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Una alborada de recuerdos en los 50 años de la UNA: la Estudiantina de la UNA

“Para hacer esta muralla, Tráiganme todas las manos, tráiganme todas las manos, los negros sus manos negras, los blancos sus blancas manos…”. (Quilapayún)

Muchas canciones, como “La muralla”, recorrieron los pueblos, las universidades, los colegios, las escuelas, las cooperativas, los hospitales, los parques y las ciudades de nuestros países centroamericanos y de México, en las voces de la Estudiantina de la Universidad Nacional.

Este mítico grupo cultural logró recrear a través de sus canciones, una serie de  acontecimientos políticos, sociales, económicos y culturales que sacudían a la mayoría de los países centroamericanos y latinoamericanos.

Probando arreglos musicales. A la derecha con la guitarra, el director de la Estudiantina de la UNA: César Sulecio Ovalle.

Las dictaduras y los gobiernos militares perseguían, secuestraban, torturaban y asesinaban a campesinos, obreros, estudiantes, profesores y todos los sectores que reclamaban el derecho de tener una vida digna y el respeto por los derechos humanos.

El armamento militar que se utilizaba para reprimir provenía sobre todo, de países como Estados Unidos, Israel y Argentina, que era una dictadura militar.

El conocimiento fue señalado como la punta de lanza de las revoluciones latinoamericanas que promovían la vida, la lucha por la tierra, los derechos humanos y el cambio estructural. Por eso se lanzaron, sobre todo contra las universidades públicas, hogar del pensamiento y la crítica efectiva para entender y transformar el entorno y sus circunstancias históricas.

Desde la Universidad Nacional (UNA), no estuvimos ajenos ante el clamor de los pueblos latinoamericanos que luchaban por su dignidad. En efecto, era común encontrar en los pasillos de la universidad estudiantes exiliados por las condiciones de represión político-militar, que sufrían sus países de origen: salvadoreños, guatemaltecos, nicaragüenses, uruguayos, argentinos, chilenos y otras nacionalidades latinoamericanas.

Desde su fundación, en 1973, la Universidad Nacional implementó la creación de grupos culturales estudiantiles, enriquecidos por el concepto de “Universidad Necesaria”, dicho concepto fue acuñado por su primer rector, el padre Benjamín Núñez. Decía él que la universidad es más que un conjunto de edificios, de personas y de estructuras burocráticas. Es una comunidad auténtica, orgánica y dinámica, en la que todos participan de un conjunto de ideas comunes, donde estas se renuevan constantemente.

Y, esa comunidad universitaria convocó con el entusiasmo propio de los jóvenes y la visión de funcionarios comprometidos con la cultura y el arte, para la creación de grupos culturales representativos de la Universidad. Nació así, en 1974, la Estudiantina de la Universidad Nacional.

Posando en uno de los viajes a Centroamérica, 1976.

En mi caso personal, recuerdo, como si fuera ayer, que pasando por uno de los pasillos de Estudios Generales, de aquella época, escuché en un aula algunas notas y acordes que llamaron mi atención: un grupo de estudiantes ensayaban algunas canciones. Era la génesis de lo que sería luego la Estudiantina. Me acerqué y en ese mismo momento me preguntaron si quería ser parte de la naciente Estudiantina, tenía que cantar un párrafo de alguna canción. Ese era el examen, evidentemente, que una buena voz, era el requisito principal.

Y, fue “Caña dulce pa’ moler, cuando tenga mi casita…”, la que me abrió las puertas para ser  integrante de uno de los grupos representativos de la UNA más importantes de aquellos años.

¿Quiénes formaron parte de la primera Estudiantina de la UNA? y ¿quién fue su primer director? Nos encontramos hermanados por el canto, la música y la poesía de estudiantes (con alma de trovadores y trovadoras) de Ciencias agrarias, Sociología, Literatura y lingüística, Ciencias ambientales, Historia, Música, Danza, Topografía, Biología, Relaciones internacionales, Bellas artes, —hoy Artes visuales—, Filosofía, Estudios Sociales, Matemática, Educación Física y Planificación social. Confluíamos allí costarricenses y compañeros de otras nacionalidades latinoamericanas.

Bajo la batuta del primer director, César Sulecio Ovalle, la canción, la alegría y el compromiso hicieron un tríptico que dejó una huella imborrable. Las canciones que formaban nuestro repertorio eran acordes con la época, la tradición y el contexto social, político y cultural. Los recitales iniciaban con una canción que era nuestro himno: “El  canto que traemos con sabor a sabanero lleva en sus notas, un saludo al bananero, lleva en sus notas un saludo al bananero (…)”, y terminábamos con un estribillo que decía: “el canto que traemos pa’ decirlo en el  final, es un saludo amigos de la U Nacional, es un saludo amigos de la U Nacional”.  

Canciones costarricenses y de otros países latinoamericanos formaron parte de nuestro repertorio: “El burro e’ Chilo”, “Espíritu guanacasteco”, “La flor de nayuribes”, “Máquina con máquina”, “No, no basta rezar”, “A desalambrar”, “Noche de ronda”, “La muralla”, “El aparecido” (en recuerdo al mítico guerrillero Ché Guevara), “Duerme duerme negrito”, “El carbonero”, “El pueblo unido jamás será vencido”, “Camilo Torres”, “Barlovento”, “Tío caimán”, “El Cristo de Palacagüina” y muchas otras canciones memorables e icónicas, las cuales a través de sus melodías y letras buscaban caminos hacia la utopía de un mundo mejor, fue una época que marcó a generaciones enteras.

La tradición musical también fue un estandarte en nuestro repertorio: interpretábamos un popurrí de canciones populares llamado Vereda Tropical, de corte romántico con aires populares.

Asimismo, el cantar de la Estudiantina fue, entre otras cosas, el enamorarse de la poesía para musicalizarla. Desfilaron en nuestras gargantas y nuestros corazones poemas de uno de los poetas costarricenses más connotados del siglo XX, Jorge Debravo: “No te ofrezco la paz hermano hombre/porque la paz no es una medalla/la paz es una tierra esclavizada/y tenemos que ir a libertarla/ Yo te ofrezco el amor y la ternura/la agilidad del pie, el fuego del canto (…)”. Y, otro poema musicalizado fue “Yo no quiero un cuchillo en manos de la patria (…)”. Estos poemas fueron musicalizados por un compañero del grupo: Gregorio Espinoza.

Además, la Estudiantina montó en su repertorio la “Cantata a América Central”. Iniciaba así: “Buen día América, buen día América, buen día América, América Central (…)”.  La Cantata era una mezcla de canto, poesía, declamación y drama. Era una alegoría a una época convulsa políticamente, un llamado a la defensa y hermandad de los pueblos centroamericanos, cuyos ideales eran la vida, la tierra y la libertad. Y Costa Rica era una aliada de la lucha, éramos el país menos dañado, por no tener ejército, y disfrutar aun de un Estado Social de Derecho, ganado por las grandes luchas de la década de los 40, principalmente. Éramos una tierra solidaria y el canto y nuestras voces, así lo evidenciaban.

Los instrumentos: el acordeón, el  contrabajo, las guitarras, el cuatro, la pandereta, la marimba, el güiro, la bandolina, las tumbas, la bandurria, las maracas y los tambores eran interpretados y acompañados de aquellas voces juveniles que recreaban canciones urgentes por la vida, la paz, el amor y la justicia y, sobre todo, con el entusiasmo y el compromiso por nuestros pueblos y nuestra querida universidad.

Marta E. Delgado S., exintegrantes de la Estudiantina, julio 2023.

Un compañero entrañable en esos primeros años fue Eduardo Villalobos Yannarella, el acordeonista. Cuando ingresó, ya Eduardo había cursado estudios de filosofía, era profesor, se había graduado en la Universidad de Costa Rica y, en su libro Abejón sin rumbo, Memorias de un estudiante, (editado por la Editorial de la Universidad Nacional, EUNA y PAIPAM) el compañero dedica uno de los capítulos de su libro a la Estudiantina: “Lo cansado de trabajar y estudiar durante el día, contrastaba con lo disfrutado en las noches, pues se había fundado, en ese mismo año 1974, la Estudiantina de la UNA, y en la sala de actos ensayábamos tres horas, dos noches a la semana, bajo la dirección del guatemalteco César Sulecio. A pesar de ser yo el decano del grupo (el más viejo), compaginaba muy bien con el resto de los integrantes; es muy difícil encontrarse con un músico que no sea jovial”.

En la Estudiantina había compañeros que, además de tocar instrumentos y ser cantores, eran arreglistas musicales, proponían ritmos y voces que matizaban de emoción y coraje, eran canciones urgentes de denuncia: “tun tun, ¿quién es? El sable del coronel, cierra la muralla, tun tun ¿quién es? La paloma y el laurel, abre la muralla…”. Asimismo, nos echábamos a la espalda canciones románticas, propias del cancionero latinoamericano: “Voy por la vereda tropical, mi veredita, la noche llena de quietud, con su perfume de humedad (…)”.

Emulábamos y nos emocionábamos también con el canto guanacasteco: “Mi espíritu nunca muere porque ha nacido junto al corral…”, las canciones de cuna: “Duerme duerme negrito que tu mama está en el campo negrito…”; la alegría de las canciones tropicales: “Barlovento Barlovento, tierra ardiente del tambor…”. Y, luego, nos asomábamos a un himno urgente: “El pueblo unido”, que luego se hizo común a todos los pueblos, no solo latinoamericanos,  sino también a algunos pueblos europeos, incluso los franceses lo han traducido al francés y lo han incorporado a sus luchas. “El pueblo unido jamás será vencido. De pie cantad que vamos a triunfar, avanzan ya banderas de unidad, y tú vendrás, cantando junto a mí (…)”.

Era un momento histórico para, entre otros objetivos de la Estudiantina, solidarizarnos con los países que sufrían la represión militar. Nos proponíamos ser un eco de esperanza y rebeldía en favor de la vida. Sí, cantamos, lloramos, reímos sin claudicar en el canto el derecho a la vida, la esperanza, la alegría, el amor y por sobre todo, la justicia y el respeto por los derechos humanos.

Y, para “cerrar el recuerdo”, el padre Benjamín Núñez, el pensador imprescindible para la UNA, estuvo en uno de nuestros recitales en una comunidad de Cartago y tarareó con nosotros nuestras canciones. “Una muralla que vaya, desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa, allá sobre el horizonte (…)”.

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