Opinión

De elecciones, estrellas y ranas

En uno de mis matinales viajes de San Ramón de Alajuela al Campus Rodrigo Facio, San Pedro de Montes de Oca y en esos extraños

En uno de mis matinales viajes de San Ramón de Alajuela al Campus Rodrigo Facio, San Pedro de Montes de Oca y en esos extraños juegos relacionales comunes para la memoria, recordé aquel cuento corto de Monterroso que versa sobre la rana que quería ser la más auténtica del mundo.

En sus intentos para lograrlo, la rana perdió de vista su eseidad y, en lenguaje medieval, descuidó su razón entitativa. Más le interesó su imagen en función de los otros y tomó dirección errada. Entonces desarrolló sus ancas al máximo, pensando que ahí estaba su razón existencial, a tal punto que un día se las dejó arrancar, viva, para que se las comieran y degustaran: serían seguramente las mejores de todos los tiempos. Pero la tragedia vino cuando, ya moribunda y sin patas, logró apenas escuchar con amargura y frustración lo que los comensales decían: que rica rana, sabe a pollo.

Un cuento corto que encuentra su función trascendental analógicamente en la vida cotidiana pues, más de lo pensado, se dan situaciones como la narrada. Relacioné este recuerdo con otro que tenía que ver con el concurso de baile que realizara un canal de televisión finalizando el 2015. Entre las “estrellas” hubo una muy popular por sus pasados dotes futbolísticos.

En las redes sociales la “estrella” fue bien ponderada gracias a comentarios siempre muy positivos, por ejemplo su: humildad, espíritu campesino, esfuerzos en la vida, sencillez, reflexiones básicas, dotes de esposo y rasgos populares, entre otros; pero no recuerdo un solo comentario que indicara que era un buen o ejemplar bailarín.

No se olvide: el concurso era de baile, de ninguna otra cosa, por lo que la cualidad que debía ser valorada, honestamente, antes y sobre cualquier otra complementaria, era la de ser buen bailarín. Por lo tanto, aquellos merecidos comentarios eran inatinentes, inválidos según se diría en lógica formal, para el concurso en que se estaba.

En la universidad lamentablemente en algunos momentos son evidentes inatinencias semejantes, las que no solo deberían de ser minimizadas sino incluso evitadas. El espíritu universitario debe ser autocrítico y suficientemente reflexivo para, desde la función que podríamos llamar de vigilancia ideológica, garantizar que así sea.

Entonces encontré parangones o analogismos entre el cuento de la rana, el concurso de baile y las próximas elecciones universitarias para nombrar rector, y me hice algunas reflexiones finales pues ya quedaba poco recorrido de viaje.

Pensé que los electores, universitarios, debemos tener claro que la especie que nos ocupa es, a todas luces, mucho más compleja y noble, demanda compostura proporcional, análisis intelectual profundo y temple moral, inspirado en la más solvente de las actitudes académicas y en la testificación de conciencia correspondiente.

Por lo tanto también pensé que para ocupar el más alto cargo ejecutivo y jerárquico del Alma Mater no es suficiente una intención malograda como la de la rana, ni una imagen impostada complaciente con el resto, ni tampoco simular un mal entendido humanismo franciscano; la competencia no es de humildad, ni de simpatía, ni de afectos, ni de apelaciones ad misericordiam, ni de amiguismos.

En aquellos casos se comió rana añorando pollo, se atendieron rasgos de la persona sin atisbar el virtuosismo necesario y, para que nada análogo suceda en nuestro caso, es necesario elegir a quien muestre, y su historial indubitablemente lo confirme, mejor pasta rectoril, así como diligencia, pertinencia y prontitud en la acción, junto con el necesario talente académico integral. Como diría el pueblo: No solo hay que serlo sino además parecerlo.

Estamos en el escenario de la alta política académica, de lealtades últimas y no solo intermedias y de responsabilidades máximas con la institución y, por su medio, con la institucionalidad estatal. Entonces, sin supeditarnos a afectos, ni a compañerismos y sin que los medios reemplacen los fines, se trata del cuido del telos último y supremo, que no es sino el resguardo del bien y de la excelencia institucional; fin que, en sí y por sí, debe ser la razón necesaria desde la que ejerza el derecho al voto.

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