Opinión

El PIAM

Gran visión tuvo el Dr. Alfonso Trejos, al proponer al Consejo Universitario, espacios de recreación y académicos para los mayores

Yo desearía morir en pleno trabajo, sabiendo que otros continuarán lo que yo ya no puedo hacer, y contento al pensar que se hizo lo que fue posible hacer.” (B. Russell)

Gran visión tuvo el Dr. Alfonso Trejos, al proponer al Consejo Universitario, espacios de recreación y académicos para los mayores de cincuenta años y adultos mayores. De seguro el Dr. Alfonso conversando con amigos se dio cuenta de la necesidad de espacios para reunir, sobre todo, a jubilados que no encontraban un lugar de reunión, no el acostumbrado de los parques y las iglesias, sino una oportunidad intelectual y de recreación para personas que todavía podían dar mucho y recibir nuevos conocimientos académicos. Es decir ciudadanos que simplemente recibían un salario por los años trabajados, una despedida y un mundo incierto en el campo social de la interacción, después de treinta o más años de compartir con otras responsabilidades. El mundo abierto, pero sin saber dónde, ni con quien poder reunirse. Un poco jugando al lobo estepario de H. Hesse. Refugiado en la casa, haciendo un poco de mandadero  y otra de taxista. Por supuesto, no tan extremado, dirán algunos, porque otros encontraron refugio en otros quehaceres. Pero lo general, la pregunta era: ¿Dónde podré encontrar un lugar para compartir, jugar y aumentar mis conocimientos?

Y hace treinta años, esta iniciativa del Dr. Alfonso Trejos, el apoyo de la UCR  y un seguimiento del Programa Institucional para la Persona Adulta Mayor (PIAM), lo han logrado (y esto debe decirse con la voz en alto, para los detractores de las universidades públicas, en especial, de los enemigos mal intencionados de la UCR).

Como estudiante PIAM, me alegra y me entusiasma ver a los “muchachos y muchachas”, como muchos veces nos llamamos, caminar por el campus, con la lentitud del buen ocio, como lo llama Kundera, de los años maravillosos, de ver las cosas con otra perspectiva, caminar hacia las aulas, encontrarse con sus compañeros y regresar a sus casas con un entusiasmo nuevo por la vida. Alabo a los profesores que ponen su nombre y su curso regular para aceptar estudiantes PIAM, como el caso del profesor Johnny  Badilla y otros. O el caso del profesor de cine Rodolfo Rodríguez con auditorio lleno en su programa de cine, con didácticas de acercamiento, desde el confite, fiesta de “graduación” y música de aliento antes de empezar la película, o la profesora Guiselle García con su curso para entusiasmar a escritores deseosos de contar pasajes de sus vidas.

A veces, desde mi experiencia, los jóvenes en cursos regulares no se acercan a los mayores. Y en una ocasión que había que hacer grupos de estudio no los consideraban. Pero también de nuestra parte, si nos matriculamos en cursos regulares, no debemos hacer interrupciones largas salidas del tema. Resucité de mi escepticismo un día en  la soda de Estudios Generales cuando unos jóvenes nos dieron campo a dos del PIAM,  a pesar de su lenguaje de “a cachete” y “qué rajado”; me acordé de la etnia de los Lacedemonios en Grecia antigua, que cuando entraba un anciano sabio, a un congreso, si habían trescientos, todos se ponían de pie para ofrecerle un lugar. Termino diciendo que llega una época en las que hay que vivir de diferente manera, las energías te lo recuerdan, pero no significa el abandono  y la reclusión. Yo recuerdo a mi amigo Isaac F. Azofeifa en sus ochenta años, publicó dos libros, escribía para periódicos, era un activista político y daba conferencias en colegios y centros culturales. Y muchos de mis compañeros, son ingenieros, abogados, médicos, obreros, campesinos, mujeres al frente de sus hogares, periodistas, profesoras, maestras, etc., y muchos abuelos y abuelas, que en ocasiones se topan con sus nietos en los pasillos y todos orgullosos de participar del programa del PIAM. ¡Salud, en sus treinta años!

 

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