En la búsqueda de paz y equidad para las minorías de la región, diferentes activistas se han unido en un esfuerzo por visibilizar la violencia, que por mucho tiempo se lloró en silencio.
En esa lucha se encontraron Bertha Zúñiga Cáceres, activista hondureña, Alejandra Gutiérrez, periodista guatemalteca, y Marcela Zamora, documentalista salvadoreña, quienes conversaron con UNIVERSIDAD sobre la represión que viven los países de América Central.
Zúñiga coordina actualmente el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), organización fundada por su madre, Berta Cáceres, la ambientalista hondureña asesinada en marzo del año anterior por su lucha contra el proyecto de una represa en territorio de indígenas lencas, en el oeste de Honduras.
Zamora es dueña de la empresa de producción audiovisual Kino Glaz, donde realiza documentales y proyectos de sensibilización social para impulsar a las mujeres en su país.
Gutiérrez ha centrado su carrera en el periodismo de profundidad y narrativo, especializándose en temas de derechos humanos, justicia, seguridad y violencia.
¿Qué las llevó a comprometerse con las luchas sociales contra la violencia en Centroamérica?
MZ: Mi padre político siempre luchó por los derechos de la gente con menos capacidad de decidir. Mi madre también entregó su vida a los movimientos religiosos que ayudaban a las comunidades.
Creo que yo tengo un compromiso de continuar el trabajo que mis padres hacían cuando me formaron. Más que una obligación es una necesidad de contar las historias de las víctimas de los diferentes conflictos en Centroamérica.
AG: En un momento de la vida yo me asumí como una privilegiada dentro de mi país, pues tuve acceso a la educación y a la salud, a diferencia de la mayor parte de la población. Eso me dio la opción de hacerme responsable de esos privilegios y contribuir para que estas desigualdades ya no sean tan brutales.
También me impulsó ver que hay mucho de la realidad guatemalteca que no conozco. En Guatemala los medios se mantuvieron en silencio por mucho tiempo, sobre los desaparecidos y beneficiados de los 36 años de guerra. Y todavía, 18 años después de la firma de la paz se siguen desenterrando los muertos.
Hay un interés personal muy grande en reconocer que toda esta historia que nos han contado no es como la pintan, y, a raíz de esto, tratar de contar no solo lo inmediato, sino de dar explicaciones e interpretaciones.
BZ: Para mí lo más importante es haber tenido la oportunidad de crecer junto al proceso organizativo del Copinh, donde hay muchas historias de mujeres que han sido atacadas en la comunidad de Río Blanco, casi a punto de morir, pero que lograron sobrevivir y que continuaron en la lucha.
En una región tan violenta contra las mujeres, como lo es Centroamérica, ¿cómo se abre campo una mujer para visibilizar las problemáticas sociales?
MZ: Yo no puedo hablar de mi lucha sin hablar de las mujeres que estuvieron atrás luchando para que yo pudiera decir lo que yo quiero, para que yo pudiera votar e incidir. Yo voy a seguir la lucha para que mi hija, de 4 años, pueda optar por decidir sobre su vida con menos dificultad que la yo he tenido.
En el mundo del cine es difícil, porque es un mundo de hombres. Es una lucha constante porque a las mujeres se nos pide demostrar, y es la lucha que voy a continuar.
AG: Yo te mentiría si te digo que siento esa violencia directamente. Como periodista siento presiones, pero no creo en la heroicidad y en el asunto épico, tenemos que seguir trabajando vivos.
Sí siento la violencia ciudadana, el miedo de salir sola a la calle, de usar el transporte público y salir en la noche. Y como periodista sí he trabajado con personas que son realmente víctimas de la violencia, el abuso, la trata de personas, la explotación sexual y laboral.
BZ: En Honduras hay muchos niveles de la violencia expresada en el acoso callejero y en la naturalización del control de los cuerpos de las mujeres.
En el 2009, cuando fue el golpe de Estado, una de las leyes que se impulsó era la prohibición de las pastillas anticonceptivas de emergencia. También está el tema de las mujeres que desafían al modelo extractivo, que enfrentan a los militares con sus armas, y también la violencia en estos crímenes como el de mami, que es un crimen de Estado. Asesinan con toda la impunidad desde un sector que se ha convertido en un aparato criminal, en el que participa la empresa privada, un sector intocable, poderoso y que muy pocas veces se señala en Honduras.
Esa es la vida de las mujeres en defensa territorial que se tienen que enfrentar a violencia internas y externas; aparte, mezcladas con racismo, discriminación por ser mujeres, indígenas, pobres.
¿Qué limitantes a su libertad de expresión han encontrado en la lucha por visibilizar la violencia en Centroamérica?
MZ: Nunca me han censurado. Sí se me han puesto trabas burocráticas, pero sé de colegas que sí han tenido problemas.
Yo he logrado sortear esas dificultades. Uno tiene que contar las historias que le apasionan, en las que se siente involucrada, esto se aplica para los que estamos trabajando temas sociales, sobre todo de derechos humanos.
En el camino vamos encontrando dificultades, y si vos no estás apasionado por el tema que querés cubrir o la historia que querés contar, se te va a quedar a medias.
AG: En Guatemala hay nuevas iniciativas en los medios, el tema digital ha ayudado a que surjan proyectos independientes de los compromisos con anunciantes. Estas iniciativas han provocado que incluso los grandes medios comiencen a apostarle más al periodismo de investigación, a hacer denuncias.
Los periodistas se han dado cuenta de que la situación del país es insostenible, pero todavía tenemos monopolios en los medios como los canales de televisión abierta que pertenecen a Ángel González, que están teniendo campañas de desinformación porque él mismo está siendo señalado por corrupción.
En este momento hay presiones desde el Gobierno, y la más evidente es que el Presidente no quiere hablar con la prensa. También hay medios que desinforman criminalizando la protesta social y señalando directamente a líderes estudiantiles y poniéndolos en la tele como violentos.
BZ: Siempre hay mucha presión. El crimen de Berta Cáceres es un crimen para acabar con el Copinh, por ser un “mal ejemplo en Honduras”, por hacer la defensa territorial efectiva, porque desafía a empresarios que con toda la normalidad utilizan el territorio de los pueblos indígenas e invisibilizan su voz.
Pero la solidaridad internacional también ha sido muy fuerte. Nos da acompañamiento en muchos sentidos, no solo en el tema legal, sino en el fortalecimiento de las luchas, de pensar otra manera de vivir, de crear espacios mesoamericanos contra la militarización, contra la minería, contra las represas.
¿Cómo lograr que los centroamericanos alcen la voz en contra de las injusticias sociales sin miedo a represalias por parte del Estado o empresas poderosas?
MZ: Ahí los tres países tenemos actitudes muy distintas. Guatemala, a través de la Comisión Internacional de la Impunidad contra Guatemala (Cicig), logró empoderar a la población guatemalteca, por eso es que botan a Otto Pérez Molina, y que se dio el levantamiento actual contra la Asamblea Legislativa.
En El Salvador la gente está tratando de sobrevivir, de que no le maten a sus familiares. Cuando una población se mueve a través del miedo es muy difícil que salga a las calles, está tan mal la cosa que esto de decir “salgamos a las calles para que cambie algo” no es una opción.
El gran problema de El Salvador, por el cual no podemos llegar a ser Guatemala, es la polarización que se está viviendo. Yo creo que es el país más radicalizado del mundo, donde si sos de derecha, aunque la gente que te representa, viole, mate y tenga un cartel, los vas a defender a capa y espada, porque son de derecha.
Lo mismo pasa con la izquierda, la gente de izquierda va a justificar a un político corrupto, que ha cometido atrocidades. No hay una tercera opción de partido, tenemos una crisis.
En las encuestas que se han hecho, las instituciones que gozan de menos prestigio en El Salvador son la Asamblea Legislativa y el Gobierno, y una de las mejores evaluadas es el ejército. Entonces, ¿cuáles fueron los cambios después de la firma de los acuerdos de paz?
Es muy complejo y desolador, pero se está viendo una nueva generación de jóvenes que se están levantando y están queriendo hacer un cambio. Ahorita, en este instante, se está creando una nueva opción política y son los jóvenes cansados de las viejas prácticas.
AG: Yo creo que es imprescindible exponer lo que pasa, pero no solo como una cifra amarillista de que estamos en el ranking número uno de los lugares con mayores muertos, porque puede causar una psicosis colectiva y, por otro lado, normalizar la violencia.
Es necesario darle vuelta al asunto y apuntarle a la investigación para descubrir por qué estamos como estamos, quién se beneficia del miedo y la violencia, para poder señalar a los culpables.
Debemos resaltar, sobre la formación de opinión, la importancia de la justicia y la lucha contra la impunidad.
BZ: La manera de animar las luchas es que sepan que hay muchas comunidades que hemos asumido ese desafío, que no nos podemos sentir solos ni solas.
Que el objetivo es alcanzar una vida digna, la paz, terminar con ese sentido de guerra abierta contra las comunidades y las personas que luchan.
La situación de Centroamérica es bastante triste y deplorable. Eso siempre ha sido efectivo para el modelo económico, vivir en el miedo, sembrar la parálisis social. Es una cuestión de compromiso histórico para dignificar nuestros pueblos.