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El trauma y abandono de los huérfanos del Estado Islámico en Siria

Las autoridades kurdas están a cargo de varios campos de personas desplazadas, pero se ven sobrepasadas por la tarea y piden ayuda financiera internacional.

Sentada en su silla de ruedas Roqaya, de nueve años, esconde el rostro tras su hiyab, el velo que le cubre la cabeza. Al igual que otros 23 huérfanos extranjeros, vive en un campo de desplazados de Siria tras haber perdido a sus padres, sospechosos de integrar el grupo yihadista Estado Islámico.

La niña, de piel morena y contextura frágil, perdió las dos piernas y el ojo izquierda durante los cruentos ataques que propiciaron la derrota del grupo yihadista y la caída de su “califato”, en marzo.

“Siempre se queda fuera de la tienda, no juega con los demás y casi nunca habla”, explica Sarah al Abdalá, una voluntaria que se ocupa de los huérfanos recibidos en el campo de Ain Issa, en el norte de Siria.

Roqaya comparte una gran tienda de campaña con los otros huérfanos iraquíes, uzbekos, tayikos, indonesios o rusos, cuyas edades van de los 18 meses a los 13 años.

Casi todos fueron evacuados del Baghuz, el último bastión del Estado Islámico reconquistado en el este de Siria por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una coalición de milicianos kurdos y árabes apoyada por Washington.

“Juegan a dispararse como si tuvieran armas”, lamenta Abdalá, una viuda de 37 años instalada desde hace un año en este campo junto a sus tres hijos.

“No hay nada que les haga olvidar la violencia: no van al colegio y no tienen ninguna actividad lúdica”, explica esta mujer.

Padres muertos ante sus ojos

En total, nueve voluntarias, todas ellas desplazadas, se ocupan de los niños a cambio de un ínfimo salario concedido por la administración del campo, que lamenta la falta de ayudas y de financiación internacionales.

Cuando llega la hora del almuerzo, los niños se sientan en el suelo en torno a un mantel desgastado. Comen verduras con pan en platos de hierro. Los que aún no pueden comer solos son asistidos por las voluntarias, que también dan el biberón.

En un rincón se amontonan los colchones de espuma para dormir y los paquetes de pañales.

“Lo más duro es cuando hablan de sus padres, de la forma en que los mataron ante sus ojos”, confía Suad Amin, una voluntaria de 20 años.

“Todo se les ha quedado grabado en la memoria: los recuerdos de la guerra, los bombardeos…”, suspira esta mujer.

En Baghuz, la ofensiva de las FDS dejó centenares de muertos y empujó al éxodo a decenas de miles de personas, sobre todo a los familiares de los miembros del Estado Islámico.

Ideología yihadista

Las autoridades kurdas están a cargo de varios campos de desplazados pero se ven sobrepasadas por la tarea y piden ayuda financiera internacional.

“Las oenegés no nos dan absolutamente nada”, afirma el director del campo Ain Issa, Jalal al Ayaf.

“Pedimos ropa y alimentos”, pero también una asistencia psicológica para “eliminar la ideología del Estado Islámico” inculcada a los huérfanos, añadió.

Según las cifras oficiales de las autoridades kurdas, estos campos albergan a unos 12.000 extranjeros. Uno de ellos alberga a 500 menores, huérfanos o separados de sus familias después de la ofensiva de las FDS, según la ONU.

Los responsables kurdos consideran estos niños son “bombas con efecto retardado” y se convertirán en “terroristas” si no son repatriados y asistidos psicológicamente en sus países de origen. En los últimos meses, Francia, Alemania y Bélgica repatriaron a algunos de los huérfanos que tenían estas nacionalidades.

por Delil Souleiman

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