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Poesía y revoluciones

Siempre he tenido un amor particular por la poesía costarricense

Leningrad

Adriano de San Martín

Estampas poéticas

BBB Producciones

2020

58 páginas

Siempre he tenido un amor particular por la poesía costarricense. Leo todo lo que se produce en el país. Trato de hacerlo, lo más apegado posible a la cotidianidad de la producción editorial en Costa Rica. La poesía centroamericana es excepcionalmente buena. No tiene nada que envidiarle a la poesía que se produce en otras partes del mundo, ya se trate de Europa, Estados Unidos, Asia o África.

Adriano me sorprendió con la sugerencia de que le comentara su libro Leningrad. un conjunto de memorias líricas de su experiencia en la vieja URSS, cuando el proyecto soviético daba lo mejor de sí mismo. Adriano se encuentra entre esos pocos poetas costarricenses, de gran calidad lingüística y metafórica, de enorme envergadura humana y es un hombre repleto de enseñanzas, recuerdos y memorias; una veta valiosísima para alguien a quien le guste la historia. Me honró con su noble pedido. Aquí está lo que me hizo sentir su libro de poemas; tan humanos, ricos y sonoros.

Es tan poco lo que tengo que decir. De primera entrada me encuentro dos grandes poetas amadas, sobre las que, en Occidente, se han dicho muchas cosas desagradables, por decir lo menos. Marina Ivánovna Tsvetaeva (1892-1941) y Anna Andréyevna Ajmátova (1889-1966). De ambas poetas, Adriano tomó dos cortas frases, repletas de vida lírica y evocación literaria. Con estas dos poetas, en Occidente ha sucedido lo que acontece con muchos autores del mundo ruso y soviético: se los cita en abundancia, pero se los lee muy poco. Porque la crítica al estalinismo no los deja ver, a los críticos, con claridad, lo que en realidad sucedió con el proyecto soviético.

Sin utopía no hay revolución. La sociedad rusa, al menos por un buen rato, llevará en su piel el recuerdo de una de las más grandes revoluciones de todos los tiempos: la Revolución Bolchevique de 1917. Eso no se puede borrar, de la noche a la mañana. Adriano alcanzó con estas 27 piezas testimoniales que hoy nos regala, algo que es difícil de conseguir en otras circunstancias, por ejemplo, cuando visitamos un país en calidad de turistas y solo se nos ocurre visitar sus supermercados. Adriano vivió con los soviéticos durante años. Compartió sus aspiraciones, sueños, esperanzas y proyectos. También sus miedos. Adriano nos brindó en estos 27 fragmentos literarios, una parte de su vida; y eso ya es mucho, para un lector común y corriente, amante de la literatura, como el que esto escribe.

Con este trabajo de Adriano se aprende mucho, si se quiere. Las ilustraciones que lo acompañan son extraordinarias. Él, además de un excepcional escritor, es también un magnífico fotógrafo. En estos 27 cuadros literarios, “poéticas estampas” como él las llama, pasa toda la historia literaria rusa del siglo veinte. Eso es mucho decir en un escritor centroamericano, para quien existe una obsesión literaria con los poetas nicaragüenses.

El escritor procedente de un pequeño país ubicado en la cintura de América Latina, se atrevió a reflexionar, a sentir y a pensar sobre su experiencia política, ideológica y literaria en la vieja capital de la utopía, San Petersburgo, la que luego sería llamada Petrogrado, luego Leningrado y hoy, de nuevo, ha recuperado su viejo nombre, aristocrático y galante.

El peso enorme de la literatura rusa, el cual no encuentra salida con el proyecto soviético, durante el siglo veinte, sino es porque la vieja URSS se encargó de llevar sobre sus espaldas toda la lucha anticolonialista, es el sustento en el que reposan las reflexiones de Adriano de San Martín. La melancolía no es gratuita. Por eso, ni Nabokov, ni Sholojov, ni Boris Pasternak o Alexander Block despuntan como influencias; solo se trata de formas de apuntalar una memoria que ya no tiene asideros. Esa ha sido la tragedia con la caída del proyecto soviético. Para alguna gente, la pérdida de la memoria revolucionaria del siglo ha ido aparejada con la humillación, el maltrato y el arrinconamiento de los trabajadores. El poeta está obligado a demostrar lo contrario. Y el escritor centroamericano colabora con una pequeña muestra de sus recuerdos. Esto es lo encomiable en la poesía de Adriano. Stalin y el estalinismo no pueden ser borrados del siglo veinte, como quisiera más de uno. Porque la derrota del nazismo está escrita con la sangre de millones de ciudadanos y soldados rusos. Es obligación del poeta recordar esto. Y el escritor centroamericano lo hace maravillosamente bien. Una vez más, ha sido posible demostrar que la memoria se convierte en historia, cuando el alma, el corazón y el espíritu hablan a las generaciones del presente, que lo ignoran todo porque lo saben todo.

Se escribe, porque la necesidad es inmensa. No se puede vivir de otro modo. La escritura es parte de la vida del poeta, el cual, sin ella estaría desorientado, sin rumbo fijo adonde dirigirse. Adriano, dichosamente, como muchos otros poetas centroamericanos, es un poeta muy bien orientado. En estas 27 estampas poéticas que nos ha brindado, como medio de comunicarse con nosotros y de hacernos ver su alma, de tocarla y de acariciarla, no solo se encuentra una porción notable de la historia rusa, sino, también, parte de la vida misma del poeta. Ambas, empatadas, forman una construcción maravillosa, que nos lleva a través del siglo veinte y nos ubica al frente de algunas de las anécdotas escandalosas de ese siglo, repleto de tragedia, crímenes y abusos sin nombre.

Con estas 27 estampas, el poeta Adriano de San Martín, nos ha regalado los altibajos de quien se halla solo, las ansiedades y angustias de quien ha vivido el frío, la frustración de un idioma extranjero sonoro, bellísimo, pero todavía inmanejable. Se puede compartir la vida con los ciudadanos de Berlín, Londres, Nueva York, Moscú o París, pero la soledad llega a ser tan inmensamente tangible que no hay espacio suficiente para el sufrimiento. Por eso se acude a la descripción del paisaje, porque nos llena de objetividad, algo de lo que el poeta necesita desesperadamente. Cuando el historiador quiere capturar ese momento impostergable del paso de la memoria a la historia, es cuando las vivencias personales se transforman en metáforas y dejan de ser simples anécdotas.

Estas estampas poéticas de Adriano, deberían ser leídas por todo aquel que busque el momento preciso en que la memoria se convierte en historia. No se necesitan archivos, periódicos, revistas o bibliotecas repletas. Solo hace falta voluntad lírica, ganas de comunicarse con la gente y decirle que se tiene algo para contar. Ese tesoro escondido de la sabiduría de la vivencia. Gracias a poetas como Adriano de San Martín la utopía continúa viva y poderosa. Sin utopía no hay revolución. Y la vida del poeta debería rebosar de revoluciones, todos los días.

 

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