Opinión

La legalización del robo

Al legislador no le ha quedado otra alternativa que la descriminalización del uso y venta de drogas psicoactivas,

Al legislador no le ha quedado otra alternativa que la descriminalización del uso y venta de drogas psicoactivas, del aborto libre o de la zoofilia, a pesar de ser conductas contrarias a nuestra naturaleza humana. Estas acciones poco a poco van perdiendo su tinte de condena social, quedando la decisión de hacerlo o no en cada persona, según su propia escala de valores, necesidades, limitaciones o elecciones. Sin embargo, existen todavía otras conductas, también contrarias a nuestra naturaleza y también socialmente dañinas que irán descriminalizándose; en especial, el robo. Todavía no lo aceptamos formalmente, porque en una sociedad en la que se ha mercantilizado todo -la educación, el matrimonio, la alimentación, la sexualidad, la salud, la muerte-, es difícil que consideremos “normal” una intromisión en la fuente de “todas” nuestras necesidades: el dinero. Sin embargo, es parte de nuestra cotidianeidad y ni lo notamos, o lo ocultamos.

Todos sabemos que, con frecuencia, dineros de las cuotas de nuestra asociación  gremial, de los tributos nacionales o municipales, de los precios de servicios públicos, de donaciones y hasta de la mensualidad que pagamos en el mantenimiento del barrio van a parar en beneficios para terceros. Nuestra computadora o teléfono celular son permanentemente invadidos por “actualizaciones” que terminan por estropearlos y así endulzarnos con la idea de comprar uno nuevo. En el momento de la venta, desde automóviles hasta prendas de vestir, no se menciona su caducidad programada, pero pagamos cándidamente mucho dinero por un objeto del cual tenemos otras expectativas. Trabajar o vender para el gobierno frecuentemente es visto como una oportunidad para sacar todo tipo de provecho, menos el cabal cumplimiento del contrato; no nos importa si una factura de pago está “recargada” con una “comisión” que alguien más se está ganando; todos los días nos roban nuestra privacidad incontables llamadas o mensajes, vendiéndonos algo que no necesitamos. Al final de cuentas, todos lo hacen y a todos nos tocará de una u otra forma algún beneficio.

La usura tampoco nos preocupa mucho: no nos importa si los intereses de los créditos que firmamos son salvajes. Pagamos con gusto cualquier precio, con tal que la cuota mensual esté dentro del presupuesto, o si se trata de una mercadería o espectáculo que nos apasione, sin ningún sentimiento de culpa, aún cuando eso pueda ocasionarnos aprietos e infelicidad en el futuro cercano. Antes, en la idílica vida agrícola, esta situación sucedía con el padre alcohólico, quien se gastaba todo el pago de la jornada en una tira de tragos, mientras la mujer y los niños no tenían ni comida. Además, claro, que la zoofilia, el abuso sexual y la violencia doméstica eran soslayados, sin ninguna denuncia social.

En poco tiempo, robar no va a considerarse ilegal, se nos conminará a contar con pólizas de seguros que se encarguen de cubrir los daños y perjuicios, no solo contra los robos violentos, que tanto nos indignan, sino también contra los que nos infligimos todos contra todos.

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