Los Libros

Una mala novela

Presentamos Una mala novela extracto del reciente y esperado libro El último sueño de Pedro Almodóvar, donde el gran cineasta español confiesa que ha vivido soñando con el fuerte deseo de escribir una novela, aunque sea mala. Reconoce que no es tarea fácil y comparte algunas de sus vicisitudes al respecto.

Siempre soñé con escribir una mala novela. Al principio, de jovencito, mi aspiración era convertirme en escritor, escribir una gran novela. Con el tiempo, la realidad me iba demostrando que lo que escribía acababa convirtiéndose en peliculitas, primero en Super 8 y después en largometrajes que se estrenaban en los cines y tenían éxito. Entendí que aquellos textos no eran relatos literarios, sino bocetos de guiones cinematográficos.

A primera vista parece que el autor de un buen guion es capaz de (y está llamado a) escribir una buena novela. Pensé que era cuestión de tiempo, de madurar, de almacenar experiencias, de poseer cierto talento, mirada y mundo propio; pero, a pesar de que me creo poseedor de todo ello, intuí que me estaba engañando. Escribir un buen guion no es cosa fácil, requiere tiempo y horas de soledad (y astucia narrativa), y ser un poco inmisericorde con uno mismo; pero todo eso no hace que un buen guion se convierta en una novela. Nadie es tan tonto como para pensar que por escribir un buen guion está abocado a una buena novela, mucho menos a la gran novela. Y, sin embargo, es una aspiración legítima y humana, de la que hay que defenderse; para ello es importante no enamorarse de la propia obra.

Yo creo haber superado esa debilidad, o al menos haberla domado con firmeza. Un consejo que daría a todos los escritores mediocres, y a los que no lo son tanto, y que yo mismo llevo a cabo, es el ejercicio de la autocrítica. La autocrítica te proporciona algo de valor incalculable: la calma, saber esperar. Y yo esperé (llevo esperando más de 40 años). Otro efecto positivo de la autocrítica es que consigue que la decepción final sea más llevadera.

Existe el subgénero del guion novelizado, se ha hecho con algunas series de televisión y, sin ir más lejos, un escritor ilustre, Quentin Tarantino, escribió inmediatamente a su última película, Érase una vez en Hollywood, la novela del mismo título y con los mismos personajes. No sé si la escribió antes o después de la película, creo que empezó la novela, a los pocos capítulos pensó que debía ser una película y escribió el guion, que estuvo nominado al Óscar al mejor guion original, si bien terminó arrebatándoselo Parásitos, brillante película, cuyo guion es cuestionable si no eres adicto a los continuos giros de la trama y a las mutaciones. Hay un momento en que la trama es la que es y no debe cambiar de naturaleza ni de género. (Lo digo yo, que los mezclo todos. Soy muy aficionado a la mezcla, pero no a la mutación. Lo aprendí con Kika, en la que esta mezcla mutante terminó fatal). No quiero ser categórico, pero creo que la tercera parte de Parásitos es otra película. No sé si me estoy dejando llevar, porque, en cualquier caso, yo adoro ambas películas y a ambos autores. Pero estaba hablando del guion convertido en novela. Hay muchos más ejemplos, menos ilustres que los dos que acabo de mencionar.

El guion novelizado, en la mayoría de los casos, es una estrategia para estirar el éxito del original convirtiéndolo en novela, y seguro que tiene un público. De hecho, me encanta que tenga un público. Durante mucho tiempo he adorado los sucedáneos, no solo en cultura, sino también en gastronomía, en la moda, etcétera. Hay una ingenuidad conmovedora en el hecho de querer y no poder.

Pero, abandonando al consumidor y pensando solo en el autor, el guion novelado es un autoengaño, incluso en la autoficción. ¿Cuál es la diferencia entre un guion y una novela? La una es un relato cuya principal herramienta es la palabra, y el otro basa su impacto en las imágenes sin prescindir de la palabra, por eso hay guiones a los que se les califica de muy literarios, porque los personajes hablan mucho. Eric Rohmer es un buen ejemplo. Ingmar Bergman es un ejemplo todavía mejor. Creo que alguno de sus guiones llegó a novelizarse, o tuvo su versión en libro, no sé si antes o después de la película. Pero tal vez Bergman, por sus orígenes teatrales, sea de los pocos directores cuyos guiones merezcan la pena novelizarse, si es él quien los escribe.

Confieso que la primera frase de este texto no es del todo cierta, pero no quería renunciar a ella. No siempre soñé con escribir una mala novela. Me ha llevado mucho tiempo y bastantes películas reconocer que como novelista no estaría a la altura, aunque mis guiones son cada vez más literarios y algunas de mis películas, si hubiera tenido el talento suficiente, habrían sido mejores novelas que películas, ya que hay mucho material que, por cuestiones de ritmo y caligrafía cinematográfica, no pude incluir en ellas. De todas las historias que he contado, de todos los personajes que he construido (me refiero a los buenos, no a los que me salieron mal), yo disponía de casi el doble de material dramático que no conseguí integrar en la película definitiva. Tengo mucha más información, acerca de los personajes y sus historias, de la que aparece en pantalla. Toda esta información que me sobraba habría encontrado su lugar si lo escrito fuera una novela.

No hay nada más opuesto a un novelista que un director/guionista. El director es un hombre de acción y debe ser implacable acortando frases, reacciones, escenas y personajes enteros. Porque el director es un esclavo de la historia que debe contar y para llevarlo a cabo tiene que responder a cientos de preguntas (no exagero) de todos los equipos. Nunca dispone de suficiente tiempo y los desplazamientos, si se rueda en un estudio, pueden ser cortos pero innumerablemente repetidos. Si tienes una mascota, no puedes llevarla contigo. Sin embargo, el del novelista es un trabajo sedentario, puedes estar las horas que desees frente al ordenador y salir a dar un paseo si te viene en gana. Está exento de hablar con nadie, mucho menos contestar preguntas durante el proceso de escritura. Y puede tener gatos a los que acariciar. Y beber alcohol. Y fumar sin parar. Es una persona libre, cuya vida, como la de todos, tal vez no esté exenta de alguna desgracia, pero un novelista siempre sabrá convertirla en la parte más viva de su novela.

Aun así volviendo a la pregunta de qué diferencia un guion de una novela, se me ocurren varias respuestas. Son dos disciplinas completamente distintas. No es raro que haya tan pocas buenas novelas que acabaran convirtiéndose en películas que estuvieran a la altura. Ni siquiera el gran Kubrick lo consiguió con Lolita de Nabokov. Hay excepciones, claro, Dublineses de James Joyce/ John Huston, o El gatopardo de Visconti/Lampedusa…

Pondré un ejemplo. En un guion estableces que un personaje va a abrir la puerta. Alguien ha llamado antes. En el guion solo tienes que explicar la acción, es decir, Fulanito abre la puerta. En una novela, durante ese corto recorrido (mientras el hombre se acerca a la puerta), puedes contar toda la historia del personaje y su relación con el mundo. Lo puedes narrar todo.

En el cine no existe la voz interior; existen la voz en off y el flashback, pero no hay punto de comparación. Ambos son elementos narrativos que hay que tratar con extremo cuidado, a no ser que te llames Martin Scorsese, especialista en cabalgar sobre flashbacks maravillosamente sostenidos por una voz en off.

Hubo un momento, hace años, en que desistí de mis aspiraciones como novelista, pero leyendo la novela de Enrique Vila-Matas Mac y su contratiempo, en la que el protagonista decide reescribir una obra ya existente, Walter y su contratiempo, me amplió el espectro sobre qué tipo de novela podría yo abordar con mis limitadas dotes.

Mac está fascinado por los libros póstumos y sueña con que el suyo pueda parecer póstumo e inacabado. También le atrae mucho la falsificación, pero yo creo que, si no existe autoengaño, no existe falsificación. Lo importante es no engañarse a sí mismo (de pronto me surge alguna duda sobre esto último) y Mac no se engaña en absoluto. Su plan es escribir todos los días, llenar un tiempo vacío porque se ha quedado sin trabajo y el día es muy largo. Pero no es la disciplina de escribir un diario lo que le atrae, sino una obra de ficción, para lo cual necesita algunas ideas. Descubre Walter y su contratiempo, una novela maltratada cuando se publicó, de la que nadie se acuerda y cuyo autor casualmente es vecino suyo y no le trata con simpatía, lo que le convierte en alguien a quien no le debe el menor respeto. Todas estas circunstancias son suficientes para que Mac decida reescribir Walter y su contratiempo y mejorarla, claro. No le preocupa el futuro, ni en términos legales ni literarios. Tal vez se muera antes de terminar la novela y esta se convierta en un falso libro póstumo.

La novela de Vila-Matas, divertidísima e ingeniosa, me condujo a la conclusión de que hay ciertas personas, yo, sin ir más lejos, que sentimos la necesidad de escribir una novela y que lo de la calidad no debería ser un contratiempo, mi contratiempo. Si me siento incapaz de escribir una gran novela, podría intentarlo con otro tipo de novela cuya clasificación no se atenga a su calidad y grandeza. Pensé que una mala novela es, al fin y al cabo, una novela, y que, si me olvido de su calidad, o simplemente dejo de preocuparme por ella, una mala novela sí está a mi alcance. Sería una novela adulta y honesta, en la que el autor sabe lo que está haciendo y ya ha superado las veleidades juveniles de la trascendencia. Y podría resultar incluso entretenida, no sería la primera.

Encuentro en Yoga, el libro de Emmanuel Carrère, un consejo que él a su vez extrae de un libro que admira, Paseos con Robert Walser, de Carl Seelig. Es un consejo para escritores impacientes: “Tome unas hojas de papel y durante tres días seguidos escriba, sin desnaturalizarlo y sin hipocresía, todo lo que se le pase por la cabeza. Escriba lo que piensa de sí mismo, de sus mujeres, de la guerra turca, de Goethe, del crimen de Fonk, del Juicio Final, de sus superiores, y al cabo de tres días se quedará estupefacto al ver cuántos pensamientos nuevos, nunca expresados hasta ahora, han brotado de usted. En eso consiste el arte de convertirse en tres días en un escritor original”.

Estoy fascinado y totalmente de acuerdo, pero no me siento capacitado para llevar a cabo tan brillante ejercicio. Puedo escribir tres días sobre todo lo que me pase por la cabeza, sin desnaturalizarlo y sin hipocresías. Es algo que creo haber hecho ya, no sé si tres días seguidos, pero dos desde luego, en Navidad o en Semana Santa, que son las épocas de mayor soledad y aburrimiento. Me resulta más accesible esto que dejar que fluyan mis pensamientos, como se hace en la meditación yóguica. Pensamientos y canciones me invaden continuamente e insisten en acompañarme cuando estoy en silencio, que es la mayor parte del día que no ruedo. Sobre todo canciones. A veces es la misma canción repetida una y otra vez, hasta que mi desesperado cerebro, ejecutando una orden mía, la sustituye por otra que a su vez se repite en bucle y así hasta que me duermo. Una tortura.

No tengo inconveniente en escribir sobre mí mismo. Diría que es casi lo único que hago. Escribir acerca de “mis mujeres” o “mis hombres” me resulta más difícil, no quiero implicar a nadie en lo que escribo, o solo si lo he ficcionado lo suficiente para que el personaje original resulte irreconocible.

De la guerra turca y de Goethe me temo que tendría que ponerme a documentarme y no me atrae mucho la idea, y en cualquier caso me llevaría más de tres días. En cuanto al crimen de Fonk, imagino que podría escribir sobre cualquier crimen de los que diariamente aparecen en las noticias. ¿De mis superiores? No tengo superiores. Soy mi propio jefe.

Es una pena, porque el consejo de Carl Seelig es estupendo, pero a la vez demuestra también mis propias contingencias y, probablemente, la de muchos aspirantes a grandes escritores.

Ya que no puedo, y me da demasiada pereza indagar sobre la guerra turca, el crimen de Fonk y Goethe, buscaré temas y personajes más cercanos. Este podría ser un buen principio:

“Nací al inicio de la década de los cincuenta, una mala época para los españoles, pero riquísima para el cine y la moda”.

Tomado de Radar

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