Una bacteria producida por hormigas fue clave para que la Universidad de Costa Rica (UCR), junto con la Universidad de Harvard y la Universidad de Wisconsin, desarrollaran una molécula para antibióticos contra hongos.
La nueva sustancia fue bautizada como selvamicina, en honor a la Estación Biológica La Selva, de la UCR, y tendría el poder de inhibir el crecimiento del hongo candida albicans, el cual naturalmente se encuentra en el intestino humano pero que puede causar infecciones en la piel y en lugares del cuerpo humano como la vagina.
Adrián Pinto, investigador de La Selva, explicó que, aunque ya existen antibióticos contra este hongo, poseen una alta toxicidad y numerosos efectos secundarios. Además, la selvacimina tiene un azúcar adicional que no se conoce en ningún otro compuesto similar.
“Lo promisorio de la selvamicina es que, por su estructura novedosa, tiene una mayor solubilidad en agua y se espera que tenga menos efectos secundarios, para que pueda ayudar a combatir estas infecciones”, amplió Pinto.
Asimismo, su capacidad de variar su estructura y recombinar sus genes, ayudaría a combatir la resistencia del cuerpo humano a los antibióticos.
“La sociedad necesita nuevos antibióticos, tenemos ese problema, que las bacterias y los hongos se hacen cada vez más resistentes y estamos descubriendo cada vez menos antibióticos, entonces, nuestra filosofía es buscar en la naturaleza, buscar en sitios en donde los microbios ayudan a proteger de enfermedades”, comentó Pinto.
Sin embargo, aunque estas características le confieren al descubrimiento de la selvamicina un alto potencial para ser desarrollado para uso terapeútico, falta mucho camino para ver los productos en las repisas de las farmacias.
Según Pinto, lo que sigue es el “Valle de la Muerte”, es decir, que se realizarán una serie de pruebas de laboratorio y experimentación para valorar qué tan efectivo sería su uso en humanos, cuáles serían sus efectos secundarios y cuál sería su nivel de toxicidad.
“Si se contara con la fortuna de que la selvamicina pueda ser utilizada en humanos, entonces ese antibiótico se licenciaría. Si se llegaran a tener beneficios económicos, se garantizaría que parte de ellos regresen a Costa Rica para reinvertirse en la conservación de nuestros ecosistemas”, agregó Pinto.
ORIGEN
La selvamicina se identificó en el 2013, a partir de una bacteria protectora asociada a unas hormigas parientes de las zompopas.
Estas hormigas, tan pequeñas que toda una colonia cabe en la palma de la mano, aprendieron a cultivar una bacteria con agentes antifúngicos y antibacteriales que les proveen una defensa química. Ese proceso tardó millones de años, pues las hormigas recolectaban comida, la acumulaban dentro del hormiguero y esperaban que produjera un hongo que les daba nutrientes para vivir.
Sin embargo, debido a que algunos microbios atacaban al hongo, las hormigas crearon una bacteria como mecanismo de defensa, la que ahora fue vital para la investigación de la selvamicina.
La aproximación a estos insectos no es extraña para los investigadores. Adrián Pinto las viene estudiando desde el 2009, debido a su interés por volver los estudios a la naturaleza y conocer qué pasa bajo tierra.
Hace aproximadamente 10 años, las más de 300.000 especies que se encuentran en La Selva atrajeron al investigador de la Universidad de Wisconsin, Cameron Currie. Desde entonces, quiso seguir trabajando con Pinto y el resto de los investigadores de la estación, ya que considera que “Costa Rica, por su naturaleza, es un laboratorio de biodiversidad”.
De igual manera, Ethan van Arnam y John Clardy, investigadores de la Universidad de Harvard, comentaron que “la riqueza ecológica de los bosques tropicales en Costa Rica tiene muchas lecciones que darnos sobre medicina y ciencia”.
“Formar parte de un proyecto que abarca desde la prospección química en un país de gran biodiversidad como Costa Rica, hasta el aislamiento y caracterización de una molécula que funciona en animales es una experiencia muy especial”, agregó Clardy.
En la misma línea, los investigadores comentaron que este tipo de alianzas internacionales abren puertas no solo para el descubrimiento de nuevas maneras de tratar enfermedades, sino a explotar el potencial biodiverso que ofrecen muchos países a lo largo del mundo.
Para Fernando García, vicerrector de Investigación de la UCR, la internacionalización de este tipo de trabajos recalca la importancia de realizar inversiones para capacitar al recurso humano de la Universidad y así estar al nivel de las grandes ligas.
“Si nosotros tenemos investigadores formados apropiadamente, al más alto nivel, el resto es mucho más sencillo. Creo que la institución ha sabido invertir en recurso humano de manera que nuestros docentes sean además buenos investigadores. Lo que estamos viendo hoy es el resultado”, aseguró García.
De igual manera, recalcó la importancia de inculcar un pensamiento crítico a nivel de estudiantado.
“Adrián Pinto fue estudiante mío y ha sido el único que me ha hecho una pregunta y no se la pude responder. Así, de ese tipo, tenemos montones en la Universidad, y hay que darles acompañamiento para que se desarrollen adecuadamente”, comentó el Vicerrector.
Por esto, instancias como La Selva han sido casa para más de 100 cursos por año, más de 4.500 artículos científicos y numerosos proyectos de tesis sobre cambio climático, descubrimiento de nuevas especies y pérdidas de algunas otras.
Al igual que el Vicerrector, Adrián Pinto señaló que su principal motivación es generar oportunidades para que los científicos y científicas jóvenes puedan capacitarse y que el nivel científico de Costa Rica siga creciendo.
“Cuando yo estudiaba en Wisconsin, mis colegas de Latinoamérica no podían entender que yo quería regresar a Costa Rica, y la razón es que en nuestro país se puede hacer ciencia de primer nivel, gracias a ese respaldo institucional que tenemos en la Universidad y bueno, esto me confirma que no fue un error y me motiva mucho para el futuro”, finalizó Pinto.