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Parásitos

Es arriesgado discurrir y discutir sobre la obra maestra, se abusa demasiado de este concepto y sus condiciones. Pero en este caso se me impone.

(Película de Bong Joon-ho, 2019)

Es arriesgado discurrir y discutir sobre la obra maestra, se abusa demasiado de este concepto y sus condiciones. Pero en este caso se me impone. La última película de Bong Joon-ho (reputado director y guionista surcoreano) es una muestra de sencillez que encierra la verdadera maestría puesto que los complejos mecanismos de la creación cinematográfica casi no se perciben, pero son harto efectivos. Es simplemente un filme con precisión de relojería suiza: extraordinario. El título, por cierto, evoca ciertos tintes, alusiones o alegorías dostoievskianas, kafkianas.

Dividida en cuatro episodios (como en la dramaturgia clásica de tres a cinco actos o la gran tradición cinematográfica desde Eisenstein pasando por Fellini, Orson Welles, Ingmar Bergman, Tarkovsky, hasta Kurosawa, Bertolucci, Scorsese, Kubrick, Tarantino o Lars Von Trier), las dos horas y cuarto de duración de esta “peli” son suficientes para mantenernos concentrados, a veces susurrando, a veces exclamando, muchas dudando, debido a los inusitados puntos de giro y a la casi increíble sucesión de acontecimientos sin que se rompan la verosimilitud ni la tensión narrativa.

Desde el drama ramplón, pasando por la farsa, la comedia negra, la tragicomedia de enredos o equívocos, el cine de monstruos, el suspense, el thriller y un realismo sucio impactante —todo aderezado con una crítica social pertinente como subtexto de una espesa realidad glocal, como diría un intelectual del pensamiento decolonial—, finalmente nos conduce a una auténtica tragedia. Así, la trama, de asombro en asombro, nos envuelve hasta un desenlace ciertamente arrollador que, sin embargo, queda abierto pero de una manera amarga, desoladora.

La estupenda visualidad; los tiros de cámara —sobre todo los travelling—, la iluminación, la fotografía, la escenografía, los amplios e íntimos planos exteriores e interiores, la música y los efectos de sonido, el uso de recursos audiovisuales de alta tecnología, están al servicio de un guion inteligente, sobrio y coherente; estremecedor. Lo anterior, aunado a excelentes actuaciones y a una notable selección y dirección de actores (Song Kang-ho, Lee Sun-kyun, Cho Yeo-jeong, Choi Woo-shik y Park So-dam), intensifica los efectos dramáticos hasta el virulento clímax precedente, como corresponde, de un final áspero e inesperado.

La cruda realidad social que se muestra, así como el choque (la vieja e invisibilizada, por el sistema, lucha de clases) que la misma provoca entre familias colocadas en las antípodas de la división socioeconómica de una posmodernidad brutal: el capitalismo despiadado de Corea del Sur, terminan de pulir la apoteosis de una película que sacude y que, sin duda, nos costará olvidar.

Subrayo, a propósito, el uso del olfato como uno de los sentidos cruciales en el conflicto y su resolución dramática, tópico pocas veces frecuentado por el cine. Podríamos verla como una “investigación” cinematográfica acerca de cómo personas en principio no violentas, pero ubicadas en el extremo de situaciones donde su condición y su dignidad son pisoteadas cotidianamente, alcanzan niveles de inusitado paroxismo agresivo.

La pregunta final —en una escala social de violencia estructural donde una minoría concentra y ostenta toda la riqueza de un país o una región y donde la mayoría recibe sus migajas, el goteo de la copa que rebosa, pero entrega su sangre para mantener a esa inepta minoría— es la siguiente: ¿quiénes son los verdaderos parásitos, cómo y por quiénes deben fumigarse? La misma se formula al interior del filme de manera magistral sin enjuiciar a los protagonistas, tal y como concierne al gran arte: mostrando, sugiriendo, volviendo a preguntar, dejándole al espectador la posibilidad de responder y continuar.

Sí, hace mucho tiempo no presenciaba en la pantalla grande una obra maestra. ¡No se la pierdan!

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