Forja Umberto Eco

El semiólogo que contaba historias

Tras una larga enfermedad que no le impidió escribir siempre, Eco fue el intelectual, el profesor, y el narrador tardío

A pesar de ser uno de los estudiosos más destacados de la semiótica, el mundo lo conoció en todo su esplendor cuando retornó a los orígenes de su infancia y se puso a contar historias, en especial aquella en la que un monje franciscano se dedica a hurgar en un monasterio en el que suceden misteriosos e inexplicables asesinatos.

Hasta pocos días antes de morir, el viernes 19 de febrero de 2016, siguió escribiendo como lo hizo en los últimos 40 años, sin descanso y fiel a sus convicciones de que las historias eran la mejor forma de entender el mundo.

Ensayista, teórico, semiólogo, novelista y periodista: Eco era eso y mucho más, pues ninguna de las facetas de la comunicación humanas le eran ajenas.

Se sentía orgullo, aunque sus críticas eran feroces contra el periodismo fácil y superficial tanto de Internet como de la prensa escrita, de portar un carné de periodista, oficio al que estuvo ligado en su condición de columnista por más de 30 años.

Precisamente su libro póstumo Crónicas de una sociedad líquida, saldrá en los próximos días y recoge su producción en el diario L Expresso, en los últimos 15 años. Y no en vano se ocupó también del periodismo actual en Número cero, su última novela publicada en 2015 y que ahonda en la “máquina del fango”, ese periodismo irresponsable que distorsiona y extorsiona, y que tiene en la red un lugar infinito para propagar la superficialidad, la mentira y la banalidad.

Tanto es así que, tras su muerte, corren algunas frases suyas en las que ataca la estupidez como forma de comunicación en las redes sociales y se deduce que los cientos de internautas que hacen circular sus fragmentos, nunca le han leído y, ni siquiera, han escuchado sus postulados.

 NOVELISTA TARDÍO

 Eco fue un novelista tardío, dado que En nombre de la rosa se publicó en 1980, cuando el autor ya contaba con 48 años y era reconocido en el mundo intelectual por sus estudios de semiótica tales como La estructura Ausente (1976), que era justamente una introducción a la semiótica, campo que cultivó toda su vida, y Apocalípticos e integrados.

El descomunal e inesperado éxito de su primera novela, basada en la erudición, su propia erudición puesta en boca de sus personajes, en especial el de Guillermo de Baskerville, hizo que la novela culta, como le denominaron algunos, abriera espacios a otros narradores, y que a él se le catapultara como a un “best seller”.

Caso extraño, que se explica, con el paso del tiempo, por la preponderancia que el arte de narrar tenía en el profesor Eco, como le llamaban sus seguidores más cercanos.

“Desde pequeño escribía cómics y novelas, que nunca terminaba. Luego contaba cosas a mis hijos. Y ahora tengo a mis nietos. Pero, hablando de mis libros, si te fijas bien en mis libros de filosofía y ensayo, son también narraciones, siempre cuento cómo he procedido en la búsqueda. Hay muchas formas de contar. Dar clases a los estudiantes es una de ellas, porque siempre he pensado que nuestra forma de conocer no es a través de las definiciones, sino de las historias.

“Cuando un niño pregunta de dónde vienen ellos no se le da una lección de genética, sino que se habla del polen, las mariposas, la semilla de papá. Las cosmologías son en realidad novelas del origen del mundo. Los historiadores no hacen sino contar. No nos damos cuenta de que es la forma principal de ver el mundo. Y nos sirve para entender cosas como lo que pasa en Siria e Irak, porque el fanático no cuenta historias: tiene una verdad en la cabeza y la repite”, dijo en una entrevista en 2013.

El nombre de la rosa que llegó a las masas de las que tanto se ocupó en sus estudios sobre el “cómic” o los folletines, categoría en la que incluyó, por ejemplo, a El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas, en una edición posterior a la primera, salió con un estudio de Tomás de la Ascensión Regio García, en el que se aclaran y puntualizan los términos latinos empleados en la obra.

Esa vocación de contar, y también de procurar entender el mundo a través de los libros, ya fuesen novelas, ensayos o columnas periodísticas, lo llevó incluso a escribir un pequeño volumen de Cómo se hace una tesis, en las que asegura que sin ese entrenamiento, sin esa disciplina, nunca hubiera podido alcanzar la entereza para escribir todos los libros que publicó a lo largo de sus 84 años.

Pese a que Eco mantenía contacto con los avances de la técnica y la tecnología, que lanzaron a comienzos de los 90 la red mundial de Internet, tenía la certeza de que el libro como forma comunicativa prevalecerá todavía por muchos años, porque el libro, como lo hiciera desde el descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg, ensanchaba el pensamiento, dado que servía para:

“Describir los problemas. Y tener la esperanza de que alguien que los lea, piense, y por ejemplo, que va a ser más cauto a la hora de leer un periódico. El intelectual debe denunciar los vicios de la sociedad; pero si se desata un incendio en un teatro no puede sentarse en una silla a recitar poesía: tiene que llamar a los bomberos, como haría cualquier otro ciudadano”.

La cuota de éxito alcanzada con su primera novela no se repetiría ni con El péndulo de Foucault, La isla del día de Antes, Baudolino, ni El Cementerio de Praga, historias que, a diferencia de la primera, no fueron llevadas al cine, no necesariamente porque no hubiese interés de los productores, sino porque a Eco lo abrumó aquello de que sus personajes se relacionaban más con los actores que con los descritos en el libro.

EL DESAFÍO DE INTERNET

 Hombre preocupado por el conocimiento humano, como lo constatan no solo sus numerosos artículos académicos sobre diversos temas, sino sus volúmenes sobre estética, en los que abordó la concepción de la belleza y de la fealdad, a Eco no le podía ser indiferente Internet, ligada al fenómeno de la comunicación y dentro de ella a la del periodismo.

A raíz de Número cero, su última novela, Eco habló mucho de los desafíos que representa la jungla y la barbarie de las redes sociales, que al tiempo que pueden facilitar una comunicación, la entorpecen con la estupidez sin límites de quienes participan en ella.

“Ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública. Hoy, en Internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio Nobel y el periodista riguroso. O, por ejemplo, lo que pasa con los libros. Antes las editoriales ejercían de filtro, aunque podían equivocarse: esto se publica y esto no. Ahora, cualquiera puede publicar un libro en Internet y resulta complicado argumentar con un joven las diferencias entre algo bueno y algo malo. Sí, se podrá decir que la clave está en que le guste o no. Pero entonces es cuando recuerdo ese ‘anuncio’ que decía: “Come mierda: millones de moscas no pueden estar equivocadas”.

Y en cuanto al periodismo, en crisis, en busca de respuestas que no llegan tras el advenimiento de la red, Eco reflexionaba: “Si sabes que estás leyendo un periódico como El País, La Repubblica, Il Corriere della Sera…, puedes pensar que existe un cierto control de la noticia y te fías. En cambio, si lees un periódico como aquellos ingleses de la tarde, sensacionalistas, no te fías. Con Internet ocurre al contrario: te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Piense tan solo en el éxito que tiene en Internet cualquier página web que hable de complots o que se inventen historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio”.

La crisis del periodismo, no obstante, para el catedrático de la Universidad de Bolonia, había comenzado mucho antes de la aparición de la Internet: “La crisis del periodismo en el mundo empezó en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión, antes de que ellos desaparecieran. Hasta entonces el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard… Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Y ahora pasa igual”.

El periodismo reflexivo, de semanario, es para Eco, una solución inteligente: que los diarios del mundo se conviertan en semanarios.

Este hombre, al que Santo Tomás lo devolvió al laicismo, luego de una juventud alimentada por las ideas católicas, creía en el arte de contar historias, aunque las suyas, algunas veces, tuvieran que leerse con “apostillas”, era la mejor manera de entender el mundo, como en el principio de los tiempos.

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