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Religión y política: el factor subjetivo

El tema de la próxima elección política del Poder Ejecutivo demanda un análisis urgente.

El tema de la próxima elección política del Poder Ejecutivo demanda un análisis urgente. El doctor Javier Tapia, catedrático de psicología del desarrollo, reflexiona en este artículo sobre los movimientos religiosos libres cuyas particularidades psicoreligiosas les permiten una cosecha  política inusitada que, hasta ahora en Costa Rica, se había colocado en un punto ciego de los cálculos electorales.

¿Qué nos pasó?, planteaba el Semanario Universidad (edición 2214) respecto de los resultados electorales del 2018, en su primera vuelta. Es una pregunta que puede responderse según quien se la haga. Si nos la hacemos los científicos sociales, nos pasó que hemos construido modelos que ocultan los datos de la realidad. Por ejemplo, lo que se está llamando las dos Costa Rica ha estado ahí en los datos sobre educación, en la exclusión y deserción escolar, con buena cobertura, pero con baja calidad, en la falta de capacidad del Estado para revertir la realidad educativa en los márgenes del país; en los márgenes geográficos, sociales y simbólicos del país. Claro, la respuesta no es menos complicada si nos planteamos los datos sobre religiosidad, que también han estado ahí y quizás, como el polvo con la escoba, los hemos puesto debajo de la alfombra.

Si a finales del siglo XX el cristianismo católico agrupaba a poco más del 90% de la población, en los últimos treinta a cuarenta años solo agrupa a un 60% aproximadamente, quizás menos, dependiendo de los datos que se examinen. En un análisis histórico de diferentes encuestas sociodemográficas (ver Fuentes para datos más precisos), es claro cómo un importante sector de la población ha venido transformando su confesión para adherirse no al cristianismo protestante histórico, ni al agnosticismo, ni al ateísmo, ni a otras religiones, sino al cristianismo evangélico, incluyendo principalmente como tendencia predominante la adhesión a lo que se conoce como Movimientos Religiosos Libres (MRL).

Algunas de las características que definen a los MRL son la extrema libertad en la interpretación de los textos bíblicos (en realidad no cuentan con una teología sistemática), la carencia de regulación por medio de normas institucionalizadas más allá del grupo local, y la autoexclusión o alejamiento de la sociedad y sus normas. Algunos de esos grupos son los pentecostales, los neopentecostales y otros grupos similares que profesan valores tradicionales y por lo cual es una proporción de la población que ha ido transformando sus creencias, sus visiones de mundo o su ideología.

Más allá de si en estas elecciones de 2018 se ha construido un dilema entre nuestro Dios y nuestro Diablo, por la cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo, lo que resulta claro es que, si bien por un lado hemos sufrido el infortunio de un dilema cuyo efecto principal ha sido definir de manera restringida los parámetros de este proceso electoral, por el otro lado, las razones y motivos para ello, van más allá del conflicto por los derechos humanos y no son necesariamente todos negativos. Dios y el Diablo se vuelven a desencontrar en tiempos de secularización.

Más allá de la secularización

Según la sociología de la religión, el proceso de secularización es resultado del proceso más amplio de modernización económica y cultural (ver Simbaña). La secularización implica el abandono progresivo de las confesiones religiosas a favor del laicismo y la racionalidad, conforme avanza la industrialización y se aumenta el nivel educativo de la población. Al menos esta ha sido la explicación estándar que, en una buena medida, ha buscado dar cuenta de ese proceso, principalmente en Europa.

Sin embargo, el cristianismo de Occidente ha dado muestras de una enorme capacidad de transformación o de adaptación a las exigencias de la modernidad. Es lo que sucedió en los años sesenta del siglo pasado, con el Concilio Vaticano II dentro del catolicismo. De esta manera pueden identificarse ciclos de transformación y adaptación del cristianismo conforme acontecen diferentes cambios históricos. Ahora bien, aun cuando en Europa la religión perdió completamente su función articuladora de la vida política y del Estado, la discusión sobre si en Europa la gente ha dejado o no sus adhesiones religiosas como una experiencia personal, social y cultural todavía continúa, a pesar de su avanzada industrialización y sus altos niveles educativos en cobertura y calidad (ver Bermejo y también Cortina).

En América Latina la cuestión de la secularización también se ha discutido, aunque, hasta ahora, bajo la ausencia del consenso. Aun cuando la modernización económica y cultural ha sido parte de los cambios sociales de la Costa Rica del siglo veinte, la secularización y el efecto de cambio al interior de grupos y personas han implicado un abandono relativo del cristianismo católico. Estos cambios, sin embargo, no representan todavía una salida del catolicismo y una entrada al laicismo, sino una entrada a una nueva adhesión religioso-espiritual, a una creencia o visión de mundo, a un conjunto de convicciones en los MRL.

En realidad, no se trata de una “salida” como se saldría de una sociedad tradicional para “entrar” después en una sociedad postradicional moderna, sin ningún retorno. Los ciclos hacen pensar que las metáforas de salir y entrar quedan superadas por otras, como quizás la de una elipsis vertical, la cual produce nuevas expresiones religioso-espirituales, con arraigo social; no solo vitales y simbólicas sino también con impactos institucionales. Pero estos cambios no provienen exclusivamente de las variaciones poblacionales o de la dinámica de los partidos políticos, sino también de procesos culturales y psicológicos o subjetivos, tanto por la forma en que la gente piensa al tomar decisiones, como por la forma en que la gente siente cuando piensa que algo le afecta.

Una reivindicación subjetiva

Entonces, ¿qué le pasó a la gente? Esta pregunta también podría responderse desde las personas. Podría responderse dando una explicación subjetivista. Los participantes de los MRL, incluyendo a personas del cristianismo evangélico y quizás también de algunos sectores del catolicismo, poseen características psicoreligiosas que les permiten plantear ahora una suerte de reivindicación subjetiva. Esto los convierte en actores políticos y, en el mismo dinamismo, de alguna manera arrebatan a las élites su hegemonía, en particular a tres élites con las cuales se confrontan de manera explícita o implícita: la jerarquía católica, los académicos y la izquierda.

Hay pocos estudios nacionales sobre este tema (con la excepción del de Solís y uno propio). Sin embargo, los hay realizados fuera del país, en psicología de la religión, ya muy consolidados por cuanto han confirmado hallazgos similares en repetidas ocasiones y perfilan algunas características con las cuales comprender, en una perspectiva psicológica, a los MRL (ver Saroglou).

Las actividades y características de los MRL no se regulan por un conjunto de normas institucionalizadas controladas más allá del grupo local. Una de sus características diferenciadoras fundamentales consiste en el privilegio concedido, en la expresión religioso-espiritual, en la emocionalidad y el discurso narrativo (ver Solís), en lugar de la racionalidad y el discurso argumentativo. Sobre esta característica distintiva principal se manifiestan un conjunto complejo de tonos grises.

Por ejemplo, la idea según la cual se trata de grupos en los que se manipula a las personas es solo parcialmente verdadera, ya que en realidad acontecen procesos de persuasión similares en otros grupos sociales. Es decir, la manipulación deliberada no es necesariamente la tendencia predominante, sino la persuasión, tal y como ocurre en muchos procesos sociales. Es cierto, sin embargo, que hay explotadores psicológicos y sociales que se han llegado a asociar con estos grupos.

Aunque pueda sorprender, la investigación empírica fuera del país muestra que en estos grupos la presencia de trastornos mentales, tal y como los analiza la psicopatología, la psiquiatría o el psicoanálisis, no es más importante que en la población general. Eso sí, la vulnerabilidad relacional es más elevada al inicio de la adhesión y pertenencia al grupo, la cual suele cambiar con el tiempo, volviéndose el bienestar psicológico general más positivo que negativo entre las personas pertenecientes a los MRL, por ejemplo, en el vínculo a la pareja adulta. El efecto relativamente positivo de la religión sobre el bienestar psicológico y la salud mental, aunque modesto en su magnitud, parece ser estable en el tiempo.

Es cierto que el espíritu crítico de los individuos puede verse disminuido en estos grupos, lo cual tiene como efecto un acceso limitado a la autonomía personal. Esto puede provocar que no se cuestione la propia fe, que no haya espacio para la duda y por tanto que desaparezca la apertura al conocer otros puntos de vista. Aun así, también es cierto que estas características están presentes en grupos no religiosos. De alguna manera la seguridad ofrecida por el grupo posee como contrapartida la disminución de la autonomía y la amenaza al desarrollo pleno de la persona.

Aunque por otro lado se ha observado que la adhesión a los MRL provoca la disminución de prácticas de riesgo (alcohol, drogas), la búsqueda de sentido de la vida y la disminución de la ansiedad y el estrés, se promueve en ellos un cierto nivel de recuperación de la autoestima, la motivación al logro y, al menos, la fantasía de autosuperación que, según las circunstancias individuales y sociales, podría volverse una superación real apoyada por la teología de la prosperidad.

Estas características psicosociales señalan un contexto que exige ver al otro y pensar en la inclusión del otro. En efecto, la vulnerabilidad psicológica y social de las personas que forman parte de los MRL coincide con la vulnerabilidad de los sectores con un fuerte rezago económico y excluidos de los bienes culturales, principalmente de la educación. Al parecer, en las elecciones del 2018, ambos grupos podrían ser el mismo: los grupos vulnerables, que en el pasado fueron “capital político” de los otrora partidos tradicionales, hoy son algunas de las comunidades asociadas a los MRL y a algunos otros grupos que se adhieren a un conjunto de valores tradicionales. Son las mismas personas que sufren aquella vulnerabilidad. Esta condición psicosocial podría llegar a considerarse como un estímulo subjetivo que moviliza las energías psíquicas hacia una búsqueda de compensación, generalmente simbólica, y a una búsqueda de reconocimiento como un actor político. Se puede decir que cumple la función de imagen religiosa del mundo.

Las imágenes religiosas del mundo (ver Habermas) son representaciones o ideas acerca de cómo pensar la realidad. En algunos casos se expresan mediante convicciones, como las de una fe y una visión religiosa del mundo, la cual es, aun así y principalmente, también una experiencia simbólica. En dicha experiencia se crean lazos sociales y son estos lazos, a la sazón, también vínculos afectivos. En los movimientos religiosos libres estos vínculos pueden regirse o no por la honestidad, pero, de cualquier manera, crean lazos y redes de cooperación. Sucede aun cuando dichos lazos y redes provengan de la geografía marginada más allá de las puertas imaginarias de San José.

Así pues, los ingredientes propicios para una movilización, la que da hoy carta de ciudadanía a grupos con una dilatada condición de vulnerabilidad y exclusión, se han manifestado de manera convergente para tratar de conseguir objetivos conforme a convicciones ancladas subjetivamente; sin crítica ni autocrítica. El dictamen de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el matrimonio igualitario aparece como un componente en la superficie, como un espejismo. Es quizás una mampara de un dinamismo psicoreligioso que ha servido como medio de contraste para evidenciar la reivindicación ante la vulneración socioeconómica y cultural, la cual posee un correlato subjetivo intenso. De ahí la narrativa socioemocional de restauración. La sociedad y la cultura costarricense queda así mejor retratada en sus condiciones reales, en su profunda diversidad.

A las élites les resulta difícil asumir su relación con los MRL. La jerarquía de la Iglesia católica costarricense, cuya autoreferencialidad en el poder le hace difícil ver más allá de sí misma, ha lanzado un manto de indiferencia histórica hacia los MRL y hacia sectores del cristianismo evangélico. Los académicos, por nuestra parte, hemos construido modelos conceptuales y empíricos con una limitada comprensión de las potencialidades y límites sociales, políticos y culturales de los MRL. La izquierda ha justipreciado con equívocos el significado cultural y la capacidad de atracción simbólica y material de dichos movimientos. En conjunto, las élites reflejan un distanciamiento de la lógica y la dinámica de los movimientos religiosos libres.

El desafío de la cohesión psicosocial

Como reconocen los especialistas en ciencia política, la conformación de la próxima Asamblea Legislativa hace augurar una gestión de la gobernanza altamente difícil. Más aún por la presión de grupos con intereses económicos y políticos, así como por la cuestión de la corrupción. La división entre este Dios y este Diablo nacionales ha manifestado un nuevo nivel de conflictividad social, en cierto modo provocado por la gestión ambigua de la comunicación política de la misma administración del gobierno. Es muy probable que la conflictividad social general haya tenido correlatos relacionales de conflictividad en las familias y en los grupos que sostienen vínculos primarios en todas las clases sociales. La cohesión psicosocial sufre por una nueva amenaza, incluso la de los grupos de poder económico, y la sociedad en la que todos y todas quepamos, con una capacidad razonable de gestión del conflicto, parece alejarse un poco más. Esto posee consecuencias de envergadura si se piensa en problemas como el déficit fiscal.

La idea de que la religión solo podría subsistir en las democracias liberales como un ideal ético de fraternidad (Habermas) vuelve a estar presente. Solo que esta idea no se ha visto del todo confirmada, pues las prácticas religioso-espirituales continúan como parte del mundo y de la vida, incluso en aquellas democracias liberales y laicas más avanzadas. Tal vez es posible dar un lugar a la religión en la esfera pública en una sociedad pluralista, en cuanto la democracia liberal se constituya en una comunidad en la que el diálogo predomine en la resolución de los conflictos. En otras palabras, una democracia parlamentaria es un horizonte que parece deseable para canalizar el conflicto y la integración psicosocial. De hecho, la deliberación pública suscitada en torno al contexto electoral, por más precaria que haya sido, ha enriquecido el tejido social de la democracia en el sentido de haber atraído algún tipo de debate. En sí mismos los conflictos no son un lastre.

La posibilidad de gestión del conflicto social puede ser una práctica, también dentro de una democracia incitativa (Saroglou). En esta el Estado ocupa un rol activo respecto de la religión y no a la inversa, que la religión cumpla un rol activo – ¿dominante? – frente al Estado. Significa que las instituciones del Estado asumen el proceso de secularización y modernización, se adelantan e incitan la precaución, buscando la participación de los sectores religiosos. Esto mediante políticas públicas que promuevan su inserción adecuada al juego democrático. En palabras de Habermas, es la inclusión del otro, en el sentido de incluir a todos los participantes en el juego de la deliberación y el diálogo.

Si bien esto supone la renuncia a tratar a la religión bajo el mandato, la estigmatización o la coerción, supone a la vez realizar alianzas incitativas de las instituciones democráticas con iglesias, grupos y movimientos religiosos libres en lucha por el reconocimiento como actores políticos. Esto se orienta a fortalecer las instancias democráticas y a movilizar la participación dentro de estructuras capaces de favorecer la cohesión psicosocial y lazos sociales que defiendan la cultura de la inclusión del otro. Es un proyecto al cual no podría darse la espalda en una sociedad que, en la práctica y pese a la Constitución, avanza con espasmos hacia la deseada laicidad.

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