Opinión

Los códigos del miedo

El “chip” es tan efectivo que hizo del miedo una premisa respetada en todo el mundo

Cuando usted instala el “chip” de quinta generación denominado Covid 19 la lingüística, la sociología, las ciencias jurídicas, la historia etc., – excluyo el periodismo casi inexistente en muchos de nuestros países- quedan alterados para sí y para quienes están alrededor. Nadie, absolutamente nadie, queda al margen de un ataque a fondo de su sistema nervioso..

Quienes están en el campo de la lógica – los neurolengüistas, psicólogos y juristas  saben mucho de esto- conocen  que ajustarse a las normas o a un estado natural de la materia, es la esencia de toda “normalidad”. Por tanto, hablar de una “nueva” normalidad por el Covid 19 no tiene sentido, porque en todo caso estaríamos frente a  una “anormalidad”. Pero por el ataque viral a nuestro sistema nervioso la   “nueva” normalidad no es “anormalidad”.

El “chip” además  nos da un nuevo significado de “confinamiento”. Aunque  el Covid 19 dejó de rodillas a  muchos de los “dioses” de  las  ciencias  – aún hoy buscan cómo acabar con el bichito que infectó al mundo entero-, todos aceptamos “mecánicamente” este vocablo   como  “destierro” en nuestros propios países, o la “imposición de límites” a  derechos que se creían eran conquistas ganadas por los pueblos a sangre y fuego.

Sin embargo, esta cuestión ya tan “lógica”  no es tanto: Sí vas al supermercado a ejercer tu ciudadanía de primer grado, no te da Covid 19. O si vas a trabajar con tu salario degradado,  no estás tan sujeto a infectarte como cuando gastas dinero y tiempo restableciendo el viejo tejido social o familiar  con tus vecinos, descendientes  o amigos.

¿Y qué es en la práctica el “distanciamiento” y la “burbuja social”? No se necesita mucho cálamo  para darnos cuenta de la simbología contenida en  este “chip”. Nos  alteró la existencia como “seres sociales” y gregarios. Así la  “distancia social” nos remite a  la separación emocional de nuestros iguales queridos. Mientras tanto, la “burbuja social”, nos lleva a que nuestros  padres  o  abuela nos imploren   no llegar  a sus casas, dónde por años correteamos felices, siendo niños.  “Acuérdate que soy diabético, hipertenso, padezco de asma etc. ¡Dejemos que pase la segunda ola para vernos”¡ Dan por sentado que me dijeron  cuándo terminó la primera ola de la pandemia.

Supongo – es una elucubración- que esta segunda ola empezó cuando se tiró por la borda casi  tres meses de cuarentena bien llevada, frente al justo temor  del empresariado del turismo y los exportadores, entre otros, de olvidar cómo llenar un cheque. Laura Bonilla, dueña de empacadoras de tubérculos y dirigente de la poderosa Cámara de Exportadores ( CADEXCO), dijo a La Nación un día de estos  que  cumplen con todas las normas sanitarias y laborales, a pesar que en algunas de sus empresas encontraron personas enfermas por Covid 19. Es decir, que sus asalariados, para envidia de otros empleadores,  nunca han estado en hacinamiento,  las covachas son cosas del pasado y si, bien es cierto, cerca de  60% de sus empleados vienen de afuera,  están en sus plantas ganando el salario mínimo, sin jornadas extenuantes y el pago de horas extras, entre otros beneficios de ley. Por tanto, bajo estas excelentes condiciones, la propagación del virus en la zona norte no es resorte  de las empresas exportadoras que cumplieron con todo el protocolo sanitario, sino   que pareciera, a juzgar por la declaración de Bonilla, es responsabilidad de las autoridades de salud.

No obstante, algunos datos surgidos al calor de la expansión de Covid 19 en las regiones agroexportadoras de nuestro país reflejan despreocupación gubernamental desde hace años.  La organización campesina FRENASAPP recordó que el 92% de las plantaciones de este tipo están en mano del 8% de los empresarios; el negocio de la producción de piña crece a un ritmo de 6% anual y por cada dos hectáreas sembradas  genera en promedio solo un puesto de trabajo. En 15 años el negocio de la piña  desforestó el equivalente a 5.566 hectáreas, con la consecuente contaminación (agua, tierra, ambiente)  que todos conocemos, alertó.

El “chip” es tan efectivo que hizo del miedo una premisa respetada en todo el mundo. Hay miedo que se nos  infecte a través de hasta una hoja de papel como ésta, pasada por alcohol varias veces; terror sí los gobiernos invierten en el campo de la seguridad social, la investigación científica, la educación en todos los niveles, la cultura etc., a fin de  generar ahorro interno como hacen México  o Argentina actualmente.  Sí  no cumplimos este o aquel  programa de las cámaras privadas perderemos las “calificaciones” de los bancos y nuestro bonos terminarán en el  basurero. Sobre este asunto sendas notas de diario  La Nación el 10/6/2020 y el 11/6/2020, me dejaron temblando como conejo. ¡No somos nada¡ ; cada cuatro años votaba por alguien que nos gobernaría y ahora son otros quienes nos gobiernan.

La simbología de mi mascarilla: Mientras no me convenzan  de lo contrario, esta mascarilla que me hace parecerme a  Frankenstein  equivale en la simbología del “chip” a ¡cállese, carajo¡ Sí mañana fuese a concentraciones o manifestaciones estaría  sobradamente justificada la garroteada de la policía  y el proceso penal, por desobedecer a los jerarcas de  Salud. De esta manera, la pandemia abrió las puertas para retrocesos en un montón de derechos constitucionales, laborales y civiles que creía eran míos, pero que al calor del virus quitaron las “cúpulas  empresariales”  (ver: Semanario Universidad 10/6/2020).Incluso el mismo derecho penal garantista, celosísimo por el derecho de defensa y su serie de principios,  admite ahora juzgamientos desde el otro lado   de una pantalla.

Los datos del Ministerio de Trabajo divulgados por Universidad revelan solicitudes de  reducción de  jornadas  a 137.122 trabajadores y solo se rechazaron 389 solicitudes; además de  59.835 trámites para suspender contratos laborales, únicamente denegaron  588,  al 5 de junio de 2020. Al anterior empobrecimiento que acarrea la pauperización de las condiciones laborales y la flexibilización de los contratos de trabajo  se une la estrategia de aumentar la deuda externa en todos los países, bajo la consigna de “rescatar” las economías. De esta manera, los acreedores de la deuda se garantizan el control  total de lo poco que aún queda de los Estados social de derecho y a ejecutar su “hipoteca”, respaldada por los diversos  recursos nacionales  y  con  generaciones enteras sobrevivientes y “programadas” a la medida por el   “chip” en mención

¡Mientras tanto, póngase la máscara,  esto apenas empieza¡

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