Caramba y zamba la cosa. El 68 vuelto a contar
Francisco Pérez Arce
Ensayo
Editorial Itaca
2017
“Me gustan los estudiantes/ Porque son la levadura/ Del pan que saldrá del horno/ Con toda su sabrosura/ Para la boca del pobre/ Que come con amargura/ Caramba y zamba la cosa/ ¡Viva la literatura!” Caramba y zamba la cosa. El 68 vuelto a contar, toma un verso de la bien conocida canción “Me gustan los estudiantes”, de la chilena Violeta Parra, para titular el libro que ofrece el testimonio personal de Francisco Pérez Arce en torno a los acontecimientos que dieron paso a la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.
Lo que con mayor frecuencia se recuerda de este día es el final trágico; sin embargo, se habla mucho menos de los tres meses precedentes en los que el movimiento estudiantil tuvo su desarrollo y proceso de organización. En Caramba y zamba la cosa se deja ver que agosto fue el mejor mes de todo el movimiento; se describe lo sucedido en la plaza de la Ciudadela el 22 de julio, el momento previo del bazucazo en la Preparatoria 1 y sus secuelas, la presencia de militares en esa misma institución y en la Vocacional 5, la llamada Marcha del Rencor y la Marcha del Silencio. Todo esto en el contexto de un movimiento estudiantil de dimensiones nunca antes vistas. Las principales instituciones de educación superior estaban reunidas. Un centenar de escuelas y miles de estudiantes actuaron juntos en lo que configuró un cambio mental masivo que demandaba genuinas libertades democráticas. En los hechos, aunque por un período breve, los estudiantes ejercieron su libertad sin pedir permiso.
En la obra de Pérez Arce se puede sentir la energía estudiantil, el desafío intelectual que los jóvenes, hombres y mujeres, representaban en contraposición a la sinrazón de un gobierno autoritario y violento. Se vieron entonces “jóvenes caminando por las calles del centro, corriendo a veces con entusiasmo, los puños levantados, los suéteres en los hombros, los libros en las manos, desafiando la somnolencia de la ciudad y del país”; por diferentes rumbos aparecían jóvenes “pintando camiones de pasajeros” con la esperanza de que “la consigna viajara al menos una vuelta antes de que la borren”. Opuesto a toda la urgente libertad de pensamiento, a esta nueva manera de hacer y comunicar las ideas, aparece la imagen de un “poder artero que se impone” y de una violencia que se disfraza de prudente advertencia: “no quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos… hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos”.
Al testimonio principal se suma una serie de relatos relacionados con el movimiento, en los que encontramos protagonistas diversos. Por ejemplo, la historia de cinco trabajadores de la Universidad de Puebla que solicitaron asilo en el pueblo de Topilejo, población donde fueron considerados una amenaza por tratarse de “peligrosos comunistas”, argumento tendencioso con el que el Gobierno buscaba desacreditar la lucha estudiantil, y que en este caso había sido esparcido por un cura entre los residentes de ese lugar. Otra historia es la de Alcira, una joven que permaneció encerrada en el baño de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante el tiempo que duró la ocupación de Ciudad Universitaria; a esta historia la acompaña la voz del poeta León Felipe, recién fallecido en septiembre de 1968: “¡Qué lástima que yo no tenga un abuelo que ganara una batalla, retratado con una mano cruzada en el pecho, y la otra en el puño de la espada!” A los relatos se suman transcripciones de lo escrito por José Revueltas mientras permaneció preso en Lecumberri. En este punto del libro, el lector puede hacerse una idea de la magnitud del movimiento y del enorme temor del Estado frente al entusiasmo e inteligencia juvenil.
Francisco Pérez Arce presenta también, a manera de anexo, lo que él llama “El 68 en el mundo”: un panorama sobre la guerra de Vietnam, la muerte de Martin Luther King, el Mayo Francés, lo sucedido en Praga y las luchas de liberación femenina, con el fin de constatar que todos estos sucesos forman parte de una historia común, no de hechos aislados, sino de influencia y entrecruzamientos. Por último, Caramba y zamba la cosa. El 68 vuelto a contar ofrece diez recomendaciones bibliográficas sobre un movimiento que cuenta ya con una abrumadora cantidad de referencias.
En México la herida que dejó el 68 no ha cicatrizado. Solo 123 días duró el movimiento, pero eso bastó para dar “a los estudiantes pasado y país, tierra debajo de los pies”. Medio siglo después seguimos gritando la consigna: “2 de octubre no se olvida”, no solo porque el movimiento estudiantil forma parte de nuestra historia sino porque la falta de justicia persiste. Si no olvidamos 1968, menos aún podemos olvidar a los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Es indispensable mantener ante el Estado la exigencia de que aparezcan con vida. Vivos se los llevaron, vivos los queremos.
Tomado de La Jornada