Cultura Kevin Poveda, artista de tatuajes

Tinta en la periferia

Nacimos en búsqueda de nuestra individualidad, de nuestra propia piel. Al nacer nos dieron una dermis, pero pasamos nuestra existencia

 

Nacimos en búsqueda de nuestra individualidad, de nuestra propia piel. Al nacer nos dieron una dermis, pero pasamos nuestra existencia intentando apropiarnos de ella y expresar verdaderamente quiénes somos. Algunos expresan esta unicidad por medio de su forma de hablar, otros por su vestuario, entre otras cosas. En el caso de Kevin Poveda, un tatuador de 24 años, su unicidad no yace en su vestimenta, su discurso o siquiera en sus afamados tatuajes, sino en su ser.
A primera vista, lo primero que se nota en su cara es su oscuro bigote estilo Chevron, que junto con sus cejas enmarca uno de sus atributos más impactantes: su mirada viva e intimidante.
“Para mí, tatuar no es solamente dibujar sobre la piel; hay que diseñar sobre el cuerpo. Cada trabajo lleva su proceso, estudio y pensamiento como cualquier buen diseño”. Con unos ojos cafés semiachinados, él observa al mundo con una intensidad que claramente se refleja en su piel.
Cuando uno baja la mirada hacia su pecho resaltan dos lobos, uno negro y otro café, ambos mirando en direcciones opuestas, divididos por una espada. Su brazo izquierdo está decorado por rosas encaradas por un cuadro del checo Alfonse Mucha, artista de Art Nouveau, que luego baja hasta encontrarse con el retrato de un lobo que ruge en su mano.
Su brazo derecho no se queda atrás, ya que también muestra un retrato de Mucha acompañado por aves que bajan hasta el final de su antebrazo.
“En la U, me enamoré de él. Alfonse Mucha fue uno de los pioneros del Art Nouveau y fue parte del movimiento de esa época de cuando el artista se convirtió en diseñador. Como que yo veo en él un poco de lo que soy yo ahora porque busco darle a mi arte una función más allá”.
En sí, su imagen hace de Kevin una persona que de entrada se percibe como distinta. Actualmente, muchos admiran esta manera de mostrarse al mundo, ya que es vanguardista y manifiesta un matiz de aquella unicidad que tanto buscamos. Sin embargo, para Kevin esto no fue siempre así, puesto que esta manera de ser no nació y se consolidó en sus años adultos, sino en su infancia y adolescencia.
“Desde pequeño yo siempre he sido un freak, pero así raro, raro… bueno, aún lo medio sigo siendo”.
A diferencia de hoy que su “rareza” le trae elogios, en su momento le trajo bullying. Para entender este cambio de tratamiento, es preciso conceptualizar la Costa Rica del principio del segundo milenio.
Era un tiempo antes de Die Antwoord, antes de Lady Gaga y su Born This Way, antes de que el bigote de Dalí se convirtiera en un accesorio para hipsters. Era una Costa Rica donde el ídolo nacional para todos era Wanchope, lo último en la moda eran las camisetas Polo y lo más cercano a un freak era Édgar Silva.
Dentro de este contexto, un niño que pasara tatuándose los brazos con lapiceros y escuchando Marilyn Manson en lugar de Belinda estaba destinado al exilio.
Y así le pasó a Kevin.
Este patrón lo siguió hasta en el Liceo Laboratorio Emma Gamboa, donde seguía sin encajar en el canon del casanova y del hombre amante del fútbol. Las pasiones de Kevin residían en otros ámbitos, lo alternativo y artístico.
A causa de esto, tuvo un gran rechazo por parte de sus compañeros que se manifestaron en abusos físicos y mentales, al punto tal que él recuerda llegar a su casa a llorar diciendo que no quería regresar jamás al colegio.
Pero Kevin no se arrepiente de haber sido un niño raro “excepto tal vez por los traumas psicológicos …”, bromea.
Afirma que al crecer se dio cuenta de que su rareza era el medio para comunicarse bien con su público.
Esta afirmación no falta a la verdad. Su página de Facebook, “Kevin Poveda Tattoo Artist’’, tiene más de 65 mil seguidores y está inundada de comentarios como “ Oh my lorsh!!!!!! HERMOSO”, “Yo vivo enamorada de sus trabajos son perfectos y originales” y “Mae, mato por uno de estos en mi cuerpo ya”.
Como resultado de su gran popularidad, muchos han tenido que mitigar sus tendencias homicidas y esperar hasta seis meses por uno de sus tatuajes, mejor conocidos con su apellido como una marca, “Un Poveda”.
Este concepto de marca, “Poveda”, fue ideado por él mismo, ya que ve su trabajo como único y completamente personalizado. Su éxito recae en el hecho que provee una experiencia y no meramente un tatuaje.
Desde el inicio, el tatuaje es diseñado por el cliente y Kevin, de tal manera que es un proceso conjunto que lleva a un producto original e individualizado para el tipo de persona que es el cliente tanto física como mentalmente. En este proceso, Kevin discute que es donde su título de la Universidad Nacional de Costa Rica en Arte y Comunicación Visual viene a jugar un rol importante.
Sus tatuajes son pensados y diseñados meticulosamente para que vayan acorde con la persona que lo está pidiendo.
El objetivo de este tatuador es comunicar la apropiación de cada persona sobre su cuerpo por medio de los ojos del artista. A cada uno de sus clientes los observa detalladamente desde que entran en su estudio.
“Si una persona se está tatuando conmigo, me está dando un espacio en su cuerpo para toda la vida. Yo no tomo eso a la ligera. Es un ritual de confianza que yo valoro muchísimo”.
Kevin denomina esta gran confianza como una de “sus grandes felicidades” en vida, lo cual agradece “eternamente”.
Al principio, él llegó a la luz pública gracias a sus tatuajes de acuarela, pero reafirma enfáticamente que él no cree que inventó esta tendencia y fue una mera casualidad que cuando empezó a utilizarla para poder tatuar sus pinturas, esta comenzó a tomar auge en el público costarricense.
Esta casualidad creó un portafolio que ha logrado generar la confianza que tanto tienen sus clientes en él.
Tal fue la popularidad de sus tatuajes que recibía más de 100 mensajes diarios pidiéndole un Poveda. Esto fue in crescendo en los meses que le siguieron hasta que lo llevó a renunciar a su trabajo como diseñador en la agencia publicitaria Ogilvy & Mather.
A pesar de estar siempre agradecido con esta técnica de la acuarela, actualmente, ha seguido adelante con otros estilos. Estilos que ha logrado aprender gracias a múltiples viajes, a lugares tan distantes y disímiles entre sí como México y Alemania.
En esos periplos ha absorbido las diferentes culturas de los lugares y asegura que, aunque le encanta viajar, se niega a ser un turista ya que, al igual que en su infancia, a él no le interesa lo común, sino lo underground.
“Lo alternativo me atrae muchísimo porque siento que hay más libertad para crear en ese sector”.
De ahí, Kevin junta diferentes tendencias y las une para establecer nuevos estilos. Tristemente, en su gremio hay a veces mucha “serruchadera de piso” donde se apunta con el dedo a quien sea y se le acusa de plagio o hacer una mala práctica de una técnica.
Asegura que lo que se hace es agarrar tendencias, copiarlas, destruirlas y de ahí nace un estilo y cuanto más se logre entender eso más se podrá crear una “hermandad” entre tatuadores donde cada uno tenga su estilo propio.
“Yo no creo que yo haya inventado la sopa Maggi, el agua tibia o lo que sea. Uno siempre se influye, tiene referentes. Yo siento que uno está metido en un mundo de tendencias y de ahí uno saca algo… Como un dicho que dice ‘El mal diseñador roba, el buen diseñador copia’ y eso es lo que hago copio, destruyo y creo”.
Irónicamente, Kevin no tiene su estilo permanentemente definido, ya que él cree que se está en una “metamorfosis perenne” que es influenciada por las diferentes costumbres que él encuentra alrededor del mundo.
Por esta razón, planea varias giras para tatuar internacionalmente y alimentar esta curiosidad insaciable.
Este continuo cambio le generó cierto miedo al empezar, ya que se dudaba si la confianza y lealtad de sus clientes irían al extremo de también adaptarse a los cambios que sufriría su estilo.
A pesar de este temor, asegura que poniendo todo en la balanza los frutos que nacen de sus riesgos son mucho más que aquellos que nacen de la seguridad, ya que esta es un campo estéril del cual solo nace lo mismo, así que prefiere estar en la periferia.
Es el estar en el afuera que le permite comprender el adentro tanto de él como el de su público, lo cual genera la única seguridad que él tiene: seguridad en sí mismo.
Es esa seguridad en sus habilidades y sus gustos alternativos que lo ayudan a cruzar los riesgos e incertidumbres de su carrera ya que, al despertar cada mañana y verse al espejo, él tiene claro que no vino a ser un símbolo de infinito en la muñeca o un atrapa-sueños con pájaros volando en la espalda, sino, un Poveda.

 

Suscríbase al boletín

Ir al contenido