Cultura Ariel Escalante, cineasta costarricense

“Que el espectador dé de sí”

El sonido de las cosas, que continúa su recorrido por festivales internacionales después de sobrevivir apenas una semana en las salas de cine ticas

El sonido de las cosas, que continúa su recorrido por festivales internacionales después de sobrevivir apenas una semana en las salas de cine ticas, es una invitación a reflexionar sobre las apuestas, pero también sobre la suerte de la cinematografía costarricense.

Muchos espectadores se quedaron sin ver El sonido de las cosas, que no sobrevivió más que una semana en las salas de cine costarricenses. Quizás porque se trataba, como postula su director Ariel Escalante, de un filme “diferente”. ¿Diferente en qué sentido?, le preguntamos. “Diferente a lo que normalmente vemos en los cines comerciales”, responde, para revelar de inmediato su credo: “me interesa que el espectador dé de sí. No solo emocionalmente, sino en lo intelectual, porque la película no da todo lo que los espectadores ven finalmente. Ellos ponen de su parte. No es una película de esas que chocan, pero sí es exigente”, dice.

Escalante no está solo en esta que llama su apuesta: es la de muchos cineastas a través de toda América Latina, y Costa Rica no es la excepción. Piénsese es otros cineastas costarricenses, exigentes también a su manera, como Ishtar Yasin (El camino, 2009), Paz Fábrega (Agua fría de mar) o Jurgen Ureña (Muñecas rusas, 2014).

Como puede que sea para esos otros cineastas, para Escalante esto de hacer cine es una búsqueda, principalmente interior, cuyo desenlace es generalmente incierto.

Esta inconclusión puede incomodar, dejar sin respuestas, o simplemente aburrir a muchos espectadores, formados en una forma de narrar menos exigente.

Él se encarga de poner su cine en contexto: “hubo un tiempo que en América Latina se producían películas “abarcadoras”, políticas y sociales; pero sobre todo con el nuevo cine argentino, el de directores como Lucrecia Martel o Pablo Trapero, o el del uruguayo Adrián Caetano, la balanza se comenzó a inclinar hacia lo más íntimo, hasta el punto que es ahora tendencia, aunque la palabra no me guste”.

Con El sonido de las cosas, una película que cuenta, con más gestos que palabras, una historia en torno al duelo, el director de 32 años se suma a dicha tendencia. Lo hace con un relato que, a partir de la intimidad de una joven enfermera, se propone entablar un diálogo con la intimidad de su público, si este le da una oportunidad:

“Yo estoy clarísimo que mi película, si te sientas a verla, te la vas a llevar entera. Por supuesto, no es una “peli” que siga una cierta preconcepción de cómo se narra, entonces no es una apuesta segura”.

Más búsquedas que encuentros

Antes de llegar a los cines costarricenses en este mayo, El sonido de las cosas hizo un largo recorrido por diferentes festivales. Su estreno mundial se efectuó en el Festival de Moscú, el año pasado.

Fue el primero de media docena de encuentros: a Moscú siguieron festivales en Biarritz (Francia), un par en Suiza, en Mar del Plata (Argentina), en La Habana (Cuba), en Clermont-Ferrand (Francia), en Tubingen (Alemania) y en Austin (Estados Unidos). A estos se suman los festivales de San José y el de Panamá, los dos el año pasado. Y habrá más: “Esperamos la confirmación de un par de festivales más en América del norte y en Europa”, cuenta.

Según recuerda, en Suiza cuestionaron el país que se veía en pantalla: ¿dónde están los problemas sociales de su país?, le preguntaron directamente. ¿Es eso Costa Rica?, parecían cuestionar.

“Y sí, había algo de cierto, pero era algo deliberado: El sonido de las cosas no es una película de playa, o de montaña, o de migración. Es una historia personal, que podría ocurrir en cualquier país del mundo. Era ese nuestro interés, no poner sobre la mesa el tema del subdesarrollo, por ejemplo”.

Esta anécdota se empareja con otra, proveniente del estreno en Moscú, donde algunos espectadores le dijeron “¡Qué “peli” tan rusa!”. Es probable que para el realizador costarricense esto sea un triunfo, porque mostraba que ese relato tan íntimo, tan personal, podía ser también universal.

Escalante parece citar a Sócrates cuando dice que el cine sirve para conocerse a sí mismo:

“Y si eso fuera lo único que sacamos de hacer una película, pues está bien”, agrega. Lo curioso es que para él este conocimiento interior deviene en una forma de comunicación. “El cine te da una perspectiva, te permite meterte en la intimidad de alguien que no sos. Te ayuda a sentirte menos solo o sola”, explica.

En este sentido, es interesante cómo El sonido de las cosas se suma a la que ya es una constante en el cine nacional: toda una serie de películas, dirigidas por hombres entre los 30 y los 40 años, que abordan el tema del duelo; antes lo hicieron Espejismo (2014), de José Miguel González y Nina y Laura (2015), de Alejo Crisóstomo.

Escalante tiene una explicación bastante sencilla para esto: “yo creo que conforme hay más películas, más temas son explorados, incluso los íntimos, y el duelo es uno de ellos.”

Cinco meses, cuatro largos

Escalante tiene claro cuál es su tipo de cine, así como los temas que le interesan, pero no los considera los únicos que caben en el cine costarricense. Para él, es muy cool que se esté produciendo y estrenando todo tipo de filmes en el país:

“Y es que estamos apenas en mayo y ya se estrenaron cuatro largometrajes costarricenses en este año, todos muy diferentes: Mayordomo, de César Caro; Enredados: la confusión, del director indio Ashish R. Mohan, Amor viajero, de Miguel Gómez y El sonido de las cosas”, cuenta. A ellos, suma la media docena de películas que se han rodado o están por rodarse.

El cineasta no estudió cine en Costa Rica, sino Ciencias Políticas, según dice porque entonces no había una escuela de cine en el país.

Su escuela fue su participación en el colectivo Los Bisontes, integrado principalmente por estudiantes de Ciencias de la Comunicación Colectiva de la Universidad de Costa Rica, con quienes hizo numerosos cortometrajes que hoy recuerda como “ejercicios”.

Posteriormente, viajó a Cuba, donde estudió en la escuela de cine de San Antonio de los Baños, y a Canadá, donde se especializó en guion en la Universidad Concordia. El contexto en materia de formación y de producción había cambiado para cuando se dio su regreso al país.

Es entonces que se sumó al proyecto de la Escuela de Cine de la Universidad Veritas, en la que es profesor de guion y dirección desde hace cinco años.

Por su breve, pero rico recorrido académico y profesional, Escalante es un testigo excepcional de la ebullición que experimenta el audiovisual costarricense desde hace algo más de diez años.

Según recuerda, hace apenas quince años los jóvenes cineastas no tenían muchas oportunidades para aprender el oficio, y mucho menos contaban con las oportunidades de apoyo a la producción que hoy existen.

“En mi caso, yo tuve como primer trabajo El camino y no participé en ningún otro largometraje hasta Princesas rojas (de Laura Astorga), cuatro años después. En cambio, ahora, los chicos y las chicas asisten a rodajes desde que son estudiantes, lo que les da herramientas para cuando emprenden sus propios proyectos”.

No todos estos proyectos llevarán a un Sonido de las cosas, tampoco a un Maikol Yordan, y es allí donde reside el entusiasmo de Escalante: “hay mucha efervescencia, mucha energía; mucha ruptura, no sé de qué, ni hacia qué, pero es ruptura”.

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