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Vigencia de El Malentendido de Albert Camus

La figura del gran intelectual francés de origen argelino Albert Camus cobra interés reciente en esta segunda década del siglo XXI

La figura del gran intelectual francés de origen argelino Albert Camus cobra interés reciente en esta segunda década del siglo XXI. Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1957, con apenas 44 años y murió trágicamente apenas 3 años después, en un accidente automovilístico.

La obra teatral El malentendido es una de las más relevantes de Albert Camus. Desde su primera presentación el 24 de julio de 1944, fue un éxito. Es una tragedia absolutamente bien lograda, tanto por su temática como por su forma. Tiene tres actos pintados con esmero, cuidando los detalles infinitesimales. En total 20 escenas, algunas de dos líneas, como, por ejemplo, la tercera escena del segundo acto, cuando el hijo dirige la mirada hacia el cielo y grita con angustia: “¿Qué hago?” He aquí una de las preguntas existenciales que interpelan al ser humano.

Escrita durante Segunda Guerra Mundial, una de las mayores tragedias de la humanidad. Camus había logrado el reconocimiento con El Extranjero, la novela más vendida en la historia de las ediciones Gallimard. Su obra de teatro Calígula y su ensayo El Mito de Sísifo eran de consulta obligatoria para entender la filosofía del absurdo.

Fue una época difícil para Camus, estaba en plena madurez intelectual, su creación literaria había logrado el éxito mundial, en contraste con la soledad absoluta que lo agobiaba. Había abandonado su Argelia natal, vivía en una Francia ocupada, de allí el sentimiento de nostalgia, de angustia y la constante referencia al sol y al mar, como lugares míticos, un paraíso perdido. En efecto, los temas del exilio, la nostalgia y la soledad son palpables en El Malentendido.

La historia es desgarradora, se inspira de un hecho real, ya mencionado en El Extranjero. La Madre y su hija, Marta, viven en un hogar desolado, administran un desafortunado hotel, donde asesinan a los huéspedes ricos para robarles sus pertenencias. Las dos mujeres son la encarnación de la inmoralidad y la deshumanización total, una cruda personificación del estado de convulsión y descomposición en que se encontraba Europa.

El conflicto trágico empieza con el regreso del hijo, Jan, después de 20 años de ausencia, con la intención de compartir su considerable riqueza con su madre y su hermana, quienes no lo reconocen. En vez de revelar su identidad y abrazarlas, decide jugar, alquilando una habitación como un huésped más para observar a su madre y a su hermana, y conocerlas mejor, obsesionado con la idea de hacerlas felices, como para liberarse de la culpa de haberlas abandonado.

El hijo representa la figura del hombre honesto, muestra cierta torpeza e ingenuidad, sigue platicando con su madre y su hermana en espera de ser reconocido. Pero no halla las palabras adecuadas para decir las cosas.

A diferencia de la oscura y apática existencia de la madre y la hija, Jan y su esposa, María, rebosan de energía y felicidad, representan la pareja ideal, con el amor sincero, la confianza total, con mucho dinero, tenían todo para seguir viviendo felices.

La presencia del Anciano criado es casi fantasmal, no dice nada, hace apariciones furtivas, observa el crimen, el dolor, la locura y la insensatez, no condena ni consiente, como un testigo imparcial de lo absurdo que caracteriza ciertas actuaciones humanas. No interviene, solo observa en silencio.

La hija es la alegoría de un mundo sin alma, sin moral, rudo y deshumanizado. Su única esperanza es conseguir mucho dinero para evadirse lejos, vivir frente al mar bajo el sol. Un mundo imaginario que nunca había conocido, solo existe en su mente envilecida.

La incomunicación es uno de los temas centrales de esta obra. En apariencia el trío familiar, la madre, la hija y el hijo hablan, pero no se escuchan ni se entienden. Hubiese sido más fácil decir: “Soy yo, aquí estoy, vuelvo con mucho dinero para compartirlo con ustedes y hacerlas felices.” Si la hermana hubiese prestado atención a varios detalles, hubiera reconocido a su hermano, que no era como los clientes habituales. Una palabra hubiese sido suficiente para evitar el drama.

Esta historia que comienza con un malentendido entre seres queridos, como suele suceder entre familiares, acaba con un costoso y lamentable final. Nadie escapa a su destino trágico. La madre se suicida al darse cuenta de que había asesinado a su propio hijo. La hermana sigue delirando en su enajenación. La esposa queda devastada por tanto dolor.

Muchos comentaristas coinciden en que esta obra refleja la condición humana y el sinnúmero de malentendidos que terminan en tragedias. Por ejemplo, Sartre dice: “Los personajes de El Malentendido de Albert Camus no son símbolos, son de carne y hueso: una madre y una hija, un hijo de regreso de un largo viaje, sus experiencias se bastan a sí mismas. Sin embargo, estos personajes son míticos en el sentido en que el malentendido que los separa puede servir de encarnación de todos los malentendidos que separan al hombre de sí mismo, del mundo, de otros hombres.”

En esta época de la comunicación instantánea, resulta curioso que la presencia constante de aparatos de todo tipo imposibilita el diálogo profundo y sincero entre los seres humanos. Un tweet o un post publicado en una red social podrían provocar un malentendido a escala planetaria, con trágicas consecuencias para la especie humana. En este sentido, la obra de Camus está más vigente que nunca.

 

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