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Billy Sáenz Paterson en la memoria de la noche

Ahora que se ha ido para siempre por los caminos de la noche, tengo muy clara la presencia de Billy Sáenz Paterson en los cafés de Barrio Escalante, entre los poetas jóvenes que lo tenían como a uno de los_suyos.

“No tenía dinero,

pero tenía el viento y las estrellas.”

Billy Saénz Paterson

Ahora que se ha ido para siempre por los caminos de la noche, tengo muy clara la presencia de Billy Sáenz Paterson en los cafés de Barrio Escalante, entre los poetas jóvenes que lo tenían como a uno de los suyos. Miraba fijamente y venía a uno con la mano extendida, su voz ronca y sonora, pulcramente vestido. La primera vez que intercambié unas palabras con Billy fue en el Parque Nacional, en una banca que ya no está, frente al Monumento Nacional. Él estaba sentado sin nada en las manos y yo pasé y le ofrecí Los bailes íntimos, mi primer libro. Mucho tiempo después me dijo algo que fue como una piedra de toque para hacernos amigos. “Ese día en el Parque yo estaba pensando en mi padre que acababa de morir y ese libro tuyo es como un baile con la locura y la muerte y me hizo mucho bien leerlo en ese momento”. Fue suficiente. Nunca más volvimos a hablar ni del libro ni de su padre. Pero de ahí en adelante la poesía fue nuestro santo y seña.

Junto a sus contertulios, entre los tragos y las pausas para salir a fumar, Billy ejercía una especie de magisterio o de embrujo poético. Tenía esa precisión y visión de sentido del texto que solo se tiene cuando se ha leído y se ha escrito y se ha meditado largamente en la poesía. Como dijo muy bien Guillermo Fernández: “cuando se entiende la poesía no como una pose sino como un camino.” Y de eso quisiera hablar: de su poesía y de su oficio. Es decir de su camino.

Es el amanecer y Billy mira un viejo limonero. Siente que la muerte del árbol está cerca y sin embargo siente que la vida del limonero es más larga que la suya. De percepciones así está llena su poesía. Pero hay que hurgar más allá de “la terrible noche”, más allá de los licores ambarinos, más allá de los negros presagios y los bares solitarios para encontrar esa huella indecible de su poesía, allí donde escribe: “Todo muere en una gota,/ en la arena,/ en los pájaros heridos”. De Billy entonces, además de su poesía poderosa, lo que más perdurará es su actitud como poeta. Esa constancia suya para hurgar en la belleza de lo que yace en la noche. Como un llamado de lo oscuro que lo llevaba siempre al encuentro de su humanidad. Más que por lo maldito estaba arrobado por la poesía. Por la luz hiriente de la poesía. Por la belleza de lo terrible de que habla Rilke. De ahí que ser fiel a la poesía era su manera de ser fiel a sí mismo. Por eso lo veremos siempre regresar en el recuerdo de estas calles que también echarán de menos su figura lenta, su mirada enigmática y cálida a la vez, su costumbre de hurgar el vuelo de los pájaros nocturnos y de meditar en un parque sobre la muerte de su padre, en una banca que ya no existe.

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