Cultura

Eskesta: la danza de hombros etíope que libera

Dege Feder, especialista en la danza tradicional etíope eskesta, visitó el país como parte de la celebración del Día Mundial de la Cultura Africana y Afrodescendiente y, a la vez, para dar un taller en Danza Universitaria.

De niña, mientras caminaba de noche por un bosque para emigrar a Israel con un grupo de compatriotas, la etíope judía Dege Feder se durmió.

Agotada, sin haber comido ni tomado agua durante varios días, sus ojos se empeñaban en cerrarse y ella los forzaba a abrirse, atemorizada de ser abatida por el sueño. Finalmente no aguantó más y cuando se despertó estaba completamente sola en medio de una oscuridad rotunda.

Con tan solo 8 años, Dege transitaba la ruta con sus dos hermanos mayores (de 12 y 14 años), y el grupo de etíopes que, como ella, soñaba con llegar a tierra prometida. Recorrían el camino en absoluto silencio, escondidos de los ladrones, con terror a ser descubiertos y encarcelados, mientras escuchaban los pájaros nocturnos.

Cuando Dege volvió de su sueño no vio ni oyó a sus familiares, tampoco a las personas que la acompañaban. Empezó a correr y correr y correr hacia adelante, tan rápido como su cuerpecito se lo permitió, y los halló. “Tuve suerte”, expresó con alivio en entrevista con UNIVERSIDAD.

Pequeña de estatura, de contextura delgada pero fibrosa, el cabello ensortijado, la piel negra y un anillo en la nariz, Dege narra su historia de vida con el recuerdo y la emoción contenidos en su mirada, y esa tensión muscular propia de un viaje dramático hecho de pequeña.

La artista visitó el país en el marco de la celebración del Día Mundial de la Cultura Africana y Afrodescendiente, invitada por la Primera Vicepresidencia de la República junto con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), y el apoyo de la Embajada de Israel y la Cátedra de Estudios de África y el Caribe de la Universidad de Costa Rica (CEAC-UCR).

También impartió un taller de danza eskesta para bailarines en el estudio de Danza Universitaria. Según comentó la directora del grupo universitario, Hazel González, el propósito fue continuar con la línea de invitar a bailarines de otras latitudes, como las africanas, de las cuales nuestro país se nutre ancestralmente, pero que, generalmente, no se acogen como aquellas provenientes de Europa o Estados Unidos.

En el estudio de Danza Universitaria de la Universidad de Costa Rica, la coreógrafa, bailarina, música y poeta Dege Fede impartió un taller de la danza tradicional eskesta (Foto: Cristian Obando).

 

Nacida en Etiopía, Dege pertenece a la antigua y originaria religión judaica y vive en Israel. Para ella fue una sorpresa saber que había judíos blancos que vivían en otra latitud. “No es fácil, porque no se suele saber que hay judíos etiopíes, judíos negros”; pero tampoco, de acuerdo con la versión de Dege, hace 40 años los israelíes sabían que había judíos negros.

“Nosotros como judíos en Etiopía no sabíamos que había judíos blancos; pensábamos que todos los judíos eran como nosotros. Y todos los judíos en Israel creían que los judíos eran blancos; entonces, cuando nos encontramos fue muy difícil de aceptar, —para ellos más que para nosotros—“, continuó.

Fue difícil, insistió Dege, venir de aldeas en las que vivían vinculados con la naturaleza, con una existencia simple, para asentarse en Occidente. “Yo era una pastora en mi pueblo, solía cuidar cabras y para mí fue difícil lidiar con la tecnología, no la quería aceptar, no la entiendo. Es una vida muy diferente”.

Incluso desde el punto de vista de la religión, el cambio fue complejo. Dege fue criada de una forma muy tradicional, de acuerdo con la Torá más antiguo enseñado en una lengua similar al arameo.

“Éramos muy estrictos con la religión y no sabíamos que había personas seculares. Cuando llegamos a Israel vimos que no todos están conectados con Dios. En Israel tienen el Talmud, una nueva era de la religión, pero nosotros nos basamos en el tipo de vida original de la Biblia. Fue muy sorprendente, nos descubrimos unos a otros”.

 

Tierra prometida

“Voy a devolverme en el tiempo muchos años”, dijo Dege cuando se detuvo un momento y cerró los ojos para responder a la pregunta de cómo había llegado a Israel desde su pueblo natal en Etiopía.

Esa odisea le cambió la vida radicalmente, y aunque salió de su país para radicar en otro al cual también pertenece, Etiopía, no se desenraizó de su cuerpo y memoria. Al contrario, se arraigó todavía más, pues una de las danzas tradicionales etíopes llamada “eskesta”, la música y sus tambores, y las costumbres festivas y agrícolas se le incrustaron con mayor vehemencia.

“Crecí en un pueblo pequeño en el norte de Etiopía, donde todos somos judíos, así que soñábamos con irnos a Israel porque sentíamos que era nuestro hogar. Nuestros padres y madres soñaban con ir a Israel, pero no sabíamos cómo irnos ni dónde estaba. Sabíamos que había una tierra judía, pero era muy difícil para nosotros llegar ahí”, contó Dege.

Un día, al pueblo llegaron unas personas que conocían el camino. “Recuerdo que todos estábamos muy emocionados porque finalmente después de tantos años íbamos a ir a Israel. Pero en ese tiempo no podías dejar Etiopía como ciudadano porque si te ibas a otro país te convertías en un traidor; como judía era muy peligroso hacerlo, más que para cualquiera de otra nacionalidad. Necesitábamos mantener en secreto que íbamos a Israel”, explicó.

La familia decidió mandar a sus tres hijos con el plan de encontrarse con el resto de los parientes en otra ciudad; pero cuando arribaron, luego de recorrer una parte de la travesía, alguien tenía conocimiento de su fe judaica y la policía atrapó a los dos hermanos y los encarceló.

A Dege, una familiar la escondió y lograron unirse a otro grupo judío que también planeaba partir hacia Israel.

“Caminábamos solo de noche, en total oscuridad. Algunas veces nos tomábamos de la mano, algunas veces nos sentíamos los unos a los otros y caminábamos juntos, y cuando amanecía encontrábamos un lugar para escondernos”.

De noche atravesaron bosques y espacios semidesérticos; de día solían descansar escondidos en los arbustos y dormían en el suelo. Tenían comida para los primeros días, pero luego se acabó.

“Recuerdo que caminamos como tres días sin comer, sin tomar agua, nada, nada. No parábamos de caminar porque era peligroso pues había muchos ladrones en el trayecto y podían matarte. Teníamos que estar callados y caminar”.

Dege recuerda que lo más duro, además del tránsito y no ingerir alimentos durante horas, fue no poder compartir con alguien lo que sentía en su interior. “No tenía a nadie. Todos los chicos de mi edad, si estaban cansados, eran atendidos por sus padres, los abrazaban; yo estaba totalmente sola. Entonces me quedaba con todo lo que sentía en mi corazón y continuaba”.

Cruzar la frontera

Luego de dos semanas llegaron a la frontera entre Etiopía y Sudán, donde fluye un gran río que tuvieron que cruzar. “Cada persona tenía que pagar y recuerdo que estaba asustada de que nadie pagara por mí y de quedarme sola en el lado etíope, pero alguien me pagó y cruzamos el río”.

En esa época Sudán era un lugar muy peligroso para los judíos, razón por la cual dijeron que eran cristianos que huían del Gobierno etíope. “Nos pusieron en un camión de animales y nos llevaron a un campo de refugiados en el desierto”.

“Nos quedamos ahí no sé cuánto tiempo; había muchas enfermedades, hambre, no había agua y oías todos los días a la gente gritando porque mucha gente se moría. Tuve suerte de no enfermarme y no sufrir mucho. La Cruz Roja nos alimentaba algunas veces y esto fue lo que me salvó la vida”.

Después de unos meses, el abuelo y el tío de Dege la encontraron en el campo de refugiados y se trasladaron a un lugar donde soldados israelíes recibían a los judíos.

“Recuerdo que este lugar era como un hotel pequeño. Cada mañana hacían falta personas del grupo, y no sabíamos que les había pasado hasta que alguien vino en la noche y me dijo: ‘Dege tienes que vestirte y acompañarme, y salimos del hotel”.

Estaba oscuro y se sentían muy asustados. Caminaron hacia un lugar de donde emanaba un sonido y una luz extraña, que se hacía cada vez más fuerte. “Cuando llegamos a ese punto nos pusieron adentro de un avión —era la primera vez que yo veía un avión— y nos llevaron a Israel”.

En Israel, los primeros días Dege permaneció con sus abuelos en un centro de observación para nuevos migrantes. Luego se fue a vivir con una hermana —a quien se encontró de casualidad en un hospital— en casa de su tío, y después escuchó que su familia estaba en el país.

Con desesperanza, durante todo el tiempo que estuvo sin la familia, pensaba que quizá era huérfana: “tal vez esté sola en este mundo. No creí que tenía familia hasta que los vi, cuando me llevaron a verlos en un taxi”.

La angustiante travesía había llegado a su fin en el momento en que al llegar a la casa, afuera vio a unos chicos jugando y luego de unos minutos se dio cuenta de que eran sus hermanos. “Somos nueve hermanos, fue muy raro verlos vivos, ver a mi familia”.

A lo largo de ese trayecto brutal, Dege recorrió Etiopía de sur a norte, para encontrarse con su familia en el centro de Israel y arribar a Tiberíades, cerca del río Jordán.


Las raíces de Dege

Dege Feder estudió artes y educación en la Universidad de Haifa, en Israel. Sin haberse formado técnicamente, ahí bailó por primera vez con el grupo Eskesta, que fusiona las danzas etíopes con lo contemporáneo.

Los etíopes conocen las formas de bailar al mirar a otros y practicar. “Se aprende en las fiestas porque es el único evento donde tienes la oportunidad. No hay teatros ni televisión. Solo se baila en un matrimonio cuando se tocan los tambores y la gente canta y baila”.

Ella se recuerda a sí misma de niña bailando la danza de los hombros  —el eskesta— en el centro del grupo.

Con el colectivo universitario se inició con los tambores, pues tenía buen ritmo. “Luego de un par de meses me empecé a mover. En ese tiempo era muy tímida, no podía pararme frente a la gente y bailar, y cuando empecé a hacerlo me sentí muy feliz y con confianza, y conectada con mis raíces, a mi cultura”.

Antes de ese reconocimiento identitario, Fede se sentía avergonzada de ser etíope; no quería ser distinta, bailar sus danzas tradicionales, comer sus comidas ni hablar el idioma.

Fue en ese momento, con la agrupación Eskesta, que emprendió otro viaje de aprendizaje y vínculo con su cultura. “Entendí el poder del baile y la música. Es tan grandioso conectarte contigo mismo, y luego con tu cultura y tus raíces a través del baile”.

Cuando terminó sus estudios tomó la decisión de enseñar la danza autóctona a colegiales fuera de la universidad. Aunque al principio se negaran a moverse en clave de eskesta, trabajó con doce chicas hasta undécimo año. “Ellas querían interpretar danza moderna y hip hop, porque no se querían sentir diferentes. Y les dije: no, les voy a enseñar danzas etíopes. Al principio fue muy duro, sus cuerpos estaban rígidos”.

Luego de un año relajaron sus hombros y se liberaron, y Fede, ahora sí, mezcló el eskesta con la danza contemporánea y el hip hop. Se presentaron en la ciudad, y sus familias y la comunidad las vieron y las halagaron, y se sintieron muy orgullosas.

Liberación con los hombros

“Amo la danza y la música; es un lugar que se siente como una medicina, es un buen lugar en el cual estar. Es sanador”.

Este sentimiento expresado por Dege la hizo asumir la danza eskesta —con su enseñanza, coreografías, música y escritura de canciones/poesías— como proyecto de vida. “En todo este tiempo solamente un año no bailé y me sentí tan desdichada que me di cuenta de que no puedo vivir sin bailar y decidí establecer mi propia compañía”.

A partir de 1999 con el grupo Eskesta se presentó en varios festivales internacionales como en Alemania, Francia, Croacia, Suráfrica, Estados Unidos (Nueva York, Filadelfia, Boston y Chicago), y otros muchos más. También actuó en los principales escenarios en Israel.

Luego, en el 2010 fundó Wozewaze, que combinaba la danza tradicional etíope con el género contemporáneo.

En el 2013 asumió, hasta la fecha, la dirección del Beta Dance Troup, que está conformado por diez bailarines, y se ha presentado en el Teatro Nacional de Etiopía, así como en el Jacob’s Pillow festival en el 2018. Asimismo, ha realizado talleres de danza en los Estados Unidos.

El trabajo de Dege como maestra de danza ha sido dirigido a empoderar mujeres jóvenes y niñas en las comunidades etíopes en riesgo en Israel.

Imparte talleres, pues de este modo se conectan con su lenguaje corporal y con ellas mismas. “Puedes aceptarte a ti misma, y cuando te aceptas y sientes confianza en ti misma, eres más poderosa y no te avergüenzas de quién eres”.

A la vez enseña a mujeres etíopes que trabajan extenuantes jornadas laborales y domésticas durante la semana. Los talleres consisten en una o dos horas de baile.

“Cuando estás cansada lo sientes en los hombros, y cuando bailas te sientes libre. La música es como el espíritu, es como el alma; la música y el baile trabajan juntos y te sanas a ti misma, te empoderas, te libera. Te hace feliz”.

Esta transformación es palpable en las chicas cuando llegan tristes y Dege les dice que expresen con su cuerpo lo que siente. “A veces pasa que durante el baile empiezan a llorar, porque todo se sale y liberan el sufrimiento”.

Además de amar la danza eskesta, Dege ama la música “natural”, como le llama ella. “En el baile grupal y mis solos trato de encontrar música simple, instrumentos y voces originales, sonidos nativos de África o de la tribú Inuit de Canadá. Sonidos nuevos, que no hayan sido grabados en estudio, sino en las casas. En algunas presentaciones tengo música en vivo, combinamos sonidos etíopes con africanos”, describió.

En algunas de las piezas, Dege canta el género llamado spoken word. “En Etiopía hay un tipo de poesía tradicional que dice: soy poderoso, puedo concretar cosas…los hombres lo cantan mientras se mueven y se expresan con sus rostros con un sonido único. Esta es mi influencia”. A partir de esa inspiración, Dege escribe ese tipo de poesía en amárico y hebreo.

A pesar de que Dege no ha encontrado investigaciones sobre el baile eskesta, ella concluye que los movimientos son representaciones de la naturaleza, de cómo se vive en Etiopía.

“El cuerpo expresa los sentimientos, cuenta una historia, siento que viene no solo de la danza física, sino de la expresión de sí mismo. Muchos de los movimientos del eskesta me recuerdan a los pájaros, el ritmo es similar a uno que viene en primavera. Algunos movimientos se tomaron del trabajo agrícola, como cortar banano. En esta danza se usa el pecho, los hombros, el cuello. Mi inspiración es la expresión y el aislamiento de los movimientos; tomé esto y lo construí con estos pedazos, con la historia de Etiopía y su migración, la vida en Etiopía, la vibración de esto”.


Judíos etíopes desde el génesis

La vinculación del pueblo judío etíope o afrodescendiente con Israel está presente en las narraciones de su génesis. Según los etíopes-cristianos, la reina de Saba visitó al rey Salomón y regresó a Saba (actual Etiopía) embarazada del monarca. De esa unión nació Menelik, primer emperador de la dinastía etíope que llegó a su fin con la revolución de 1974. Cuando Menelik creció fue a Jerusalén a visitar a su padre y regresó con un séquito de sacerdotes y levitas que portaban el Arca Sagrada y las Tablas de la Ley.

Otro relato narra que después de la destrucción del Primer Templo de Jerusalén la comunidad judía egipcia floreció y, se supone, que hubo judíos que emigraron a Etiopía. En el siglo XX, el gran rabino de Israel Ovadía Yosef decretó en 1973 que los miembros de Beita Israel (casa de Israel) eran judíos descendientes de la tribu perdida de Dan.

Los intentos del retorno a Israel se dieron en diversas épocas mediante éxodos masivos fallidos. Entre 1977 y 1984 migraron unos ocho mil judíos etíopes, en la llamada operación Moisés; en 1991, con la operación Salomón, arribaron más de catorce mil.


 

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