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Un luchador por la vida y la libertad

El 9 de enero falleció en la ciudad_de_México, cuya nacionalidad había asumido, el escritor uruguayo Saúl Ibargoyen, a los 88 años. Poeta, periodista y amigo, aquí lo recuerda como homenaje el poeta argentino_Jorge Boccanera_con quien_compartió, oficio, vocaciones y pasión.

Se nos fue un hermano y compañero apenas comenzaba este 2019, mientras armaba algún proyecto para sumar a su extensa y variada obra literaria. El 9 de enero falleció Saúl Ibargoyen Islas, uruguayo con una larga vida en México, tierra que lo acogió como exiliado. Poeta, narrador, periodista, crítico literario, traductor y coordinador de numerosos talleres literarios, había sido homenajeado en 2018 en un Festival Internacional de Poesía realizado en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, donde escritores llegados de diferentes latitudes desglosaron Palabra por palabra –como tituló a una de sus muchas compilaciones– una obra marcada por una búsqueda estética en la que lo formal va del brazo de una mirada lúcida e indoblegable sobre el acontecer social de nuestra América. Esa vasta producción ya había sido elogiada por autores destacados como José Saramago, quien señaló sobre la novela Toda la tierra: “En verdad, hoy no son muchos los escritores a quienes el hombre real, interese tanto”, mientras que Juan Gelman se refirió a los textos de Basura y otros poemas como “versos sorprendentes y hondos” dentro de “un lenguaje de limpidez espléndida”.

Leí la poesía de Saúl antes de conocerlo personalmente. Fue, por medio del poeta bonaerense Oscar Raúl Fernando García, quien mantenía correspondencia con el oriental. Cuando el exilio nos reunió en 1976, trenzamos una férrea amistad que duró 42 años en los que compartimos redacciones de diarios y revistas, la coordinación de varias antologías de poesía latinoamericana, viajes, cantinas, y sobre todo un diálogo constante, que si bien tenía un eje en el plano del pensamiento y la creación, nunca estaba exento de informalidad y de humor. Sobra decir que de ese diálogo que a veces se convertía en debate de ideas, siempre salí favorecido por la erudición de Saúl, inficionada por su experiencia política y su arraigo en la “cultura popular”.

Fue un poeta que amasó su obra con sueños y sangre. Un poeta que amasó su obra con indagaciones a fondo de lo humano, tal cual lo hicieran grandes poetas latinoamericanos, empezando por César Vallejo. Eso significa Saúl para mí, un maestro que a través de la amistad, destilaba sabiduría.

El pasado año cumplió sesenta años su libro El otoño de piedra, considerado el primer título donde cobra espesor su voz; lo abro al azar como suelo hacer cuando quiero mitigar el sinsentido y un verso suyo que me interroga (“a quién debo mi sangre”) basta para devolverme la esperanza. Es el poeta que intuye que su voz es un modo de sentir, es furia, es amor y reclamo; en suma, es “sangre” que circula más allá de los sonidos y las palabras.

Alguna vez escribí que uno de sus títulos, Poesía militante es la metáfora del hacer consecuente del poeta, aquel que realiza, a mi entender, la entrevista más a fondo a una realidad que contiene a la imaginación. Así, Saúl interpela a la realidad en distintas exploraciones estéticas que bucean en temas como el tiempo y lo efímero, la figura del padre, el tembladeral de una errancia continua, las ciudades caóticas y la humedad de un eros siempre a tientas sobre la página desnuda; pero por sobre todo la lucha por la dignidad, por la justicia.

Se acaba de ir un amigo, un autor y una obra que, desgajada en varios géneros –poesía, novela, cuento, testimonio, ensayo, crónica periodística y literatura infantil– se alza como una enciclopedia del desgarro; con su visión nada complaciente y con preguntas que nos abisman en ese “barro confuso” que el poeta no deja de escarbar.

Las palabras que recoge de un amasijo de tierra, hablan del despeñadero diario, pero también de una idea de comunidad basada en lazos solidarios, de reciprocidad y justicia. Hermano, compañero, cuate, gracias por tanta vida compartida.

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