Cultura Guadalupe Nettel, escritora mexicana

“Aquello que nos hace bellos es nuestra monstruosidad”

La escritora mexicana, Guadalupe Nettel, es considerada una de las mejores narradoras de Hispanoamérica. En su visita al país, UNIVERSIDAD conversó con ella sobre su escritura, el movimiento #metoomexicano y la belleza de los monstruos.

En la novela El cuerpo en que nací, la escritora mexicana Guadalupe Nettel narra cómo en un periodo de su infancia veía gusanos en su entorno, llegando incluso uno de ellos a meterse en el zapato que debía vestir.

Ella asustada le contó a su abuela que no se lo quería poner, pero su abuela la obligó y Guadalupe destripó al insecto.

En su país netteliano -como ella misma lo llama-, de autoficción, narrado desde su ombligo, personal y subjetivo, el recuerdo adquiere un tono sutilmente fantástico, en el que, como ocurre con el resto de sus historias, la frontera entre lo sucedido y lo imaginario se borra.

“Pero a mí sí me pasaba, era real, yo sí veía gusanos”, dijo Nettel en entrevista con UNIVERSIDAD, el mediodía del miércoles 15 de mayo en el último piso del Hotel Aurola Holiday Inn, en el centro de San José.

Para la escritora y editora de la legendaria y longeva Revista de la Universidad de México, UNAM, estos gusanos son parte del bestiario y monstruario que ella crea en su narrativa y que, con una sensibilidad inquietante, va clavando y puliendo en sus cuentos y novelas.

“El monstruo es fundamental en mi manera de ver el mundo, es el ser que más encarna la belleza y que más me gusta explorar. Yo creo que todos los seres humanos somos monstruos y que justo aquello que nos hace bellos es nuestra monstruosidad, esa que tratamos de esconder al ojo de los demás”, expresó.

“El cuento cuando viene una imagen que te provoca escribirlo es una alegría, es como una revelación, mientras que una novela una la sufre más”, Guadalupe Nettel, escritora mexicana. (Foto: Miriet Ábrego).

Nettel es considerada una de las más destacadas narradoras jóvenes de Hispanoamérica y como tal fue invitada a la sexta edición del Festival Centroamérica Cuenta, que se realizó en San José, del 13 al 17 de mayo pasado.

A continuación ofrecemos un extracto de la conversación con la escritora.

En el Festival Centroamérica Cuenta, en la mesa de titulada Una habitación propia mencionaste al grupo “Mujeres juntas, marabunta”, un colectivo que lucha en contra de la violencia machista y la impunidad en México. ¿Cuál es el estado del movimiento #metoomexicano?

-Sigue creciendo. Fue impresionante porque las personas se habían reunido sin hacerlo público y de repente una chica fue la primera que denunció al escritor Herson Barona. A partir de ahí, como lumbre, empezaron miles de denuncias en Twitter. Entonces un grupo de mujeres que ya se había reunido -yo participé en ese grupo-, se organizó. Rápidamente se convocó de boca a boca a una primera asamblea. No fue una convocatoria abierta y se juntó un grupo de 100 personas, todas escritoras, editoras, periodistas, que tenían que ver con el medio editorial, que querían escucharse las unas a las otras y decir: “no queremos seguir teniendo miedo, queremos poder decir lo que está pasando, poder denunciar”.

Se creó la cuenta de Twitter  #metooescritoresmexicanos y una cuenta de email donde podían mandar sus denuncias. Apenas se ha publicado una tercera parte de todas esas denuncias que llegaron en una semana, contra escritores y editores que habían cometido distintos tipos de abuso. Ya va como por la quinta asamblea y cada vez se suman más personas, y salió este texto colectivo (del grupo “Mujeres juntas, marabunta”) con demandas de paridad de género en las revistas, en el índice de colaboradores, en las plantillas editoriales, en las universidades, en los festivales, y todas las condiciones necesarias para que las mujeres puedan ejercer libremente su trabajo.

Ayer también hablaste de la impunidad. El sistema judicial no responde a estas demandas y denuncias.

-Por un lado hay un impacto del silencio que ha prevalecido durante siglos, que es: no se mueven las aguas, no se enturbian ningún ambiente, no se perturba el orden, y ese pacto es el que hay que romper; urge. ¡Se está empezando a romper! El problema es que en México hay impunidad en todo, no hay un Estado de Derecho para nadie, si te roban el coche es lo mismo que si vas a denunciar a un violador. Tienes que mover otro tipo de influencias, pagar dinero, para que la justicia se haga.

Menos con este tipo de comportamientos que han sido normalizados y son como el pan de cada día.

-Pero el problema es que en México vivimos en un contexto donde nueve mujeres al día mueren asesinadas por ser mujeres, donde uno no puede caminar por la calle sola, -bueno, ya vi que en San José tampoco se puede-, después de las ocho de la noche y donde es muy peligroso estar sin compañía. .

En relación con la habitación propia, ¿uno de los espacios que tenemos que pelear es el público, que ha estado tomado por los hombres?

-Hay que hacer una lucha privada con nuestras parejas y familias, para que se percaten que nosotras no somos las que tenemos que coordinar todo lo que sucede dentro de la casa y que tenemos todo el derecho a trabajar. Y luego sí, los espacios públicos, para que haya paridad. Como decía Berna González “cuotas para empezar”. Ahora estoy dirigiendo la Revista de la Universidad de México (UNAM), si te fijas en el índice te vas a dar cuenta de que hay una enorme participación de mujeres, y también en el Consejo Editorial, tanto nacional como internacional. La inercia es que publiquen más hombres porque ha sido así durante siglos. Pero hay que hacer un esfuerzo consciente.

Hay un libro maravilloso que se llama La Teoría de King Kong, ella (Virginia Despentes, autora del libro) dice que no solamente es cuestión de si hay tantos hombres o no, sino de que las mujeres pueden hablar de ciertas cosas pero de otras no. Los hombres han hablado de la feminidad durante años: ¿qué es ser mujer?, ¿de qué tamaño es el cerebro de la mujer?, ¿la debilidad del sexo? Ellos no hablan de masculinidad, ¿por qué hablan de feminidad? Sería bueno que hicieran un poco de trabajo sobre quiénes son, si les interesa la identidad -porque hablan de la identidad nacional, racial, bla bla- pero no hablan de la identidad de género; es algo que no quieren ni voltear a ver. Pienso que es porque tienen miles de privilegios que no quieren perder, ni siquiera percatarse de que existen.

En El cuerpo en que nací, narrás tu vida en lo que has llamado autoficción. En un perfil de la Revista Gatopardo precisás que narrás desde “el ombligo”, con una visión personal y subjetiva. ¿Cómo fue escribir sobre vos misma?

-Ahora que dijiste lo del ombligo pensé en un artículo que publicamos -que se llamaba La línea del ombligo -está en el número Orígenes (de la Revista de la UNAM). Es una chica que habla sobre árboles genealógicos y dice que está la línea sanguínea, que es la paterna, y que durante años en el árbol genealógico solo se incluían a los hombres y las mujeres no aparecían. Entonces está el trabajo de ir a rescatar los linajes femeninos, que se llaman la línea del ombligo.

Yo hablo ahí (en la novela) de mi madre y mi abuela, y de cómo era la educación según ellas, y cómo fueron cambiando estos valores y parámetros a lo largo del siglo XX, que es en el que vivimos las tres. Es interesante reflexionar acerca de la historia de uno mismo porque te das cuenta de que uno no inicia una novela, sino que en realidad uno viene de una novela que ya existía. Vienes a continuar una saga familiar donde ya había secretos, misterios, ya había tramas planteadas, historias inconclusas.

Escribí este libro en un momento muy particular, porque empecé tras el nacimiento de mi primer hijo, cuando me volví madre, y terminé tras el nacimiento de mi segundo hijo. El descubrimiento de la maternidad atraviesa este libro, tal vez mucho más de lo que se nota. Era ponerme a pensar en las circunstancias en las que yo había nacido a diferencia de las circunstancias en las que a él (su hijo) le tocaba nacer, y mucha reflexión acerca de qué hicieron bien y qué hicieron mal (sus padres). No es exactamente un ajuste de cuentas pero sí es una evaluación.

Para mí no es una autobiografía, es una novela porque cuando escribes un libro acerca de algo que realmente ocurrió no puedes abarcar toda la realidad, porque para empezar ni te acuerdas de todo. Es como poner el reflector en los puntos que eliges para crear una narrativa, y por eso yo digo que es ficción, además que tiene un tratamiento verdaderamente de novela.

El fluir de esa misma novela que es tu vida, la seguís contando con personajes ficcionados (como en El matrimonio de los peces rojos), ¿es tu país propio?

-Sí, cada escritor tiene una tierra particular, donde crecen cierto tipo de plantas (risas), habitan cierto tipo de aves y animales, y creo que a lo largo de los años he ido construyendo, como dices, esta tierra netteliana (risas).

¿Te sentís cómoda haciéndolo?, porque hay un grado de exposición o ¿eso es una condición que el escritor asume como parte de su oficio?

-Yo sí la asumo. Creo que para que uno pueda verdaderamente resonar con los otros seres humanos tiene que ponerse ahí. Tu no puedes hablar de la humillación si nunca viviste una y si no recurres a ese sentimiento tan fuerte que sentiste alguna vez. La savia de esas historias es tu propia vivencia. Aunque todos los seres humanos tengamos un registro finito de emociones, cada escritor tiene experiencias personales y una mirada y una evaluación y una subjetividad sobre esas experiencias que es única.

Es el material con el que construís…

-Sí, y con lo que de alguna manera haces que el lector resuene, es como un encuentro absoluto de subjetividades. Los escritores que se esconden detrás de cosas muy racionales me parece provocan un encuentro de racionalidades y a mí lo que me interesa es un encuentro de sensibilidades, de empatía, que es lo que me cautivó como lectora primero.

Yo empecé  a leer literatura y dije ¡wow!, esta persona me entiende, no me conoce pero me entiende y yo la entiendo a ella. Creo que la literatura como arte, lo mismo que la música y la pintura, es este encuentro de sensibilidades.

Participaste en un taller con Juan Villoro. ¿Cómo influyó en tu escritura?

-Tuve talleristas importantes que fueron Juan Villoro, Daniel Sada y Rafael Ramírez Heredia. Con cada uno de ellos aprendí cosas importantísimas como a disociarte del texto, dejarte de identificar en algún momento cuando ya sientes que está terminado y mirarlo con esta distancia suficiente como para corregirlo y criticarlo sin sentirte agredida o vulnerable. El texto es una materia prima en la cual trabajar, pulir y clavar, y hacer realmente ese taller. Esto es el oficio de la escritura.

Has dicho que te sentís muy cómoda con el cuento y que te gusta combinarlo con la novela. En El cuerpo en que nací afirmás que el cuento es tu género favorito. ¿Por qué?

-Como escritora es un género más fácil de asir que una novela. El cuento cuando viene una imagen que te provoca escribirlo es una alegría, es como una revelación, mientras que una novela una la sufre más, es más tediosa la escritura y a veces hay momentos de bajón, de inseguridad y de incredulidad. Con un cuento prácticamente no pasa eso, es como un impulso vital muy grande. Es menos reflexión y más poético, y tiene más posibilidades de abrirse a la extrañeza, a lo inquietante. Me encanta también que se resuelven velozmente, que son muy concisos.

A propósito de tu mundo netteliano, vas creando también un bestiario o monstruario que raya en lo fantástico.

-Sí, es un territorio que linda con lo fantástico. Es realismo sutilmente fantástico, pero no le llamaría realismo mágico, es más bien un realismo sutilmente distorsionado, es como una lectura del realismo donde caben otras interpretaciones que no son solamente las racionales. Me gusta mucho esto del bestiario. El título de El matrimonio de los peces rojos en italiano es Bestiario sentimentale (risas); creo que el editor dio en el clavo. Pero sí, también hay un monstruario. Para mí el monstruo es fundamental en mi manera de ver el mundo, es el ser que más encarna la belleza y que más me gusta explorar.

Yo creo que todos los seres humanos somos monstruos y que justo aquello que nos hace bellos es nuestra monstruosidad, esa que tratamos de esconder al ojo de los demás. Todos tratamos de vernos uniformes, parecidos, sin nada que desentone, y creo que eso que desentona un poquito en cada uno de nosotros es lo que nos vuelve únicos como obras de arte. Entonces, en vez de esconderlo estaría bien que lo apreciáramos no solamente en los demás sino en nosotros mismos. Es lo que he explorado alrededor de mi literatura, sobre todo en este libro que se llama Pétalos y otras historias incómodas, un libro de cuentos donde todos los personajes son ligeramente monstruosos, como creo que somos los seres humanos, y habla de la belleza del monstruo.

Juan Villoro dice que escribís de una forma “engañosamente sencilla”, y yo agregaría con todo “bajo control”. ¿Narrás con cierta distancia y “frialdad” sobre mundos convulsos, oscuros? Recuerdo la imagen de Jimena quemándose como un árbol de luz en el apartamento.

-Me parece muy importante darle al lector, en términos de forma, el lenguaje como vehículo de las historias. A mí me gustan los escritores que juegan con el lenguaje; como decía Octavio Paz: que le tuercen el cuello a las palabras hasta que chillen, pero creo que cuando uno exagera el juego lingüístico la historia ya no pasa tan bien y el lector se queda en esa primera capa que es lenguaje con el que es contada. Me gusta que el lenguaje sea cristalino, buscar una transparencia, hacer metáforas, pero no por ellas mismas sino en función de la historia, para que se comprenda mejor, se lea de diferentes ángulos. Sí trabajo mucho la prosa pero para dejarla invisible, para que el lector pase a través como si fueran cristales. Cuando son muy fuertes las emociones, si tu te regodeas en ese drama, si al lector lo llevas de la mano a través de la montaña rusa y le dices ahora te tienes que deprimir, ahora tienes que llorar, pierde efecto. Es más eficaz no regodearse en el pathos, en el sufrimiento, sino nada más mostrarlo, como es la vida: una especie de fotografía que se va revelando y el lector puede ver los detalles que van apareciendo.



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