Cultura Exposición “Ejercicios de autonomía”

Historias de dos cuerpos femeninos y disruptivos

En Teorética, las artistas visuales Victoria Cabezas y Priscilla Monge dialogan con sus obras sobre la irrupción femenina en espacios tomados por la masculinidad dominante

La sensación al recorrer las salas de Teorética  (ubicada en Barrio Amón), que albergan la exposición “Ejercicios de autonomía” de las artistas visuales costarricenses Victoria Cabezas y Priscilla Monge, es la de un territorio liberado, donde una poética de lo femenino y sus cuerpos logran emanciparse de los mandatos de género de nuestra sociedad patriarcal.

Con un tono irónico, que roza con la parodia para llegar, incluso, al dolor, ambas artistas transmiten con sus obras una fuerza transgresora sobre temas como la cultura popular, la economía política, el espacio doméstico, la violencia o los roles de género, y así reclamar la autonomía de sus vidas y cuerpos, según expresa el curador de la exposición Miguel López.

La muestra incluye obras de Cabezas y Monge encontradas por López en los archivos de las artistas, y que “jamás habían sido mostradas en la trayectoria de ambas, para tener miradas más complejas de su trabajo y que hablan sobre su compromiso y rigor con procesos de investigación artística”, escribe López en la presentación de la página web de Teorética.

Victoria Cabezas, Gato y telenovela 2, 1983. Copia en gelatina de plata coloreada manualmente, 20.3 x 25.3 cm. cada una.

Hasta el 10 de diciembre, el público podrá participar de esta “puesta en escena” –noción performática que López introduce en su valoración de la muestra– en la que se encontrará, por ejemplo, con una escultura de un banano afelpado de grandes dimensiones, de Victoria Cabezas, o una de unos huevos pintados en color oro en una base de cartón, de Priscilla Monge.

La victoria de Victoria

¿Es una crítica al macho y su falo que domina? “Si y no”, respondió Cabezas. “Mi intención no fue presentar una visión negativa de los hombres; me quise dirigir a esa supuesta sensualidad del hombre latinoamericano. La sensualidad de los hombres es un valor pero tal vez exagerado”, afirmó con un dejo jocoso.

Cabezas no quiere imponer lecturas a los visitantes de la exposición, y la mayoría de las veces se escabulló con amabilidad a preguntas definitorias de su trabajo visual.

Sin embargo, para la serie de fotografías relacionadas con los bananos y el hombre, producto de uno de sus proyectos experimentales más importantes, sí hace la aclaración de que para ella los bananos son como gusanos: “me estoy refiriendo a la explotación de los trabajadores de la compañía bananera, a los relatos de cómo amanecían sangrando por los insectos de las selva. Esa es una doble visión de falos y gusanos”. De esta forma, una lectura sobre la economía se materializa en su expresión artística.

Siendo estudiante de la Universidad de la Florida a principios de los setentas, Cabezas recuerda que el tema de los bananos surgió cuando se presentaba como costarricense y la gente le decía: “ah sí, Costa Rica banana Republic”.

“Me causaba enojo y risa, asombro de lo que se suponía que era la vida acá, éramos como Carmen Miranda”, indica en referencia a una actriz que interpretaba a una mujer del trópico exotizado de la industria del cine “hollywoodense”.  “Entonces, si ve (en la serie de fotografías) bananos guindados de los árboles y plantas es porque yo leí libros que hablaban de las plantaciones de árboles con bananos”, declaró Cabezas.

La artista considera que sus proyectos más representativos son aquellos con un elemento autobiográfico. Tal es el caso de la serie “Mujeres, gatos y televisores” (1983) que realizó durante una maestría en el Instituto Pratt en Nueva York.

“En este caso tuve pasión por mi vida en Nueva York, por retratar mi espacio íntimo, lo que yo rescataba de mí: una costarricense en ese lugar. No es que me dio temor, pero yo me veía como una persona aparte”, recordó.

En esa ciudad cosmopolita por excelencia, ella pensaba que iba a “jugar de fotógrafa neoyorkina” para capturar las calles, la ciudad, la gente, la locura, “pero esto lo hace todo el mundo y no tiene nada que ver conmigo”. Entonces se dedicó a fotografiar su espacio íntimo, su vida dentro de un pequeño apartamento, con su gato Mio Mio que la acompañó desde Costa Rica.

Para López, con esas fotografías de larga exposición en donde Cabezas se retrata a ella misma desnuda junto con su gato y un televisor que transmite telenovelas y dibujos animados, la artista “propone una reflexión sobre cómo los medios de comunicación modelan la subjetividad y en particular las de las mujeres; cómo construyen una serie de demandas y necesidades, estereotipos”.

Priscilla Monge, Pantalones, 1998. Impresión cromogénica sobre papel, 145 x 120 cm.

¿En esa época siente que tenía conciencia de género?

VC: –No, pero mi papá influyó en mi visión de las dificultades que tenían las mujeres en este país. Él fue el fundador de la asociación demográfica y fue muy atacado por la iglesia católica por traer métodos anticonceptivos que no eran aceptados en esa época. Yo crecí leyendo estos artículos en contra de mi papá. Él luchó tanto por tener los hijos que se puedan hacer felices; entonces, mi conciencia era de que en situaciones así, eran las mujeres las que se llevaban las dificultades el resto de la vida y cómo se les estaba impidiendo ser dueñas de sus propias decisiones.

Cabezas también rememora que una vez cuando ella tenía 15 años, en una conferencia sobre el aborto, la única persona que defendió el procedimiento como un derecho fue su padre con el siguiente argumento: “yo no quiero hacer abortos, yo lo que estoy tratando es de salvar a las mujeres a quienes les hicieron una carnicería porque no pudieron tener un aborto legal. Las mujeres adineradas se van a para Miami y se hacen el aborto”.

Luego de este proceso curatorial, Cabezas recuperó un tesoro del que estuvo punto de deshacerse, pues tomó la decisión drástica de desempacar una ampliadora de fotografías que tenía lista para la venta. “Ahora armé el cuarto oscuro y estoy de nuevo trabajando ahí, tenía años de años de no hacerlo. Por culpa de Miguel (López) volví al cuarto oscuro”, confesó.

Sangre y tejidos de Priscilla

Para Priscilla Monge –la otra voz de la exposición “Ejercicios de autonomía”, que entra en diálogo con Victoria Cabezas–, el proceso curatorial le ha significado “hacer una revisión profunda y reencontrarme con algunos trabajos que deliberadamente dejé olvidados”.

Desempolvadas y puestas en valor junto a otras obras de Monge, la muestra reivindica el cuerpo como algo lúdico, en el que el erotismo y el deseo se posicionan con una mirada femenina, apropiada, sin concesiones, hacia el mandato tradicional de género.

Monge reconoce que trabaja desde su intimidad “para traer a la esfera de lo público aquello que desea visibilizar”, como ocurre con la serie de obras “Pintura salvaje” de los años noventa; la cual, de acuerdo con la interpretación curatorial de López, se basa en elementos de uso doméstico como las telas de los sillones para hacer alusiones eróticas y sexuales a partir de cuerpos de mujeres pintados sobre ellas.

Según López, Monge reclama cómo en su generación de artistas visuales la pintura estaba dominada por los hombres e intenta resarcir este dominio masculino disputando la manera en que las mujeres estaban representadas en la historia del arte, pues habitualmente son ellos quienes las retratan.

La obra de Monge es un golpe directo a la conciencia de género, y que de manera sutil pero a la vez manifiesta visibiliza las “pequeñas historias” –dice la artista–, de las cuales parte para crear. “Abro grietas o espacios dentro de la Historia”, puntualizó.

En esa historia con H mayúscula que ha sido narrada por el patriarcado, las grietas de Monge son al mismo tiempo vastedades de un supuesto tipo de amor y agresión, como los relojes en mármol que marcan la hora de una violación en la serie intitulada “Relojes instrumento de medición”.

Explicado por López, esta obra alude a un instrumento de medición forense que sirve para determinar cuándo una persona ha sufrido agresión sexual y ha tenido sexo sin consentimiento.

“El instrumento detecta las heridas en una prueba que se practica a las mujeres –o cualquier persona–; si las heridas están en determinadas direcciones se puede deducir que ha sido un sexo forzado. Es una manera de hablar sobre la invisibilidad de la violencia, sobre el “amor” y la agresión, que es la manera en que muchas mujeres han sido educadas”, detalló López.

Priscilla Monge, Sin título, de la serie Pintura salvaje, 1994. Acrílico sobre terciopelo, 194 x 143.5 cm. Colección particular, San José.

¿La construcción cultural de la mujer como género es un tema que está presente en su obra?

PM: –Si está presente, en algunos trabajos es más claro que en otros. Como por ejemplo en los tabúes que se dan con respecto a la mujer y la menstruación. Como el cuerpo de la mujer es visto como un cuerpo “abyecto” que sangra, da leche, da vida y llora. Esto está muy presente en los pantalones hechos con toallas sanitarias (intitulado “Pantalones”) o en el vestido pintado con sangre (intitulado “Autorretrato”). También en el video “¿Cómo morir de amor?”, donde la telenovela es llevada al extremo y la protagonista muere de amor, en una muerte cinematográfica, llena de sangre. Al final del video se descubre la falsedad de esta muerte.

Al respecto López compartió su propia versión en la que enfatiza sobre la teatralización o dramatización –otra vez la puesta en escena– de un suicido amoroso que en realidad es una parodia telenovelesca y cómo Monge, en este acto de dispararse a ella misma, muestra el artificio.

“Luego de que la sangre empieza a salir, se limpia la boca y la ropa y se levanta”, concluye López, quien puntualiza en cómo se construyen determinados patrones de comportamiento de las mujeres, modelados a través de los medios y las telenovelas. “Es una receta”, sentenció.

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