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“La economía de EE. UU. es un castillo de naipes que se derrumba con la pandemia”

El manejo de la crisis por el COVID-19 y el descontento de la gente que se extiende por el país “le ha costado mucho” al presidente Donald Trump.

James Galbraith, profesor de la Escuela de Asuntos Públicos Lyndon B. Johnson de la Universidad de Texas, en Austin, afirmaba que la economía de Estados Unidos es “un castillo de naipes”, en una entrevista a la BBC.

No ve una rápida recuperación de la economía, luego de la pandemia

¿De qué recuperación estamos hablando? No veremos una recuperación económica rápida porque “los problemas de la economía estadounidense son estructurales. La economía de Estados Unidos es un castillo de naipes que se derrumbó con la pandemia”. “Hay mucha gente luchando por sobrevivir y, cuando se acaben las medidas de estímulo, vendrá el descontento social, la rabia”.

Con más de 5 mil muertes y de 250 mil casos diarios, la pandemia gana fuerza nuevamente en el mundo. Esta semana superó los 13 millones de afectados y va camino a los 600 mil muertos.

US President Donald Trump arrives for the Independence Day events at Mount Rushmore National Memorial in Keystone, South Dakota, July 3, 2020. (Photo by SAUL LOEB / AFP)

Estados Unidos, que se acerca a los 3,5 millones de casos, y Brasil, con casi 2 millones, encabezan la trágica lista. Uno con alrededor de 140 mil muertos; el otro acercándose a los 75 mil.

Costa Rica, que entre marzo y mayo podía seguir la trazabilidad de los contagios, ha visto como el control se le salía de las manos y obligaba, en la segunda semana de julio, a retomar las medidas más drásticas de aislamiento para intentar recuperarlo. Algo similar ocurría en Melbourne, o en Florida. También surgieron brotes más localizados en Portugal, España o Italia, y en otras partes.

Las ciudades desiertas son el escenario de la pandemia, donde el temor al contagio solo es superado por la necesidad de los que tienen que salir a las calles para buscar su sustento.

Los académicos y los dirigentes políticos multiplican sus esfuerzos por vislumbrar algún horizonte nuevo donde recalar. Muchos escriben. Es difícil encontrarlos en tono optimista.

“Si la vida parece lóbrega es porque nuestra civilización está empezando a colapsar”, escribe Umair Haque, economista, en la página digital Medium.

“El coronavirus es solo el presagio, el anticipo de un futuro deprimente, una advertencia, una foto también. La vida, como la conocemos, está desapareciendo”. No nos equivoquemos. La principal lección de la pandemia es que la vida, como la conocemos, ha llegado a un fin. ¿Cómo lograremos sobrevivir?, se pregunta.

¿Será así?

Un recorrido por las ciudades desiertas multiplica las dudas. “El Coronavirus desenmascara la decadencia de los Estados Unidos”, dice Noah Smith, columnista de Bloomberg y profesor de finanzas en la Stony Brook University.

Cuando los escritores hablan del deterioro norteamericano, normalmente están hablando del creciente papel de China en el escenario internacional. Pero Smith se refiere a otras cosas. A las pequeñas cosas que afectan la vida de la gente.

“Los estadounidenses pasaron por sitios de construcción vacíos y ni siquiera pensaron por qué los trabajadores no estaban trabajando. También se preguntaron por qué se tardaba tanto en terminar de construir carreteras y edificios. Evitaban los hospitales por las imprevisibles y enormes cuentas que luego recibían. Se quejaban de los altos impuestos, de las altas primas de los seguros de salud y de las carreteras llenas de baches”.

Pero la más clara demostración de la decadencia de los Estados Unidos “es la desastrosa respuesta a la pandemia del coronavirus”.

¡Y Trump!

Se acercan las elecciones –faltan ya menos de cuatro meses– y el debate no puede evitar la referencia a los comicios. Trump is losing it, afirma Marwan Bishara. El presidente está perdiendo. El mal manejo de la pandemia y el descontento de la gente que se extiende por el país “le ha costado mucho”.

No obstante, aunque esté por debajo de su rival demócrata Joe Biden por más de diez puntos en este momento, según diversas encuestas, las cartas no están todavía jugadas, en opinión de Bishara. Trump ha perdido lo que había ganado por el manejo de la economía. Las tasas de desempleo habían tocado mínimos a fines del año pasado. Le podría ser imposible recuperar los efectos que provocará la recesión y la ira de la gente antes de las elecciones en noviembre.

El presidente salió, en todo caso, a hurgar en la herida, como es su estilo. El 4 de julio se fue a conmemorar la fecha de la independencia de los Estados Unidos en la montaña Rushmore, un monumento nacional en las montañas de Dakota del Sur, donde están esculpidas cabezas monumentales de los presidentes George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt.

Construido en territorio indígena, el monumento es hoy tema de polémica. Perfecto para Trump, que hizo un discurso “de marcado carácter divisivo y confrontativo, descalificando como ‘difamadores de nuestros héroes’ y ‘destructores de nuestra herencia’ a los que protestan en las calles buscando justicia racial”, en opinión de Francesc Peirón, corresponsal del diario catalán La Vanguardia en Nueva York.

En sus casi 45 minutos de intervención, Trump apenas hizo “una alusión de dos segundos al virus”, como si en el país no hubiesen fallecido hasta aquél momento “cerca de 130 mil personas y haya más de 2,7 millones de infectados, en un momento en que la pandemia repunta de forma generalizada en Estados Unidos”.

“Nuestro barrio”

Una semana después, de visita en el Comando Sur de las fuerzas armadas norteamericanas, en Doral, Florida, el presidente habló para sus partidarios, en un Estado donde abundan los de origen cubano y venezolano.

“Vamos a luchar por Venezuela y por nuestros amigos de Cuba. Saben que lo hemos estado haciendo, así como en otros muchos lugares… Pero Cuba y Venezuela lo tenemos perfectamente bajo control”, declaró Trump.

Para estrechar su cerco sobre Venezuela, Estados Unidos alega –sin prueba alguna– el papel del gobierno de Maduro en el tráfico de drogas. Y se apoya en Colombia, el principal productor de cocaína en el mundo.

Para el jefe del Comando Sur, el almirante Craig Faller, Venezuela se ha convertido en un paraíso para los narcotraficantes y su tarea es “poner presión diplomática y económica para acelerar la transición” política en el país, misión que calificó de “vital” para la seguridad de Estados Unidos y del hemisferio occidental, al que se refirió como “nuestro barrio”, según despacho de la Voz de América.

Como un respiro, Trump recibió la semana pasada la visita de su colega mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a Washington.

Polémica, la visita fue analizada desde los más diversos ángulos. David Brooks, corresponsal del diario mexicano La Jornada en Washington, citó a la exembajadora norteamericana en México, Roberta Jacobson, para quién López Obrador debió “pensar en cómo esta visita será usada por Trump”, en plena campaña electoral. No queda clara la finalidad de este viaje para el que, en su criterio, “no había ninguna urgencia”.

“Diplomacia de subordinación”, dijo León Krauze, periodista mexicano, hoy anchor de un canal de Univision en Los Angeles. Krauze recordó que López Obrador había prometido en campaña una relación con Estados Unidos basada en respeto mutuo, pero en su opinión el presidente mexicano se fue de Washington sumiso y “con las manos vacías”.

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“La principal lección de la pandemia es que la vida, como la conocemos, ha llegado a un fin. ¿Cómo lograremos sobrevivir?”, se pregunta Umair Haque, economista.

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Opinión muy distinta emitió Javier Buenrostro, historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México y de McGill University.

López Obrador rechazó de forma abierta la Doctrina Monroe, resaltó la importancia de los mexicanos para la economía norteamericana. No solo de los 11 millones de inmigrantes sino de los 34 millones de personas de origen mexicano.

“Le recordó a Trump que hay agravios que no se han olvidado, pero igualmente le reconoció que en fechas recientes se hubiera conducido de una manera más respetuosa con los mexicanos”.

En su opinión, el encuentro “fue un éxito en términos políticos para López Obrador. El pragmatismo de la política y la diplomacia se impuso sobre la falsa retórica y demagogia que muchos de los expertos internacionales exigían”.

Latinoamérica: la mayor recesión económica en 100 años

La pandemia no ha dejado economía en pie. El colapso del Producto Interno Bruto (PIB) asombra a los economistas argentinos, que no encuentran antecedentes históricos de semejante caída, analizaba la agencia Infobae, un medio conservador de ese país.

Una caída del 11,4% en los primeros cuatro meses del año –afirmó el economista Esteban Domecq– “con lo cual el nivel de actividad económica volvió a los registros de 2004. Un retroceso de 16 años que consideró una demolición total de la economía’”.

No es lo mismo enfrentar el COVID-19 con una economía creciendo, que con una economía arrasada como la argentina, agregó, recordando que la economía argentina está estancada desde 2011.

El Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, también advirtió que “la pandemia del coronavirus va a disparar la pobreza y las desigualdades en América Latina y el Caribe”. Una caída del PIB de Latinoamérica y el Caribe de 9,1% nos hundirá en la “mayor recesión económica en 100 años”.

Para reconstruirla será necesario transformar el modelo de desarrollo de la región donde “los niveles de desigualdad se han vuelto ya insostenibles”.

El cuadro se completa con el panorama regional presentado por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que estimó en $325 mil millones la evasión fiscal en la región, equivalente al 6,1% del PIB.

Lejos de aumentar los ingresos, los países latinoamericanos llevan una década con las entradas prácticamente estancadas, con ingresos tributarios en torno a 18% del PIB, muy inferior a la media de las economías avanzadas.

Solo idiotas

Desde el escenario regional, en Chile sigue el remezón iniciado con las protestas de octubre del año pasado. Se trata de los esfuerzos por derribar los pilares sobre los que la dictadura que encabezó el general Pinochet (1973-1990) construyó el régimen económico neoliberal del país. En particular, el sistema de pensiones, una máquina infernal de concentración de los ahorros de los chilenos en manos de un puñado de empresarios que condena a la población a pensiones de miseria al final de su vida laboral.

El congreso debate una ley para que, ante la emergencia de la pandemia, se autorice el retiro voluntario del 10% de los fondos de la cuenta de capitalización individual, con un monto máximo equivalente a unos $5.400 y un mínimo de $1.260.

El gobierno conservador de Sebastián Piñera se opone a la medida, aunque parlamentarios de su grupo votaron a favor en la Cámara de Diputados, en lo que se considera la más grave derrota parlamentaria del gobierno. La discusión pasa ahora al senado.

Los ahorros previsionales de los trabajadores chilenos totalizaron enormes activos, equivalentes a $200.977 millones. Pero con casi 11 millones de afiliados, hasta marzo pasado, el saldo promedio de las cuentas de capitalización individual de los fondos de pensión de los chilenos era solo de $14.450, según datos de la Superintendencia de Pensiones.

En mayo, poco más de 1,84 millones de trabajadores estaban pensionados. El monto promedio de esas pensiones era de cerca de 288 mil pesos chilenos, poco más de 360 dólares.

“Solo idiotas -que a veces abundan en política- podrían ignorar que se aproxima un reventón social”, en un país con un millón de personas desempleadas y muchas más sometidas  a condiciones de trabajo informal, en medio de una pandemia que ha dejado ya más de diez mil muertos en el país, afirmó el periodista Manuel Cabieses.

“La acumulación histórica de injusticias y abusos, exacerbada ahora por el desplome de la institucionalidad neoliberal y la implosión de la pobreza y desigualdad, se ha convertido en una bomba social cuya espoleta es la desesperación”.

Mientras tanto, Chile espera la convocatoria de una nueva constituyente, que deberá ser elegida el próximo 25 de octubre.

Se mueren “por simple ignorancia”

En la ciudad de Cochabamba, recogen casi 20 cadáveres por día. No se tiene certeza, pero probablemente casi todos son víctimas de Coronavirus. Según el Gobierno la gente se está muriendo “por simple ignorancia”.

Lo cierto es que los difuntos son velados en la calle, sin que se pueda conocer las causas de su muerte. El Ministerio de Salud no tiene capacidad para hacer los diagnósticos, ni para enterrarlos. Cubiertos con plástico negro, los ataúdes se apilan en la vía pública.

Con más de 1.800 muertes y 50 mil casos, tanto el manejo de la pandemia como los escándalos por corrupción desconciertan el país.

Marcelo Navajas, exministro de Salud del gobierno de facto de Jeanine Áñez, está preso por el pago de sobreprecio en la compra de respiradores para enfrentar el COVID-19. Mientras tanto el magistrado encargado del caso, Hugo Huacani, era detenido –aunque luego dejado en libertad–, en un intento del gobierno por amarrar las manos a la Justicia.

Bolivia tiene dos pandemias, dijo el expresidente Evo Morales, actualmente exiliado en Argentina: “la dictadura y el Coronavirus. Unos nos matan de hambre y otros de enfermedades”.

Camino a las elecciones del próximo 6 de septiembre, el Movimiento al Socialismo (MAS) de Morales aparece en las encuestas como favorito. La derecha golpista está agrupada en la alianza Comunidad Ciudadana, detrás de la candidatura de Carlos Mesa.

Como en otros países de América Latina, entre ellos Brasil, también la Fiscalía está actuando en Bolivia para acomodar el resultado electoral, tratando de evitar toda participación del expresidente en la campaña. Vetado como candidato, la última movida fue acusarlo de “terrorismo”, con la correspondiente emisión de una orden de captura internacional.

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