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Rosa Montero: “El periodismo es mi oficio, la novela, el esqueleto que me mantiene en pie”

La escritora y periodista española Rosa Montero conversa con el escritor, también español, Fernando Aramburu, galardonado autor de la novela Patria en una esclarecedora plática que toca el feminismo, la literatura y el periodismo contemporáneo.

Fernando Aramburu. –Me guardaría mucho de irrumpir en tu vida privada si no fuera porque en algún momento has hecho de ella materia de tus libros. Pienso en uno de tus textos más emocionantes, La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral, 2013), en el que abres de par en par a tus lectores una ventana a una vivencia tuya dolorosa, a tus reflexiones y tus pensamientos en el marco de dicha vivencia, tras haber enviudado de Pablo Lizcano unos años atrás. A lo largo del libro te acompaña, a modo de interlocutora, una mujer admirable, científica de primer nivel, Marie Curie, quien en 1906 perdió asimismo a su marido, en su caso como consecuencia de un atropello en una calle de París. Me parece un acierto que te presentaras ante tus lectores como escritora de un dolor o a partir de un dolor y, al mismo tiempo, como lectora del drama personal testimoniado en el diario de Marie Curie. Ya no se trata tan solo de informar, opinar o hacer literatura, todo ello perfectamente legítimo y por supuesto interesante a poco que quien escriba demuestre talento, sino de establecer una comunicación honda y sentida, de una alta vibración humana, con los lectores. A mí me gustaría conocer cómo abordaste la tarea de construir un texto desde aquella situación personal que juzgo no fácil y que llevaste a cabo sin incurrir en las notas patéticas. Yo no te conozco bien, pero este libro tuyo en particular me induce a atribuirte una gran fortaleza de carácter y una noble afirmación de la vida. Apostaría a que Marie Curie te ayudó a no sentirte sola y perdida en medio de tu bosque de duelo.

Rosa Montero. –Mil gracias, Fernando, por tus palabras tan afectuosas. Pues yo creo que no abro una ventana de par en par, sino solo un resquicio. No me gustan (como autora, aunque sí como lectora) los libros muy pegados a lo autobiográfico y en La ridícula… creo que soy enormemente púdica. Cuando Pablo murió, mis amigos me dijeron que por qué no escribía sobre ello, porque saben lo importante que es la literatura para mí y pensaban que me ayudaría. Pero yo les dije que no podía, que no tengo esa relación inmediata con la escritura, que necesito digerir las cosas y separarme de ellas. Empecé La ridícula… cuando ya hacía dos años de que Pablo había muerto, cuando lo más álgido del dolor había pasado y cuando ya sentí que, en vez de hablar de mi propio duelo, estaba capacitada para intentar hablar del duelo de todos. Y además para mí no es un libro sobre la muerte, sino sobre la vida, sobre cómo encontrar nuestro lugar en el mundo, sobre cómo alcanzar la serenidad y gozar del presente. Lo que pasa es que para conseguir todo eso antes tienes que llegar a cierto acuerdo con la muerte, con la muerte propia y la ajena, y por eso, aunque es un libro sobre la vida, habla también de la muerte. Y fue un texto que yo no escogí hacer, sino que, como todos, se me impuso. Mi editora Elena Ramírez me mandó el breve diario de duelo de Marie Curie, veinticinco páginas desgarradoras escritas tras la muerte del marido, para que le hiciera un prólogo. Pero en cuanto lo leí, estalló en mi cabeza mi libro entero; es decir, el deseo de conversar con Marie Curie sobre todas esas cuestiones esenciales de la vida para intentar aprender a vivir más plenamente.

  1. –Sospecho que el pudor que mencionas y del que tampoco estoy libre es epidémico en España y dañino para la literatura. Nuestros ancestros reservaban los pecados para el confesionario. Dice Manuel Alberca en su estudio sobre la autobiografía, La máscara o la vida (Pálido Fuego, 2017), que “en los países de tradición católica se le tiene mucho miedo al yo, al diablo y al orgullo”. En parte se entiende. Un judío, un ateo, un homosexual, una mujer de costumbres, digamos, licenciosas no podían ir en tiempos pasados proclamando a los cuatro vientos su condición sin arriesgarse a algún tipo de castigo o, en fin, al descrédito social. Esto, hoy día, por fortuna no es así; pero se dijera que hemos heredado cierto temor a parecer frívolos, acaso exhibicionistas, y a sufrir rechazo. Enseguida se le acusa a uno de incurrir en la autorreferencialidad, concepto poco eufónico por cierto. Resido en Alemania; no veo allí indicio ninguno de un debate parecido. Goethe se pasó la vida escribiendo de su tema favorito: él mismo. Thomas Mann redactó ingentes cantidades de diarios. Kafka, Victor Klemperer o Anne Frank escribieron los suyos; y a Canetti lo admiramos por su trilogía autobiográfica. A mí me agradan los libros confesionales, y no solo por la tentación de visitar la intimidad ajena, sino por lo que supone el préstamo de una perspectiva distinta de la propia. El lector, durante la lectura, se calza el yo del escritor y recibe una impresión cercana y veraz de lo que supone haber tenido experiencias que el destino no le deparó. Qué sé yo: haber estado prisionero en un campo de concentración, haber tenido una experiencia familiar traumática, haber sobrevivido a un naufragio. ¿Tú cómo lo ves?
  2. –Pues estoy bastante de acuerdo con lo que dices, es cierto que España tiene una tradición de clausura muy arraigada, no solo en lo referente a escribir sobre uno mismo, sino también en la arquitectura, en las impenetrables vallas de las parcelas (compáralas con los céspedes abiertos de los norteamericanos, por ejemplo) y en casi todo, en fin. Y creo que la influencia no es solo católica, sino también árabe, ya sabes, la vida se reserva para el interior. Como dije antes, a mí no me gusta escribir pegada a mi realidad, pero me encanta el género biográfico, primero como autora (he publicado un par de libros de biografías, aparte de La ridícula…) y sobre todo como lectora. De hecho, tengo en mi biblioteca unos 600 volúmenes de este tipo, en su mayoría de artistas y escritores (ya que mencionas a Goethe, su autobiografía Poesía y verdad es maravillosa). Y me encanta leer biografías porque te muestran cómo han vivido otras personas lo mismo que tú tienes que vivir: el éxito y la derrota, el amor o el miedo. Son mapas de navegación de la existencia que te indican dónde están las rocas, dónde los bajíos. Como escritora, sin embargo, siempre he preferido la imaginación. Nunca he llevado un diario en mi vida, pero desde pequeña he tenido la cabeza llena de fantasías. Acabo de encontrar un cuento que escribí a los ocho años titulado “José Antonio y Merceditas y los marcianos”, en donde hablo en efecto de un viaje a Marte, lo cual me ha dejado bastante patidifusa, dado que ahora, entre otras cosas, publico ciencia ficción. Lo que me gusta de escribir, en suma, es ser otra, o al menos poder salirme de mi vida y verla desde tan lejos que termino siendo un personaje más.
  3. –Has publicado este año Nosotras. Historias de mujeres y algo más (Alfaguara, 2018). En realidad, se trata de la ampliación de un libro que publicaste en la década de los noventa. En él reúnes semblanzas de mujeres que, por el hecho de serlo, no obtuvieron en la memoria colectiva un lugar correspondiente a sus méritos. Evocas a Alma Mahler, Laura Riding, Hildegart Rodríguez y muchas más. Te confesaré que, a pesar de lo atractivo del contenido, me siento excluido de la lectura cuando veo agregado al título de la edición antigua el pronombre personal nosotras, acompañado además por la ilustración de una figura femenina que expulsa fuego por la boca. Me sucedía algo similar cuando llegué a Alemania a mediados de los ochenta y descubrí en numerosas librerías una sección destinada exclusivamente a la Frauenliteratur o literatura para mujeres. Nunca vi a un varón detenido delante de aquellos anaqueles, hoy por fortuna suprimidos. Entiendo el sentido reivindicativo del término nosotras en la cubierta de tu libro. Constata una voluntad loable de situar a mujeres de enorme valía en el espacio público y en los manuales, aunque, quieras que no, incurres en la perdonable vanidad de tutelar, por vía del mencionado pronombre, al numeroso elenco de mujeres cuyas vidas resumes. Te honra la tentativa de hacerles justicia. No se van a enterar por muchas bocas que escupan fuego. Los muertos no suelen prestar atención a lo que de ellos dicen los vivos. Creo que son los lectores actuales quienes merecen ser absueltos de una ignorancia que les priva del disfrute y conocimiento de grandes obras debidas a la inventiva femenina.
  4. –No solo no tuvieron un lugar conforme a sus méritos sino tampoco a sus deméritos, porque el libro no es hagiográfico y algunas de las protagonistas son malísimas. Lo que queremos las mujeres no es ser santas, sino libres, libres incluso para ser tan malvadas o tan imbéciles como tantos varones que lo son. En cuanto a lo de que te sientes excluido de su lectura, cariño, me temo que es problema (y prejuicio) tuyo. Las mujeres nunca nos hemos sentido excluidas de esos libros que hemos leído durante siglos, historias de reyes, de conquistadores, de científicos, todas protagonizadas por varones, o de las novelas, la inmensa mayoría tan centradas en lo masculino, y nosotras leímos y aún leemos todo eso con fruición y consideramos que es una descripción del mundo que también nos atañe. En el prólogo de mi texto digo: “Este libro no es solo para mujeres, de la misma manera que el feminismo no es solo cosa de chicas. Estamos cambiando el mundo, estamos destruyendo estereotipos milenarios, y es evidente que si se altera el papel social femenino es porque también muda el papel de los hombres”. Añado que el machismo no es solo cosa de chicos, porque es una ideología en la que se nos educa a todos y a todas. Si el libro se llama Nosotras es porque hace hincapié en el escamoteo de las mujeres por parte de una cultura sexista de la cual los hombres forman parte esencial. O sea, en ese nosotras estás tú también y deberías sentirte igual de implicado. Pero el prejuicio sigue pesando mucho. Por eso suceden cosas tan irritantes como que, si una autora escribe una novela protagonizada por una mujer, todo el mundo piensa que está escribiendo sobre mujeres, mientras que si un hombre escribe una novela protagonizada por un hombre, todos creen que está escribiendo sobre el género humano. Yo no escribo sobre mujeres, escribo sobre el género humano, y Nosotras habla, justamente, de una de las grandes tragedias que ha sufrido (y aún sufre) el ser humano.
  5. –Repaso la balda de los libros que he leído en los últimos meses. Veo cuentos de Pilar Adón, la última novela de Clara Usón, En la ciudad líquida de Marta Rebón, un libro de prosas breves de Aránzazu de Isusi y una antología de Ana Blandiana que me regaló, durante la última Feria del Libro, la librera Lola Larumbe. Hay algo invitador en todos estos libros: la calidad literaria, el peso humano de la escritura, la circunstancia de poder acercarse a las cuestiones humanas desde una óptica generosa en matices. No tengo presente en cada página que los libros antedichos han sido escritos por autoras. Las leo por mí y para mí, sin necesidad de que me convoquen en un prólogo. Las leo con naturalidad porque me hacen disfrutar y aprender, y por tanto necesito sus obras. Si eso las hace sentirse libres, pues estupendo. No me ha parecido que estas escritoras establezcan cotos: nosotras/vosotros, las oprimidas/los machistas. Si vas a una librería, acaso veas mi nombre estampado en textos de fajas de sendos libros de Isabel Mellado, María Frisa y Elisabeth Strout. Tengo dos hijas y llevo treinta y cuatro años casado con la misma. Quiero decir que hace tiempo que pasé de primero de feminismo. El feminismo solo tiene una posibilidad de éxito: la democracia. Y por eso lo asumimos y lo defendemos, con independencia de nuestra conformación genital, los partidarios del Estado de derecho. El discapacitado, el homosexual, el esclavo, los miembros de etnias minoritarias tampoco lo pasaron bien en el curso de la Historia. Además de la partición de la humanidad en varones y mujeres, se nos podrían ocurrir otros binomios; pero si basamos nuestra escritura en ellos, me temo que nos resultará difícil eludir la simplificación. ¿Qué opinas?
  6. –Jajaja, me encanta que hayas pasado con nota primero de feminismo, y que lo demuestres con tanto ahínco. Y además sosteniendo lo mismo que yo, a saber, que la sociedad no se divide en esos binomios. Justamente lo que digo es que ese nosotras te incluye también a ti y que el feminismo es un asunto tuyo tanto como mío. Repito que el sexismo es una ideología en la que nos educan a todos, de modo que nosotras también participamos de los prejuicios, que son como parásitos insidiosos del pensamiento, muy difíciles de detectar. Numerosas investigaciones han demostrado que existe un sesgo de hipervaloración de lo masculino que nos ciega a todos, desde el genial experimento de la Universidad de Yale de 2012, en el que 120 profesores y profesoras de ciencias evaluaron de manera discriminatoria dos propuestas idénticas, salvo que una iba firmada por John y otra por Jennifer, hasta diversos estudios que prueban cómo en la asistencia médica primaria, con los mismos síntomas, a las mujeres se les receta más ansiolíticos y a los hombres más pruebas médicas. Y también los recetan doctoras.

Hemos avanzado mucho, pero se diría que la palabra del varón sigue siendo la ley y lo masculino continúa siendo lo normal; esto es la norma. Hasta los cajeros de los peajes están hechos a medida del hombre; es decir, para brazos más largos: muchas tenemos que abrir la puerta de los coches para poder llegar. Por otra parte, y como el machismo es una ideología estúpida que nos mutila a todos, resulta que las mujeres hemos gozado por carambola de pequeñas ventajas. Por ejemplo, nos cuesta menos fracasar que a vosotros, porque nos han educado para el fracaso. Y otra ventaja es que nosotras siempre nos hayamos identificado con los hombres, mientras que vosotros apenas estáis empezando a hacerlo ahora con nosotras, parcial y dubitativamente. Esto ha supuesto que, en general, nosotras sepamos mucho más de vosotros que al revés. Y por último: ya ves, yo soy incapaz de sostener que carezco de prejuicios machistas, porque estoy segura de que alguno me queda.

–Después de echarle un vistazo a la sinopsis biográfica que incluyes en tu página web, he averiguado que a edad temprana tuviste contacto con el teatro. Te conocemos como articulista asidua en El País y como escritora de novelas. Has redactado guiones para televisión, impartido cursos en EE.UU., participado en numerosos congresos y entrevistado a miles de personajes, entre ellos, según mencionas, al Ayatolá Jomeini (dudo que te atrevieras a decirle cariño, como a mí, y que no te cubrieras la cabeza en su presencia), a Indira Gandhi, a Richard Nixon, a Cortázar y a muchos más. Podría agregar otras actividades que, unidas a las citadas anteriormente, dan de ti la imagen de una mujer laboriosa y de múltiple talento, pese a lo cual la RAE te dio con la puerta en las narices el año pasado. A mí y pienso que a más de uno de cuantos se hayan tomado la molestia de acompañarnos hasta aquí en nuestra conversación nos gustaría saber cómo gestionas, pero también cómo concibes los distintos tipos de escritura que practicas: por un lado, la urgente, la opinativa y pegada a la actualidad del periodismo, con fecha fija de entrega; por otro, la literaria con todas sus exigencias formales, de dedicación prolongada y quizá de documentación. Hay quien escribe unas cosas a mano, otras con el ordenador. Quien reserva una parte de la semana a sus colaboraciones de prensa y quien lo hace todo junto. El idioma empleado en las distintas tareas es siempre el mismo. Así y todo, la manera de modularlo seguramente cambia si uno escribe una columna de periódico, un episodio de novela, un ensayo o un soneto. ¿O no?

–Jajaja, con Jomeini tuve que llevar un pañuelo que me cubría hasta las cejas, y además me dijeron que debía mantener mi cabeza más baja que la de él, cosa complicada porque era un anciano diminuto que estaba sentado en el suelo, así que hice la entrevista prácticamente tirada sobre la alfombra. El periodismo que yo hago, reporterismo de prensa escrita, es un género literario como cualquier otro, y ya sabes que es raro el escritor que cultiva un solo género. Yo me considero una escritora que hace ensayo, periodismo y ficción. Cada género es muy distinto, y yo diría que el periodismo y la ficción son opuestos. Por ejemplo, en periodismo la claridad es un valor, mientras que en novela lo que vale es la ambigüedad. En periodismo escribo de lo que sé, de lo que me documento e informo, y en novela escribo de lo que no sé que sé, porque nace del inconsciente. El periodismo para mí es un oficio, precioso, pero pertenece a mi ser exterior. La novela es algo esencial para mí, es un esqueleto exógeno que me mantiene de pie. Y ambas cosas las escribo fundamentalmente en ordenador, pero con una primera parte de notas a mano, siempre con pluma y en cuadernillos sin rayar.

–¿Sigues cabreada con la RAE?

–Jamás estuve cabreada. Antes al contrario, estoy agradecidísima a toda esa gente maravillosa que me presentó y que me votó (y que fueron un montón, como sabes el voto se dividió y no salimos ni García Gual ni yo) y a los académicos que me han pedido que me presente otra vez. Pero, como dicen en Puerto Rico con estupendo énfasis, ya yo ya. No volveré a hacerlo. Ha sido como una revelación, creo que no me veo allí.

Tomado de El Cultural

 

 

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