Opinión

Vientos de intolerancia

Lo que algunos historiadores, o connotados filósofos de la historia, llamaron el espíritu de una época determinada,

Lo que algunos historiadores, o connotados filósofos de la historia, llamaron el espíritu de una época determinada, resulta ser algo que termina por exteriorizarse y materializarse ante nuestros ojos, a través de innumerables manifestaciones de lo que podríamos, con algunas reservas, llamar una especie de estado de la conciencia colectiva, un ente que va experimentando constantes modificaciones con el paso inexorable del tiempo. Ese algo está conformado por las ideas y las representaciones colectivas (v.gr. E. Durkheim) de grupos sociales enteros, o de las diversas generaciones que irrumpen en el escenario histórico, cada una de ellas con sus expectativas y visiones de mundo, que son el resultado de sus experiencias, de su forma de conocer y enfrentarse a eso que llamamos la realidad, una abstracción que difícilmente logramos determinar, o establecer en todos sus alcances.

En el nuevo siglo, una vez que la dualidad de la lucha hegemónica, entre los protagonistas de la llamada Guerra Fría, terminó por evaporarse y producir en las nuevas generaciones el efecto o la percepción de haber sido algo muy lejano, ante el asombro de las generaciones que sí la vivieron como un hecho bastante central en innumerables dimensiones o aspectos esenciales de sus vidas, se puso de manifiesto  la dinámica particular de una serie de eventos sociales, además de creencias y maneras de actuar en la vida social, algo se evidenció, casi de inmediato, en los intersticios del cambio de siglo, como el conjunto de manifestaciones propias de una nueva era, en la que esas dimensiones macro de la lucha entre las llamadas potencias capitalistas y socialistas, daba paso a una serie de posiciones y actitudes sobre una serie de aspectos e intereses específicos, ubicables en una dimensión microsocial, pero que no dejan de tener hondas repercusiones en la totalidad de las manifestaciones sociales contemporáneas.

Esas tendencias e intereses que irrumpieron en la vida social, de una manera intensa y hasta violenta, han dado lugar a una gran cantidad de manifestaciones de corte integrista o fundamentalista, tanto en el orden de lo religioso, como de lo social y lo cultural asumidos, en un sentido lo más amplio posible. En  contraste con otros efectos de la revolución tecnológica, a partir del uso masivo de los ordenadores electrónicos, y más recientemente de los llamados smartphones o teléfonos celulares, capaces de ejecutar innumerables funciones que no son propias de un teléfono, en estricto sentido: las nuevas generaciones reciben con una velocidad, hasta hace muy poco insospechada, una gran cantidad de informaciones, las que no necesariamente están en capacidad de procesar. Las redes sociales terminaron por saturarnos con toda clase de mensajes, permitiéndonos también divulgar ideas y visiones de mundo, a través de ellas.

En contraste con lo anterior, la gran cantidad de mensajes y posiciones que se divulgan, inhabilitan a los individuos para asimilar y comprender en unidades de tiempo muy cortas, el sentido más profundo de las argumentaciones o la simple propaganda, mucha veces manipuladora, y de corte totalitario que reciben. De ahí, que algunos se limiten a emitir un me gusta, o una reacción a un texto o imagen, que no lo es en estricto sentido, otros reaccionan de manera violenta para imponer sus posiciones xenófobas, autoritarias o racistas a los presuntos interlocutores, recurriendo a las expresiones más soeces y peor escritas, las que terminan por degradar el presunto debate público.

La asunción de posturas irreductibles, en una especie de dualismo entre lo blanco y lo negro, sin aceptar la existencia de matices, conduce a algunas gentes, a decir frases como: “no tolero ateos en mi Facebook” o “todos los musulmanes son terroristas”, y así sucesivamente. Una oleada de violencia e intolerancia de las más brutales, parece surgir desde esos medios destinados a informar, y a sentar las bases para un diálogo, digamos que civilizado y tolerante.

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