Opinión

La investigación colaborativa: de los problemas retorcidos a la imaginación transdisciplinar

En nuestros días, el 90% de las publicaciones científicas son firmadas por dos o más autores.

En nuestros días, el 90% de las publicaciones científicas son firmadas por dos o más autores. Según la academia de ciencias estadounidense, a nivel global, la mayoría de los artículos académicos convocan a un grupo de entre 6 a 10 individuos, provenientes de más de una institución.

Asociado con esta “explosión de la colaboración”, encontramos el convencimiento de que los mayores problemas del planeta no son abarcables por una sola disciplina. Se trata de los llamados “problemas retorcidos” (wicked problems): coyunturas complicadísimas en temas como migraciones, cambio climático, pobreza, acceso al agua y delincuencia. Luego, el abordaje de problemas como los apuntados remite al trabajo en proyectos complejos de investigación-acción, que involucran normalmente una variopinta mezcla de agentes e instituciones y demandan de los participantes capacidades de cooperación altamente desarrolladas.

Desde el desarrollo de retrovirales para controlar el HIV hasta la confirmación de la existencia de la materia oscura, se observa el creciente protagonismo de la investigación realizada por equipos de investigadores. Tan grande es el interés por conocer y promover la efectividad de los equipos de investigación, que la última década ha atestiguado el surgimiento de la Ciencia de la Ciencia Colaborativa (Science of Teams Science o SciTS), dedicada a estudiar la efectividad de los procesos colaborativos entre investigadores, en el contexto de proyectos complejos.

Observando el trabajo de estos equipos, resulta difícil trazar una línea entre la inter y la transdisciplinariedad. Encontramos traslapes y vemos que mucho depende de las definiciones y supuestos de cada autor.

Podríamos, por ejemplo, señalar que la interdisciplinariedad apunta más hacia la academia y a la producción de nuevos saberes, a partir de la articulación de las diferentes disciplinas participantes. Es una respuesta a la hiperespecialización disciplinar; así, por ejemplo, la biogeoquímica opera como un espacio de reconexión de la Biología, la Geología y la Química, donde se produce nuevos saberes a través de la integración y síntesis de ideas y métodos de las tres disciplinas originales.

Por su parte, lo transdisciplinar se orienta más hacia el mundo fuera de la academia, al trabajo con saberes situados y construcción de soluciones para el manejo de problemas retorcidos. Así, donde la interdisciplinariedad parece inclinarse por la indagación intelectual y académica, la transdisciplinariedad suele apostar por un tono más político y de intervención en la sociedad.

También es interesante estudiar la naturaleza de los involucrados. Se señala que el esfuerzo interdisciplinar apunta a un conjunto más homogéneo de individuos: aunque pertenezcan a diferentes disciplinas, se trata de académicos investigadores, “cada uno de ellos tratando de aprender el vocabulario y las metodologías de las otras disciplinas”, como señala la experta Ruzena Bajcsy.

Por su parte la “imaginación transdisciplinar” –término acuñado por Valerie Brown- convoca a un conjunto heterogéneo de agentes: investigadores dentro y fuera de la academia, representantes de agencias públicas y privadas, cooperantes, políticos y tomadores de decisión, líderes de la sociedad civil, grupos e individuos cuya calidad de vida será directamente impactada por el proyecto en marcha, etc. El esfuerzo transdisciplinar pareciera estar marcado por la inclusión de actores extradisciplinares.

El trabajo apasionante que tradicionalmente ha sido la investigación, se enriquece en nuestros días con tres retos: fortalecer capacidades colaborativas muy sofisticadas, hacer frente a problemas retorcidos y saber gestionar proyectos complejos. Ciertamente, satisfacer estos retos del presente es la clave no solamente para abrir ventanas de oportunidad en el futuro, sino para la posibilidad de que efectivamente tengamos un futuro.

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