Opinión

Vacunarse contra la manipulación

Cuando las crisis se vuelven severas, los intelectuales se tornan imprescindibles.

Por su claridad, esa parábola alcanza para evidenciar el discurso anodino de quienes vienen fijando los colores primarios de este debate nacional que algunos insisten en llamar huelga, pese a tratarse en el fondo de una protesta.

Indefendibles los privilegios. Pero todos y de todos. Tan odiosos son aquellos que benefician a los trabajadores públicos como los que acaparan –y están logrando conservar con este proyecto fiscal– ciertos sectores empresariales. Erigiéndose, a partir de ahí, la contradicción más odiosa e innegable del discurso gobiernista: exigir sacrificio a la base electoral del PAC mientras se chinea a los sectores históricamente afines al PUSC y el PLN.

Asistimos a una gran estafa electoral en marcha o, cuando menos, al armado de un monumento a la contradicción política más desvergonzada.

Y lo más curioso es que solo Patricia Mora, socióloga por algo y ministra por lo demás, parece notarlo, asumiendo ella la defensa de los compromisos e ideología del PAC, irónicamente a pesar del Gobierno y la propia bancada oficialista.

El caso es que, a tono con la defenestración de los privilegios de unos y otros, ha de plantarse en media cancha también la condena inequívoca al vandalismo perpetrado por bandas oportunistas en zonas altamente criminalizadas como Limón. Entonces, queda claro, en todo caso y a esta altura, el desmarque de los sindicalistas, a quienes también alcanza el principio constitucional de inocencia, que para mayores señas se eleva por sobre las tendenciosas declaraciones del Ministro de Seguridad, el policía judicial, Michael Soto, así como es desafortunado discurso disminuyente –“basureador” dirían los Millenials– del Ministro de la Presidencia, el candidato camaleónico y resucitado, Rodolfo Piza.

Así las cosas, si han de venir los sacrificios, que vengan. Pero que empiece el Gobierno por confrontar a las grandes cooperativas, a la banca, a los grandes evasores, y, solo después, se anime otra vez a tocar a los educadores, los emprendedores y a aquellos con cuyo exiguo ingreso es imposible financiar la ineptocracia de quienes pifiaron la conexión del nuevo muelle en Moín, de quienes no cuidaron las cuentas de la Trocha, de quienes se pasearon en el Anglo primero y en Bancrédito después; sin olvidar tampoco las pensiones de lujo, la viajadera de jerarcas, los patrocinios de empresas autónomas estatales a equipos de fútbol que son negocios privados y la inmensa corrupción en las contrataciones públicas de bienes, servicios e, incluso, personal.

En todo caso, siempre me ha parecido mucho más transparente el que protesta por media calle que el que recurre a los “lobistas”, que por lo general transitan a la sombra. A la sombra de los políticos influenciables por el dinero, a la sombra de los partidos sin armatoste ideológico suficiente ni alma ética convincente, a la sombra también de quienes ven y no denuncian, de quienes saben y callan, de los que nunca hacen ni harán nada por su país, pero siempre estarán dispuestos a hacer cualquier cosa por sí mismos y sus copartidarios.

Cabe recordar que asistimos a una protesta social que germino a vista y paciencia del gobierno “PizAC”.

¿Acaso no era mejor prevenir que lamentar? ¿No merecíamos los ciudadanos la evitación de semejante trance, que ya rebasa la semana y amenaza con extenderse no solo en tiempo sino en alcance? ¿Realmente algún ministro asesoró al Presidente cercanamente creyendo por un segundo que la soberbia era buena consejera frente a la sociedad civil organizada? ¿Será que es tal la borrachera de poder producto del espejismo electoral recién pasado como para equivocarte tanto, tantas veces?

En síntesis, si algo no se vale ahora es venir a señalar a los sindicatos como los únicos culpables del desorden que sufrimos los que no somos funcionarios públicos, militantes de esos partidos políticos o miembros de las cámaras empresariales o de la prensa pesetera que por estos días ha quedado en evidencia.

Quedó claro hace rato que ni eran “cuatro gatos” ni equivocaban todas sus reivindicaciones de fondo; mucho menos, su plica de igualdad, evidenciando de paso, al Gobierno de la “continuidad del cambio”. Ese que negoció sin advertírnoslo con las grandes cooperativas, los médicos enganchados y los trasegadores de capitales ociosos, entre otros. Todo al tiempo, que con la otra cara, le demandaba sacrificios a los profesionales liberales, a los empleados públicos y a la educación superior.

Ya basta de cuentos. Menos de los que son para tontos. Que en este país del trillo y la trampa todos sabemos que el diablo se esconde en los detalles. Y si de campesinos aún nos queda algo, eso sería la desconfianza suficiente para pensar que, por ejemplo, si bien el proyecto respecto a los educadores públicos afirma que los cambios en las condiciones laborales se reservan para los sacrificados, que en principio serán los contratados a futuro en las paupérrimas condiciones que les ofrecerán, la verdad última e innegable es que a todos los que se encuentran de interinos actualmente también les podría afectar este proyecto fiscal en un futuro nada lejano.

 

Suscríbase al boletín

Ir al contenido