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Seres transmigrados de la niebla

El poeta Edmundo Retana nos invita a aproximarnos a la obra del gran pintor costarricense Fernando Carballo, quien ya alcanza 50 años de carrera.

En una esquina, a la vuelta de las ruinas de la vieja iglesia en el parque de Cartago, vi a un hombre saboreando un helado. Vestía un overol de mezclilla y parecía disfrutar furtivamente del momento. Me aproximé a él y pronto estábamos hablando como antiguos conocidos. Así entablé amistad con Fernando Carballo. Luego vinieron las conversaciones en mi librería de viejo, cerca de su casa, matizadas siempre por el mejor café que podamos encontrar a la redonda y alguna repostería impostergable.

En esas tardes, rodeados de toda clase de libros marcados por la historia de sus antiguos dueños y de gente que entra y sale de la tertulia como de una fiesta en la que todo mundo cabe, fui comprendiendo que la vida y obra de Carballo no se pueden explicar del todo sin la provincia de Cartago; entendiendo provincia como un espacio cerrado al acontecer del mundo, a la vez que fuente de lo autóctono y lo esencial del origen: ese ámbito dual que da a luz y contiene al artista, pero que este rebasa cada vez con su obra y actitud creadoras. Dentro de este escenario surgen sus figuras, seres transmigrados de la niebla, viniendo de los antiguos trillos del norte de la ciudad. Mujeres que cruzan el mercado como levitando en una dulce tristeza o habitando sigilosas las viejas casas señoriales, sin edad, tiempo ni memoria. Es un mundo brumoso contra el cual y gracias al cual Carballo ha hecho su obra a lo largo de medio siglo, en una suerte de metamorfosis creadora de los rostros nostálgicos, cargados de vida y añoranza, de la antigua capital olvidada.

En alguna esquina de su estudio, el pintor dispone siempre de algunos libros de poesía cuidadosamente escogidos, sin faltar nunca Whitman. Su método parece sencillo: lee unos versos, como quien cata un licor generoso, pinta y luego vuelve al libro. Pinta, lee, medita. Lee cuando pinta. Hace poesía al tomar el pincel. Su obra viene de la poesía y a la poesía vuelve. Así como decíamos que no puede comprenderse su obra sin Cartago, tampoco puede entenderse sin la poesía, ese otro ámbito vital y estético que es la clave de su arte.

Hay poesía en su trazo magistral que registra con intensidad las mínimas expresiones humanas. En el uso prodigioso de la luz y el contraste equilibrado de formas y volúmenes que destacan la reposada gravidez de sus figuras. Hay poesía en los rostros inmemoriales. En las miradas ausentes embriagadas de presencia, que trasmiten mundos interiores en el asombro, la tristeza, la ternura. Y también en las manos grandes que resguardan y apacientan al amor.

La noche en que fue inaugurada una de sus últimas exposiciones en el Museo de los Niños, Carballo dijo parcamente que allí, en sus cuadros, estaba su vida. Nada más cierto. Ahí está la vida del maestro y también la vida de su pueblo, “hechas verdad a fuerza de pureza”.

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