió justo un año después que el enorme escritor, víctima de las balas de las mismas huestes fascistas.

El otro personaje es un joven policía del bando franquista o nacional que le vigila en un hospital. “La obra -explicó Conejero- mezcla realidad y ficción  porque nace de un proceso de investigación” que le llevó incluso a conocer al hermano de Rodríguez Rapún.

“Es un momento de extraña comunión de dos personas, que a priori son polos opuestos, son antagónicos: el hombre de letras de la república, Rafael, de valores progresistas y liberales, con ese muchacho huérfano, joven, Sebastián, del bando nacional”.

La Piedra Oscura fue estrenada en 2015 y ya se ha presentado en varios países. Fue gracias a la gestión del Centro Cultural de España que se concertó la entrevista con el dramaturgo.

¿Cómo siente la relación del público hoy en día con el teatro, hay generaciones que crecen pegadas a una pantalla y es válido preguntarse qué tan abiertas están a la experiencia presencial?

 — Enfrentamos uno de los retos más importantes que ha tenido el teatro a lo largo de sus dos milenios y medio de vida, porque en nuestros días está mediada la capacidad de atención. En España tenemos un problema muy grande con los móviles (celulares), en los teatros suenan continuamente, cuesta cada vez más tener a alguien hora y media con la atención fija.

Pero creo que la fragilidad del teatro es también su potencia, es uno de los pocos espacios donde seguimos juntándonos físicamente, donde no hay pantalla de por medio, donde de repente hombres y mujeres se reúnen para mover las emociones a la vez, eso es para conmoverse. Es verdad que a veces se siente que el teatro ocupa un lugar muy subsidiario, muy marginal en el colectivo, no creo que sea una derrota asumirlo. Su condición marginal es su potencia, por su fragilidad está fuera de las grandes industrias, no está tan sometido a la presión que tienen por ejemplo las plataformas de streaming de dar dinero, de triunfo, y creo de verdad que sigue siendo una trinchera desde algún lugar que no es masivo.

En España se vive un contexto interesante, desde el punto de vista de esta pieza. La exhumación de los restos de Francisco Franco y la emergencia de una opción política como VOX, bastante cercana al franquismo que mató a estas personas…

 — Sus herederos.

Todo ello parece calzar muy bien con su aseveración de que “Lorca es cada vez más contemporáneo”.

 — El pasado siempre está sucediendo, el pasado no está cerrado, en Costa Rica como en España y cualquier país, el pasado es un lugar abierto. Olvidar el pasado es permitir que vuelva a ocurrir lo peor.

No solo en España sino en toda Europa está el ascenso de los fascismos y la extrema derecha o de identidades religiosas  homófobas o muy extremas, lo estamos viviendo en a Europa  y parte de Latinoamérica.

España tiene un problema muy grande con su pasado, somos el país detrás de Camboya con más fosas comunes, con más desaparecidos, tenemos 100 mil compatriotas enterrados como perros.

Los dos temas de la pieza son la importancia de vigilar nuestro pasado porque sigue sucediendo y, por otro lado, la cuestión de la identidad sexual, son dos temas bastante trasversales y diacrónicos, que no pertenecen a una época en concreto.

El hecho de que se supiera que García Lorca era homosexual juega un papel muy relevante a la hora que deciden matarlo

 — Dijeron “le hemos metido dos tiros en el culo por maricón”. Es un hombre que, por otro lado, siempre tuvo en vida el presentimiento de la muerte prematura, toda su poesía y todo su teatro está atravesado ese presentimiento. Hay cosas escalofriantes, por ejemplo, en 1931 escribe la obra Así que pasen cinco años, la última acotación es el joven que muere y él muere justo cinco años después de escribirla.

Él comete el error primero de volver a Granada desde Madrid pensando que entre los suyos estaba más protegido, luego de esconderse en casa de unos amigos falangistas y uno de los hermanos Rosales fue quien dijo “está aquí”.

Esas últimas horas de García Lorca con la seguridad de que le iban a asesinar, tuvieron que ser terribles.

De los múltiples crímenes del franquismo ahora hay un revisionismo tratando de justificarlo, pero siempre está la muerte de García Lorca, mataron al hombre pero no al poeta. Ese crimen les va a perseguir a los fascistas en España, fue matar a un poeta por todo lo que significaba, por ser un hombre de ideas liberales, por ser homosexual, y luego porque les molestaba el brillo de su inteligencia, o sea, el “muerte a la inteligencia” del fascismo.

¿En esta pieza qué tan relevante es el tema de la homosexualidad?

 — No creo que sea el tema central, aunque sí que está ahí. Es una obra sobre la memoria, el perdón, la necesidad de que alguien sepa quiénes somos para poder ser verdaderos, que es una de las tragedias de la homofobia, cuánta gente está muerta en vida porque no puede decir realmente quién es. El tema de la homosexualidad no traté de ocultarlo ni de hacerlo central, no es una obra amarillista donde este jugando eso para atraer espectadores. Rafael muere con 25 años, además, era ingeniero de minas y representa cómo un hijo de un frutero y una criada puede acabar en el centro de la vida cultural. Eso fue la Segunda República: una oportunidad para que hijos e hijas de gente más humilde tuvieran acceso a la cultura, eso fue lo que segó la guerra civil y el fascismo, pero a mí, sobre todo, me interesa, con La Piedra Oscura, que siempre estamos a tiempo de cuidar nuestro vínculo con el pasado. Un país siempre tiene que cuidar su pasado para aprender de él, de sus luces y sus sombras.

Como decía Orwell, quien controla el pasado, controla el presente y controla el futuro.

 — Claro, porque un país es su relato, quien controla el relato, controla el país.

¿Le preocupa que la civilización occidental de repente parece estarse entregando a este rancio ideario de extrema derecha?

 — Me preocupa muchísimo, no es solo lo de la población LGBTI, también, las mujeres desde el repunte de los feminicidios pareciera que ante toda libertad conseguida, entra de inmediatamente una respuesta reaccionaria, parece un movimiento de sístole y diástole histórico. Me preocupa sobre todo la paradoja de que, en un mundo tan globalizado, cada vez soportamos menos la diferencia, hay mucha gente que no soporta la otredad, vivimos en un mundo necesariamente híbrido y diverso, ya no hay marcha atrás, cultural ni socialmente, nadie puede pretender vivir en una identidad clausurada y aislada, todos nos debemos acostumbrar a que el de al lado es una otredad sexual, política, religiosa, pero sí que hay un repunte del rigorismo identitario, la gente soporta cada vez menos lo diferente y creo que eso tiene que ver con el sistema económico, con el neocapitalismo, por eso creo que el teatro es muy importante, porque es una escuela de imaginación moral, nos hace pensar qué haríamos de ser otro, el teatro no viene a reforzar nuestros discursos identitarios, no es un discurso político, netamente, es un discurso que abre puertas a otras identidades. Con La Piedra Oscura no quería dirigirme a los ya convertidos, al colectivo LGBTI o al que tiene una mentalidad progresista como yo la pueda tener, o de izquierdas, quería lanzar preguntas que tenemos que hacernos como sociedad. Hay  gente que no es capaz de asumir que vamos a tener que estar juntos y diversos, si no, la aniquilación del contrario y es lo que estamos viviendo: cómo esos discursos de odio se dan en un mundo globalizado.

Si los fascismos de los años 40 fueron terribles, en un mundo globalizado lo van a ser aún más, porque el otro vive al lado, ya no hay barrios judíos, por ejemplo, o un gueto de la población LGBTI, todos estamos estamos mezclados, entonces, claro que me preocupa y claro que el teatro tiene que estar alerta y servir para ser esa escuela de imaginación moral.

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