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Crónicas desde Santiago (VI): La soledad de Piñera

De nuevo las protestas se extendieron por todo el país. En Viña, en Valparaíso, en Temuco, en Concepción, al norte, al sur, en la costa.

Hace dos semanas que los chilenos se manifiestan en las calles de todo el país. En marchas gigantescas –la mayor, en Santiago, la semana pasada, se estimó en 1,2 millones de personas– expresan su hartazgo por más de 40 años de políticas que terminaron por demoler todo sentido solidario de una sociedad a la que intentaron educar en el orden del “sálvese quien pueda”. Y solo pocos pudieron. Los demás no se salvaron.

Bastó una generación para que quedara todo claro. El resultado venía el en cheque mensual de las pensiones. Mitad de los pensionados recibían menos del salario mínimo, después de cotizar 30 o 35 años. Mientras las administradoras privadas de pensiones se hacían con millones de dólares.

Viernes, 1 de noviembre. Feriado. Miles reunidos en la Plaza Italia. Es el corazón de la ciudad. De nuevo. Mujeres de luto protestaron más temprano, acercándose al palacio de gobierno. Más tarde el tono familiar de la protesta se va transformado. Se levantan barridas, se alza el humo, surgen saqueos. Miles han quedado heridos, más de 150 han perdido la vista o sufrido daños en un ojo consecuencia de bombas disparadas por la policía.

De nuevo las protestas se extendieron por todo el país. En Viña, en Valparaíso, en Temuco, en Concepción, al norte, al sur, en la costa.

Amanece el sábado, fresco y soleado. Se multiplican los contactos políticos. Pero no son tiempos normales. Más allá del gobierno, me parece que nadie le pone mucha atención. Más tarde se repetirán las protestas. Y de nuevo mañana.

Gobierno acorralado

Hace dos semanas empezaron. El gobierno sigue acorralado. Desde entonces no ha habido ni una sola manifestación pública a favor del gobierno o de Piñera. ¡Ni una sola! Es la soledad de Piñera. Viejos aliados lo abandonan. Se suman a las voces que exigen una nueva constitución. Es la llave para las demás reformas, incluyendo la del sistema de pensiones.

Se multiplican los cabildos. La población discute los intereses de las inmobiliarias, que amenazan la vida de los barrios, pero también los problemas de la educación, de la salud, la crisis que ha hecho romper el hilo de la paciencia de los chilenos.

El gobierno anuncia, cambia el discurso, pero el diálogo tampoco avanza. Las autoridades tienen voluntad para escucharnos, pero no para resolver, afirma un alcaldesa después de reunirse con el ministro.

Pero ese no es el problema. No hay acuerdo sobre los proyectos necesarios para cambiar la situación.

Aislado, el gobierno oye, pero no escucha. Se multiplican las asambleas de barrios. ¿Cuánto van a durar? ¿Qué cambios van a lograr? ¿Cómo encauzar las protestas, transformarlas en motor de los cambios? ¿De cuáles cambios?

La ciudad renquea. Santiago calcula los daños, los plazos para restablecer el funcionamiento del metro. Todos exigen cambios profundos. El nuevo (viejo) ministro del Interior confiesa que no podrá resolver todos los problemas en un día.

Pero ese no es el problema. No hay acuerdo sobre los proyectos necesarios para cambiar la situación.

Hace dos años Piñera asumía con una avalancha de votos. El sueño de la derecha parecía hacerse realidad. Piñera prometía “tiempos mejores”: desestatizando, privatizando, avanzando en la construcción de un Estado subsidiario, promoviendo los proyectos público-privados, desregulando la iniciativa privada.

El sueño ha hecho agua. Difícil promoverlo con bombas lacrimógenas, con los lanza aguas de los Carabineros.

Los militares volvieron temprano a los cuarteles. Desde entonces mantienen absoluto silencio. ¿Quién los ha callado?

Por ahora solo se oye el silencio ensordecedor de sus partidarios. El presidente está solo, como nunca.

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