Los Libros

El ego me mató una venganza malsana

El ego me mata Carlos Morales Ensayo Editorial Prisma 2021

Cuando tomé en mis manos esta obra la leí de inmediato, como he leído todo lo que escribió Sófocles, Shakespeare, García Márquez y algunos más.

Antes de que me acusen de adulador, al ubicar a mi amigo Carlos Morales codeándose con esos tres genios desproporcionados, aclaro que el secreto de admiración para ellos es que lograron arrancarme, espacial y temporalmente, de Zarcero, y depositarme en la Grecia clásica en el siglo V A.C.; en el oeste de Europa a finales del Renacimiento, en el siglo XVII; o en Latinoamérica moderna contemporánea, en el siglo XX, entre otras regiones y épocas. Carlos, obviamente sin saberlo, con su frenética y tempranera dinámica como crítico, periodista y escritor, trazó vías de comunicación de mi querido, pero limitado y estrecho, Zarcero de la segunda mitad del siglo XX, hacia la capital San José, motorizada por artistas nacionales, como Alberto Cañas y Hugo Díaz, o extranjeros, como la familia Catania. Cada libro de Morales era un viaje y, de esta manera, se convirtió en un guía cultural de este maicero (yo), y sin duda, también de muchos otros campesinos y citadinos.

Que Carlos Morales sea escritor es tan predecible como que un zarcereño sepa ordeñar una vaca o un porteño sepa nadar. Él, por su propio riesgo, decidió aventurarse en las aguas profundas de la literatura y nunca buscó ni necesitó la ruta del retorno. Llegó adonde quería llegar. Ahí se quedó flotando, ahogado en los componentes y compuestos del abecedario: los periódicos, las comedias, las novelas… Respirar y nutrirse de letras a toda hora del día lo llevó a ser un prolífico y laureado escritor. Y lo que sigue es el ego (el combustible) que garantice la cantidad y calidad de la producción que permita convertirse en un prolífero (cantidad) y laureado (calidad) escritor.

Tengo en mis manos el libro: El ego me mata. Pensé inicialmente que sería el látigo que me permitiría esa ansiada venganza, ahora llamado bullying, contra los exitosos, los poderosos, los acaudalados y los aclamados. Desde mi perspectiva de cristiano, mi única victoria sobre esos monstruos poderosos era el consuelo de que los últimos serían los primeros. Con esta malsana expectativa abrí la primera página. El inicio no pudo ser más prometedor. En una única canasta etiquetada de arrogancia, jactancia y altivez, aplaudo cuando el autor va depositando en el infierno, cuan moderno Dante Alighieri, a políticos locales, a los que de poco le sirven los premios Nobel; a políticos extranjeros, de esos que lanzan “trumpadas” destructivas; a futbolistas que jugaron con o contra el Real Madrid; e intérpretes de música clásica. ¡Qué vengativo festín me proporciona Carlos!

Pero, qué desconcierto cuando en la primera curva de mi acelerada revancha, choco con una impasable señal de alto: el escritor me arruina la diversión, precisamente cuando me aprestaba a iniciar un entusiasta aplauso. Carlos aclara que, en su obra, no se trata de juzgar ni sentenciar, sino de comprender y aprender de los ególatras. No hay genio que no sea ególatra, aunque no funciona en marcha atrás: sí hay ególatras, la mayoría, que no son genios. El truco está en seleccionar el ego adecuado y domarlo: ni muy lerdo ni muy desbocado (en el sentido etimológico de la palabra).

A continuación, Morales nos ilustra su proceso de búsqueda del propio hábitat egocéntrico. Los primeros egos se basan usualmente en habilidades físicas espectaculares. Es así como nos hace reír, pero, sobre todo, él mismo se ríe de sus fracasos en las maratones a Escazú o en la portería de la cancha de La Puebla de Heredia. Afortunadamente, para él y para los demás, Carlos provocó risas y burlas en Escazú y Heredia, lo cual lo obligó a continuar la búsqueda hasta llegar a la literatura.

En mi criterio, El ego me mata es la más importante y útil producción de Carlos Morales.

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