De niña quiso tocar tuba pero le dijeron que no era un instrumento “femenino”; más tarde de estudiante universitaria fue acosada sexualmente sin que fuera castigado el profesor; tampoco pudo ser subdirectora de una banda municipal por la oposición férrea de algunos de los integrantes de la agrupación.
Hoy es invisibilizada como creadora de electroacústica académica por la oficialidad del país, dominada por hombres.
Aun así, Susan Campos Fonseca, compositora costarricense y docente de la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica (UCR), tiene su “habitación propia” (como sabiamente recomendaba la escritora inglesa Virginia Woolf).
Con agallas, tenacidad y fortaleza de guerrera, en la actualidad es la única artista nacional que graba, por ejemplo, con el sello Irreverence Group Music de Nueva York, entre otros hitos alcanzados a lo largo de dos décadas de carrera.
Con el cabello claro a medio rapar, alta de estatura, vestida de negro y los ojos marcados con delineador oscuro, Campos conversó con UNIVERSIDAD sobre qué significa ser mujer en un ámbito como la electroacústica de corte académico.
“Es duro”, repitió en varias ocasiones a lo largo de la entrevista en la Biblioteca de Artes Musicales de la UCR.
Nadie dijo que iba a ser fácil, y en el caso de la compositora el camino ha sido, más que duro, rudo, con la excepción -maravillosa- de que su padre y madre son feministas y amorosos. Ellos la acompañaron en su deseo de ser no solo artista, sino, ante todo, pianista.
Piano para componer
Campos cuenta que siendo preadolescente, se inició en la Banda Municipal de Turrialba queriendo tocar tuba. Este fue el primer obstáculo que vivió por ser niña e intentar vérselas con un instrumento enorme y pesado. “Me dijeron que no era para una chica. Ahí empezó todo”, recordó.
Entonces optó por el clarinete y el piano, que le permite, ahora de adulta, componer obras electroacústicas académicas, descritas así por Campos: “mi música se basa en un principio: el gemido humano, que contiene el hálito vital del placer y el llanto. La vida humana se rige por dos principios: el deseo del amor y el inevitable camino hacia la muerte. Yo procuro pensar la composición musical y la experimentación sonora en ese tránsito”.
Luego del periodo en la Banda y de la mano del compositor Marvin Camacho, a quien considera su maestro, Campos continuó sus estudios en la Etapa Básica de Música de la Escuela de Artes Musicales de la UCR.
En su natal Turrialba, que ella percibe como una comunidad sui generis, la experiencia musical adquirida se combinó con un entorno familiar propicio para el arte, pues su padre solía, entre otras actividades, grabarla a ella y a su hermana con un micrófono en una grabadora de cinta abierta, mientras contaban cuentos y leían poesía.
“Mi hermana y yo hacíamos obras experimentales desde que éramos muy pequeñas, incluso a los doce años hicimos una que se llamaba Metamorfosis; mi madre tiene la partitura. Era una obra para piano preparado, flauta y clarinete”, contó Campos.
Según la compositora, lo bueno es que en ese hábitat se premiaba la actitud experimental, talante introyectado gracias a la habitación colmada de instrumentos musicales, herramientas para pintar y una biblioteca que sus padres le asignaron y que ella llamaba “el estudio de la doctora Susan Campos”.
“Lo decía Virginia Woolf: ocupas una habitación propia para crear y pensar la vida que quisiéramos a nivel intelectual y creativo”, enfatizó.
De este modo, Campos visualizó de adolescente quién quería ser. “Creo que fue un privilegio, aunque siempre hay dificultades; sobre todo, por ser una comunidad rural, donde hay muchos prejuicios, mucho machismo alrededor de la figura emancipada, disruptiva de una mujer; porque si es un hombre, esto se premia, pero en una mujer se castiga”.
Efectivamente no todo fue color de rosa -o azul-, pues cuando cumplió 15 años y estaba en noveno año de colegio decidió hacer el bachillerato por madurez, ya que fue víctima de bullying.
“Incluso sufría de agresión física, y a veces con colaboración de los docentes, que no te protegen porque sos una figura molesta, incómoda. Yo me refugiaba en el salón de actos en donde tenían un piano de cola Yamaha y pasaba ahí horas estudiando piano”.
Exploración
A raíz de esta deserción colegial, a Campos la ha marcado el espíritu de exploración, que para ella es como caminar con una lámpara en la oscuridad: “es no ir a lo seguro porque he apostado al riesgo; no he querido ser una persona cómoda, ni como artista”, se definió a sí misma.
En ese periodo, el músico Jorge Luis Acevedo, decano de la Facultad de Bellas Artes, le otorgó una oportunidad para estudiar en la sede Rodrigo Facio en San Pedro. “Fue duro”, reiteró Campos, pues el cambio del contexto rural al urbano fue radical.
Durante el tiempo de la licenciatura estudió en clases privadas con el musicólogo, pianista y compositor venezolano Juan Francisco Sanz, y el repertorio histórico y la práctica históricamente informada cobró importancia.
Fue así como al fungir como directora de la Orquesta Sinfónica de Cartago y de los ensambles de la Escuela Municipal de Paraíso, aprovechó para desarrollar programas con un repertorio de esa naturaleza. La experiencia, entonces, le señaló que debía especializarse.
Campos marchó a Inglaterra con una beca de la Asociación Internacional de Bandas Sinfónicas y Ensambles en el 2003, para luego regresar a Costa Rica e intentar ser subdirectora de la Banda de San José, pero no lo logró. Aunque ganara la audición: algunos músicos de la agrupación enviaron una carta “bastante nociva hacia mi persona y con una actitud muy machista no me dieron el puesto”, precisó.
Posteriormente, le fue otorgada otra beca de la Fundación Carolina y viajó a España a estudiar musicología en el Real Conservatorio de Madrid, con especialización en estudios sobre rescate y difusión del patrimonio artístico histórico iberoamericano, así como del patrimonio virreinal.
Por su maestría y doctorado en musicología histórica sobre la colección de Robert Stevenson recibió, no solo la Visiting Scholar y un fellowship de la Universidad de Los Ángeles, California, sino otra beca de la Universidad de Riverside, en el Centro de Investigación en música latinoamericana.
Con la tesis doctoral sobre la recepción de la obra de Miguel de Cervantes en el repertorio musical fue reconocida con el premio de Musicología de Casa de las Américas.
Han pasado cinco años desde que fue galardonada, retornó a Costa Rica y fue invitada por Marvin Camacho a trabajar en el Recinto de Turrialba de la sede del Atlántico de la UCR.
Fue coordinadora académica general de la UCR en la sede Interuniversitaria de Alajuela, y luego fue nombrada como docente de los cursos de historia en la EAM en San Pedro, y además coordina el Archivo Histórico Musical.
Su rol de profesora la hace radicar unos días en la capital y luego viaja a Turrialba, considerado por Campos un santuario.
Creatividad experimental
Campos extraña su pueblo natal, ya que le gustaba estar el servicio de su comunidad en donde tuvo a cargo la cátedra interdisciplinar “Toriaravac” para el patrimonio y la innovación, proyecto de la Vicerrectoría de Acción Social. El nombre, que significa torre de fuego en huetar, le fue dado al volcán Turrialba por el pueblo originario.
En ese espacio llevaban a cabo laboratorios de experimentación urbana, con el fin de facilitar que la población pudiera pensarse e imaginarse a sí misma a través metodologías del arte contemporáneo.
A la vez trabajó con personas que creaban metal, noise, electrónica radical, trap y hip hop, y que fabricaban sus propias herramientas a partir de tecnología de desecho.
“Mi lucha siempre ha sido romper los prejuicios entre la capital y las comunidades, de que solo en San José sucede la innovación, y demostrar que en las comunidades también podemos hacerlo. Es la manera en la que podemos pensar modelos de desarrollo decolonial que permitan que todas las comunidades pueden crecer y no solo la capital a partir de los modelos de empresa transnacional y el consumo”, expresó Campos.
Este activismo lo traslada al ámbito de la musicología feminista, que, según detalla, detona cuando por primera vez se reúne la sociedad de musicología teórica junto con musicólogos históricos en 1991-1993.
En estos espacios, Campos conoció a la pionera de la Nueva Musicología, Susan Mcclary, quien propone que los discursos acerca de la historia de la música son patriarcales, refuerzan modelos de poder eurocéntricos, occidentales, de una sociedad moderna colonialista y racializados.
La enseñanza de la música en este contexto es criticada a partir de la repetición del culto a la figura del compositor, hombre y centroeuopeo. Esa es la figura del genio a la cual hay que rendirle culto y cuyas obras construyen el canon reproducido por la sociedad, que define lo experimental y la innovación, e instaura las bases de la tradición.
“Trágicamente hay una absoluta omisión de las mujeres dentro de estas prácticas, sea como compositoras, directoras o instrumentistas. Se le ha reducido a la figura de la musa y la amante del genio, y entonces hay una sexualización de estos discursos, que yo procuro ofrecer al debate de mis estudiantes”.
“Además ha habido una heteronormatividad”, continúa Campos, “para la cual el enfoque feminista ofrece una crítica a esa reducción del mundo a modelos binarios, de género y sexualidad en las prácticas creativas”, puntualizó.
Al lado de este pensamiento, Campos coloca su adhesión al feminismo decolonial, en la medida en que discute las razones por las cuales América está ausente de las narrativas históricas. “¿Dónde están los pueblos americanos originarios?, ¿por qué no construimos en transversalidad con Grecia y otros pueblos?”
Mujer música
¿Por qué las mujeres están ausentes de la música académica en nuestro país?
-La figura del director y compositor es absolutamente dominante en Costa Rica desde hace 150 años: hombres que dirigen las orquestas, las bandas, que se programan a sí mismos y programan a sus amigos, y las mujeres desesperadas tratando de que las incluyan en el programa del concierto.
¿Quiénes son portada del periódico, quiénes reciben los premios nacionales de cultura? ¿Cuántas mujeres llevan años trabajando en pos de la creación y gestión cultural?
De acuerdo con Campos, cuando se programan compositoras es debido a que tienen un cierto perfil. Sin embargo, si hay una líder alternativa al poder que ellos ostentan, no le dan visibilidad.
“Yo soy totalmente excluida y como compositora costarricense no existo”, se lamentó. “He estrenado obras mías en varios festivales internacionales y no ha salido nada en la prensa, y en contadas ocasiones en los medios de comunicación de la UCR”.
Hay personas que creen que la obra musical no tiene género.
-¿Cómo narramos la teoría de la música? Un tratado de armonía define cadencias masculinas -fuerte, alegre, enérgico- y femeninas -débil, melódico, romántico-. Claro que hay género en la teoría de la música. Lo que sucede es que se naturalizan comportamientos con actitudes machiplacientes para poder entrar en el círculo de poder.
¿Qué piensa sobre el acoso sexual y el movimiento #metoo, aplicado a la Escuela de Artes Musicales?
-Es un tema delicado. Yo avalo la campaña (de la Vicerrectoría de Docencia) para que no temamos denunciar; pero en materia legal nos queda mucho por hacer, porque se sigue culpando a la víctima: las mujeres tienen la culpa de lo que pasó y los hombres, en general, gozan de absoluta impunidad y son educados para creer que pueden hacer lo que quieran. En el mundo académico se suma la falta de ética profesional, a raíz de la cual los profesores tienen relaciones afectivas y sexuales con estudiantes, y estas aceptan ese tipo de relaciones de poder.
De este modo, en el mundo de la música hay prácticas de socialización que se han naturalizado y los medios a través de los cuales se puede denunciar la violencia, el acoso, y la agresión, aunque pueden estar claros en el papel, no siempre son fáciles de identificar.
Al respecto, Campos menciona que se deberían implementar reglas más claras acerca de qué tipo de vínculo debe haber entre estudiantes y profesores.
“Yo fui víctima de acoso sexual en mi época de estudiante, y se trató de solucionar sacándome del entorno del profesor a quien no se le castigó nunca por lo que hizo. Con los años me pidió disculpas, pero siempre se le protegió y al día de hoy no fue juzgado. Eso continúa siendo una herida para mí, por eso entiendo que las víctimas denuncien muchos años después. Eso y lo de la banda me mostraron el mundo en el que yo vivía”.
Pie de foto 1: La música electroacústica de corte académico que compone Susan Campos es interpretada con tecnologías analógicas, instrumentos tradicionales y componentes electrónicos en tiempo real y en tiempo fijo. (Foto: Ricardo Bohorquez).
Pie de foto 2: Susan Campos en el campus Rodrigo Facio de la UCR, en donde es profesora de historia en la Escuela de Artes Musicales. (Foto: Ivan Sanabria).
Pie de foto 3: La producción “Una mujer sin importancia” de Susan Campos y Elena Zúñiga toca el tema de los femicidios y la literatura de ciencia ficción escrita por mujeres. (Foto: Ivan Sanabria).