Cultura

La voz del ave de Eddie Mora: entre tankas y truenos

El compositor costarricense Eddie Mora lanzó en mayo su álbum La voz del ave, grabada en Costa Rica con ensambles e intérpretes cien por ciento con huella nacional

La naturaleza que nos tocó como país nos tocó. Es por sí misma exuberancia, verdor, aves, lluvia, truenos; un paisaje visual y sonoro de extraordinaria belleza.

La experiencia de habitar en esta tierra marca indiscutiblemente al compositor de música clásica (o de concierto), Eddie Mora, quien a lo largo de 25 años ha ido destilando un lenguaje que él no define con exactitud, aunque admite que es costarricense en la medida que su identidad lo es y se nutre del entorno que lo rodea.

Portada del disco compacto La voz del ave, del compositor Eddie Mora.

“(Mi múisca) es costarricense y no puede ser de otro lado porque yo vivo en Costa Rica. Constantemente estoy participando de la vida musical y artística del país, estoy en contacto con los músicos, sus necesidades; las piezas están escritas para los músicos, yo me imagino a los músicos tocando lo que estoy escribiendo. El paisaje natural y social, cultural, los colores, timbres y sonidos, tienen que verse reflejado en lo que escribo”, precisa.

Producto de su más reciente labor creativa, Mora presentó en mayo el álbum “La voz del ave”, conformado por cuatro obras: Sine Nomine (2017), La voz del ave (2019), Silencio V (2007) y Desde la tierra que habito (2015).

Las piezas fueron grabadas en el Teatro Eugene O’Neill, el Centro Nacional de la Música y el Auditorio de la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica (EAMUCR), y participaron en el proyecto alrededor de 90 músicos, con apoyo del técnico de grabación, y ante todo amigo y compinche, Carlos “Pipo” Chaves.

Mora confió y entregó las partituras a los ensambles de la Orquesta Sinfónica de Heredia (OSH), la Banda de San José, la Banda de Cartago y el Ensamble Contemporáneo Universitario de la EAMUCR; tres de las obras se grabaron bajo su propia batuta y La voz del ave fue dirigida por el mexicano Eduardo García Barrios.

Aunque la palabra inspiración no le termine de satisfacer, Mora explica que la suya proviene de la literatura, en el caso del nuevo disco compacto de la tanka y el haiku (de origen japonés), y de la naturaleza apabullante de nuestro país.

“Escuchar, antes de que llueva, esos retumbos en el cielo que hacen parecer que se va caer…”, expresa Mora, con su acostumbrado tono enérgico y alegre.

Con el mismo asombro, el compositor alude a los géneros literarios denominados tanka y haiku, que se cultivan hace siglos en Japón y que el escritor argentino Jorge Luis Borges acuñó de  manera delicada y prístina.

Precisamente, la pieza titulada La voz del ave, segunda de su disco y que tiene una duración de 9:11 segundos, proviene de la imagen y sensaciones provocadas a Mora al leer una tanka creada por Borges.

La voz del ave
que la penumbra esconde
ha enmudecido.
Andas por tu jardín.
Algo, lo sé, te falta

Para Mora es mágico el poder leer un texto tan breve y darle un interpretación distinta cada vez que es leído.

De este modo ha encontrado en el poder de la palabra la emoción de saber que “el contenido es infinito, y que uno puede jugar con ese infinitud con los sonidos y la música, cuando hacen contacto y establecen una relación íntima”.

Selva tropical

Los rasgos que caracterizan las composiciones de Mora están basados en el énfasis de la textura, el color y el timbre que dan los instrumentos acústicos de la orquesta, particularmente aderezados con la percusión.

“El lenguaje se destila con el tiempo, a partir de procesos en los que se van asimilando el color, las combinaciones tímbricas, y la utilización con mayor frecuencia de ciertos instrumentos para tener una línea dramatúrgica en la música”, explica Mora.

Esos instrumentos privilegiados en las composiciones de Mora son la flauta en sol (alto), el clarinete bajo, el contrafagot, el bombo de concierto, los tal-tams, y aquellos de cuerdas con registro grave.

Segmento de la partitura La voz del ave, obra creada por el compositor costarricense Eddie Mora

Y aunque admite que el ejercicio de la composición no es sencillo para él, también está consciente de que requiere de una actitud, una justificación, un argumento y, finalmente, un impulso creativo.

La música es un lenguaje abstracto y puede tener muchos sgnificados que dependen del estado de ánimo de quien la reciba. Aún así, Mora menciona que en su caso tiene mucho de la selva tropical húmeda, con la exuberancia de sonidos y texturas que posee.

“Eso quiere decir que la suma de instrumentos, la suma de colores siempre me da la sensación de que estoy en una vegetación espesa, esa paleta musical, por ponerlo en términos plásticos, es la que yo utilizo en mis obras, y la que mi oído me indica que debo utilizar para acuerpar, para darle forma a una pieza”.

Concluye entonces que una obra musical por más abstracta que sea, siempre contiene algún tipo de discurso musical que conduce a a una narrativa no definible con exactitud.

Esto conlleva a que Mora no utilice una terminología musical para delimitar sus composiciones, pues “se queda corta para la carga emocional que tiene”.

Música en pandemia

Si bien producir el disco compacto La voz del ave no fue un hecho fortuito, lanzarlo en medio de la pandemia podría considerarse algo azaroso, tomando en cuenta que el distanciamiento físico, las medidas de cierre y la prohibición de llevar a cabo espectáculos en salas de teatro y conciertos no se podían prever hace escasos tres meses.

Mora lo produjo a lo largo de dos años, y planificó presentarlo en alguna sala de país. El álbum reúne composiciones creadas de 2007 al 2019, periodo en se puede distinguir los rasgos estilísticos que Mora ha venido cultivando.

“Todo estaba listo, los textos, la traducción al inglés, los masters, así que no había motivo para no hacerlo”.

Mora tenía métricamente planeado para que sucederia en mayo, pero no contó con que las condiciones sería pandémicas. “En marzo cuando vi que todo se ponía cuesta arriba tuve dos opciones o lo hago o no lo hago, pero era más difícil no hacerlo que hacerlo porque ya tenía todo muy avanzado”.

No solo el lanzamiento ocurre en medio de una especie de distopía sanitaria, sino que la grabación de La voz del ave se dio en una situación límite, en un tono de realismo mágico.

Mora narra la historia con el asombro y el humor diáfano que lo acompañan contínuamente:

“La última pieza que grabamos fue en el Centro Nacional de la Música, una tarde soleada de domingo con algo de viento. Cuando íbamos a la mitad, una de las ramas de un árbol cayó sobre los cables de electricidad, y se fue la luz. Esto significaba que había que parar la grabación, y el director mexicano se iba en la noche. Nos quedaban seis minutos de grabación, y “Pipo” (el técnico de grabación) dijo que compráramos un aparto, para pegarse a la batería de un carro, que se jaló con un cable de unos cien metros hasta el lugar y se conectó a la computadora. También grabamos con unas luces con baterías que habíamos llevado. Fue poético. Terminamos de grabar a las 6 p.m., cuando estaba prácticamente oscuro”.

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