Opinión

Días de ira

Vivimos días de ira, y esta ha estallado en lugares diversos y distantes.

Vivimos días de ira, y esta ha estallado en lugares diversos y distantes. Las protestas de este año en Hong Kong, Argelia, Sudán y Francia, por citar algunas, hacen ver que ninguna región del mundo escapa a un fenómeno global cuyo epicentro, sin embargo, está en América Latina. Si en el 2018 las protestas dejaron más de 300 muertos en Nicaragua y agitaron a Costa Rica, Venezuela y Honduras, el 2019 ha traído convulsiones sociales en Ecuador, Chile, Bolivia y, más recientemente, Colombia. También en las urnas se ha visto reflejada, a nivel global, la ira ciudadana, y tanto el triunfo de Duterte en Filipinas, Trump en USA, Bolsonaro en Brasil, como el ascenso de Vox en España, expresan un rechazo visceral a la clase política, también defenestrada, por otros medios, en países como Perú.

Más allá de las situaciones locales detrás de los diversos estallidos, el sentimiento de ira tiene raíces más hondas, siendo la principal el sentimiento de injusticia y desesperanza que diversos procesos socioeconómicos han generado en amplios sectores de la población mundial. Y no es para menos; basta recordar el espectáculo visto cuando, tras la crisis financiera iniciada en el 2008, las élites políticas abandonaron sin misericordia a la ciudadanía al tiempo que rescataban, con billones de dólares, a las instituciones financieras, principales responsables de la crisis, sin siquiera imponerles a cambio el abandono de sus prácticas especulativas, cuando no delincuenciales. Y cuando las poblaciones votaron contra estas políticas, eligiendo a un gobierno como el de Tsipras en Grecia, el poder financiero les impuso, sin pudor ninguno, políticas que solo favorecían a los adinerados acreedores.

Pero la ira actual es un sentimiento muy amplio y complejo, que no siempre se dirige contra los principales responsables de las crecientes desigualdades, ni es siempre sentida por los perdedores reales de los nuevos panoramas socioeconómicos. Lo anterior se evidencia en que el iracundo repudio lo mismo se ha lanzado contra gobiernos de derecha como los de Piñera y Duque, como de izquierda, como el caso de Evo Morales. A menudo los reclamos pueden ser catalogados como de izquierda, caso de la exigencia en Colombia de que cesen los asesinatos de dirigentes sociales y exmiembros de la guerrilla, o el repudio chileno a un modelo de desarrollo que ofrece crecimiento económico pero no mecanismos de redistribución de los beneficios.

Pero también los hay de derecha, caso del derrocamiento de Evo Morales, pese a haber ofrecido, bajo presión, nuevas elecciones, y donde las protestas en su contra están marcadas por un racismo secular y por el conservatismo religioso de derecha que recorre el subcontinente. En otros casos, como los “chalecos amarillos” franceses, asistimos a una posmoderna mezcla de exigencias de derecha e izquierda. Que ello confirme la pregonada disolución práctica de las nociones de “derecha” e “izquierda”, atestigüe la irracionalidad de buena parte de los sentimientos de ira, evidencie la confusión ideológica de muchas de las protestas, o sea todo ello mezclado, es una discusión pendiente. Por el momento, no hay nociones con las que sustituir eficientemente dichas nociones.

Las fuertes protestas que atestiguamos en diversos países son provocadas por un justificado sentimiento de enojo. Pero este ni va siempre bien direccionado, ni quienes protestan son siempre quienes más razones tendrían para hacerlo. Y aun siendo la protesta callejera una manera legítima de protesta y expresión popular, sus resultados distan de ser uniformemente positivos. En América Latina, los recientes estallidos le han dado, a la fecha, triunfos más concretos a la derecha que a la izquierda.

Mientras está por verse qué saldrá de las protestas en Ecuador, Chile y Colombia, grosso modo clasificables como “de izquierda”, la derecha ya tuvo éxito en Brasil con Bolsonaro, electo tras iracundas protestas contra el PT, y en Bolivia derrocando a Evo Morales en medio de manifestaciones callejeras de muy diverso signo. Esto merecería ser motivo de reflexión para los sectores de la izquierda nacional que parecen apostar por la ira callejera, olvidando acaso que, en la historia reciente de América Latina, los principales éxitos de la izquierda más que de este tipo de protesta, han sido producto de laboriosos procesos de construcción de programas y apoyos políticos y electorales como los efectuados por el PT brasileño, el Frente Amplio uruguayo y el MAS boliviano y, muy recientemente, aunque con signos más ambivalentes, Morena en México y el peronismo argentino.

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