El soterré cucarachero (Troglodytes aedon) es un ave pequeña que apenas mide 10 centímetros y pesa 10 gramos. Su coloración es café, podría decirse que carece de mayor atractivo… hasta que canta.
Su canto es uno de los más elaborados. Los machos combinan una serie de elementos para crear un repertorio lo suficientemente atractivo para conquistar a las hembras, pues a ellas les gusta los repertorios complejos.
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A los sotorrés cucaracheros se les encuentra desde los 0 hasta los 2.800 metros sobre el nivel del mar.
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En otras palabras, si las aves fueran personas eso significaría que las mujeres prefieren hombres con una amplia riqueza de vocabulario en contraposición a un varón que se comunica con monosílabos.
De hecho, el “elemento” es la unidad más pequeña en el canto de un ave. Podría decirse que su sonido equivale a una letra dentro de una palabra y tener más elementos en un canto significa tener más letras disponibles para combinar.
“Eso hace a los machos más atractivos y les da la oportunidad de enviar más mensajes a la hembras. En cambio, los repertorios más cortos los limita en cuanto a los mensajes que pueden transmitir”, explicó Luis Sandoval, investigador del Laboratorio de Ecología Urbana y Comunicación Animal de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Sin embargo, el ruido en las ciudades parece estar distorsionando esa comunicación con fines reproductivos entre los sotorrés cucaracheros. Un estudio, realizado por investigadores de la UCR y la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, demostró que estas aves reducen la complejidad de su repertorio y cambian la frecuencia del canto en respuesta al ruido.
El cantar en una frecuencia más alta, para hacerse oír en un ambiente ruidoso, conlleva un mayor gasto energético para el individuo, lo cual puede repercutir en su salud; mientras que la simplificación de su repertorio le dejaría en desventaja a la hora de conseguir pareja y esto tendría repercusiones a largo plazo en la población.
Monitoreo
El estudio forma parte de la tesis de maestría de Roselvy Juárez, en quien recae la autoría principal, con colaboración de Sandoval. El artículo científico ya fue aceptado por la revista Ibis: International Journal of Avian Science y está próximo a publicarse.
Los investigadores recolectaron datos durante 2015 y 2016 en cuatro sitios de la UCR: el campus Rodrigo Facio, la Ciudad de la Investigación, las instalaciones deportivas y el Jardín Botánico Lankester. En total, se contó con 104 horas de grabación, registradas entre las 5:30 a. m. y las 7:30 a. m. Se analizaron 48.906 elementos de canto producidos por 29 machos. Aparte de las vocalizaciones, se midieron los niveles de ruido.
Los investigadores eligieron trabajar con el sotorré cucarachero porque, en esta especie, los cantos influyen en la elección de pareja, en la comunicación entre parejas y en la competición entre machos.
En Costa Rica, los sotorrés cantan principalmente en la época reproductiva (de diciembre a setiembre). Los individuos de esta especie desarrollan sus cantos al escuchar a otros machos en los alrededores y, con ello, van incluyendo nuevos elementos a su repertorio.
Asimismo, la mayoría de los elementos de su canto se producen en frecuencias entre 0,80-5 kilohertzios (kHz). Potencialmente, el ruido de la ciudad podría enmascarar sus vocalizaciones.
Frecuencias
En el sitio de muestreo catalogado como más ruidoso, los investigadores notaron que los individuos tendían a incluir elementos de alta frecuencia en sus cantos. De hecho, el ruido afectó las características de frecuencia en el 26% de los elementos.
“Lo que parece estar ocurriendo es que cuando un individuo percibe mucho ruido sube la frecuencia”, explicó Sandoval y agregó: “Es el equivalente a gritar cuando una persona intenta comunicarse con otra en un lugar muy ruidoso. Cuando se grita, la persona se cansa al rato. Lo mismo le pasa a las aves”.
Al tratar de hacerse oír, los sotorrés incurren en un gasto energético que deberán compensar buscando más alimento, ya que, si no logran conseguir la cantidad de nutrientes necesaria, su salud se vería afectada.
Eso también tendría un impacto en el éxito reproductivo (cantidad de huevos que logran eclosionar o nacer), porque el tamaño de los pichones podría ser menor al de las crías de individuos que cantan a frecuencias más bajas.
Asimismo, el “gritar” todo el tiempo desemboca en estrés y este afecta el plumaje del ave. Las plumas van perdiendo brillo, no se desarrollan bien y hasta pueden caerse antes de tiempo. También las hacen más susceptibles a parásitos como piojos.
“Hemos visto en sitios más urbanos, donde cantan a frecuencias más altas, los sotorrés tienen más parásitos en las plumas que en sitios más naturales”, señaló Sandoval.
Repertorios
Otra observación derivada del estudio es que los individuos que habitan en territorios más ruidosos tienen repertorios más pequeños, para evitar que sus cantos se vean enmascarados por el ruido. El costo es la pérdida de atractivo ante las hembras.
En este sentido, los ambientes ruidosos podrían estar siendo un factor de selección. No solo eso, los cambios en el repertorio podrían afectar el proceso de aprendizaje vocal, ya que las aves necesitan oír sus propias vocalizaciones y la de otros individuos de su especie para así ir incorporando elementos a su canto.
Además, las implicaciones no se reducen a la pérdida de atractivo de un macho, sino que estas pudieran escalar a la población.
“Lo que aún no sabemos es si las hembras que viven en esos lugares donde los machos tienen repertorios cortos ya no les incomoda tanto eso porque eso es lo que tienen. Pero, ¿qué pasaría si llegara un macho con un repertorio más amplio? ¿Le ganaría a todos? Esa es la parte que aún no sabemos”, comentó Sandoval.
“Si las hembras empiezan a seleccionar machos con repertorios pequeños y ya no les interesan los que tienen repertorios grandes, entonces ya no se cruzarían ambas poblaciones y eso causaría que se vayan aislando genéticamente. Se podría decir que empieza un proceso de especiación, es decir, un proceso que resulta en especies nuevas. Estaríamos viendo la punta del iceberg de un proceso que tarda miles de años”, hipotetizó el investigador.
El tamaño del repertorio no solo incide en las probabilidades de apareamiento, sino también en la defensa del territorio y la supervivencia.
Siguientes pasos
Este estudio en sotorrés, que inició en 2015, es la segunda parte de un proyecto más grande sobre aves urbanas que data del 2010.
En el caso de los sotorrés, a partir de 2019 y hasta 2023, se están tomando datos genéticos a través de muestras de sangre. Esto con el fin de ver si la población está genéticamente aislada o no, así como otros recopilar indicadores de salud.
También, según Sandoval, se está valorando utilizar las plumas para medir contaminación por mercurio. Este metal pesado está asociado a contaminación del agua causada por procesos industriales. El metal acumulado en el agua pasa a las plantas y de estas a los insectos de los que se alimentan los sotorrés, por lo que las aves van acumulando el mercurio en sus plumas a lo largo del tiempo.
“Como el mercurio se deposita en las plumas, al tener diferentes niveles de desarrollo urbano, lo que esperamos ver es si en los sitios más urbanizados hay más presencia del metal que en los menos urbanizados”, destacó Sandoval.
Asimismo, las medidas sanitarias implementadas para contener la pandemia por COVID-19 brindaron una oportunidad para medir el impacto que podría tener la reducción del ruido en el canto de las aves. Por ello, desde abril, los investigadores siguen tomando datos para poder compararlos con los recolectados en 2015 y 2016.