El mercado, la actividad social en la que, en vez de intercambiarse, se compran y se venden mercancías, puede provocar una importante distorsión en el modo y la calidad de vida de las personas. Desde lo más íntimo hasta lo más público y notorio, la actividad del ser humano es afectada por el consumo. En este artículo el doctor Edgardo Moreno reflexiona sobre algunas estrategias comerciales de la megaindustria alimentaria para intentar eludir la evidencia científica y aprovecharse del miedo, de la buena fe y de la condición creyencera de las personas.
Un afiche publicado en 1911 sobre la fórmula de la compañía Nestlé para sustituir a la leche materna muestra a un sonriente y sano bebé sosteniendo un biberón, al mismo tiempo que anuncia: “No espere demasiado antes de destetar a su bebé… alrededor del sexto mes, comience a dar Nestlé a su niño una vez al día, en lugar de amamantarlo; a continuación, aumente Nestlé gradualmente hasta que el bebé este completamente destetado…”
Debido a estas prácticas, la compañía Nestlé tuvo que someterse a demandas, enfrentar al Comité Internacional de Boicot contra Nestlé y a regulaciones de la Organización Mundial de la Salud. A pesar de todo, Nestlé logró sobreponerse y convertirse en el mayor productor de brebajes y alimentos procesados del mundo; incluyendo el agua Pure Life, embotellada en plástico; esa que muchos estiman mejor que la del tubo.
Con otro semblante, pero con las mismas artimañas, la megaindustria de los alimentos y los suplementos promueve el consumo de productos de dudoso beneficio. Los elegantes envases con sus llamativas leyendas y logos, son un medio para un negocio sin límites: “natural”, “orgánico”, “light”, “adelgazante”, “con probióticos”, “nutritivo”, “energético”, “vigor sexual” y otras lindezas, son mensajes que se piensan como un estilo de vida saludable.
Una vida sana, se asocia al consumo de productos menos procesados; generados mediante prácticas agrícolas tradicionales y vendidos en un contexto local de confianza mutua, en el que tanto los compradores como los vendedores se conocen. Aunque los humanos añoran y se aferran a ese ideal, la necesidad de alimentar a miles de millones de personas lo ha socavado. La gente elige los productos marcados con esas leyendas porque valora las nociones románticas de lo “natural”, las que se contraponen a lo “artificial”.
Antes de apoyarse en la evidencia científica, la megaindustria de lo “saludable” se aprovecha del miedo, de la buena fe y de la condición creyencera de las personas para promover un negocio de miles de millones de dólares. Los “naturópatas” y sus cómplices saben que las sociedades están influenciadas por el “sesgo de confirmación”, un mensaje que apoya lo que las personas ya creen, mientras rechazan lo que no encaja con sus ideas. Lo anterior les permite vender productos que cumplan con el ideal imaginario, aunque sean inútiles.
Aparte de ciertas patologías que demandan dietas y suplementos especiales, la gran mayoría de las personas solo requieren mantener una dieta omnívora sensata, para obtener todos los nutrientes necesarios. Experimentos controlados han demostrado que los complejos vitamínicos, el omega 3, los aminoácidos, los probióticos, los antioxidantes, la glucosamina, el condroitin y muchos otros suplementos que se venden, no tienen impacto en la salud.
Por esta razón, la Oficina de Control de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos (FDA) ha incluido en los recipientes de la mayoría de estos productos la siguiente leyenda (en inglés): “Este suplemento no ha sido evaluado por la FDA ni tampoco ha sido diseñado para diagnosticar, curar, tratar o prevenir enfermedades”. La Unión Europea ha tomado acciones similares. Por lo general, estas advertencias son ignoradas o incomprendidas por los consumidores. En países como Costa Rica, estas advertencias raramente se traducen y las pócimas gozan del aval de los ministerios y se venden libremente.
Un eficiente truco es marcar a los amasijos como “naturales”. El argumento central es que los alimentos primigenios son mejores y más saludables que los producidos por explotación intensiva “artificial”. Sin embargo, este argumento se desmorona ante la pobre expectativa de vida de los humanos del Neolítico (33 años); en particular, cuando se compara con la vida prolongada de los ciudadanos de las metrópolis contemporáneas (80 años). Estos últimos, además de aferrarse a sus teléfonos celulares, se alimentan mayormente de comida procesada. Por otro lado, el sello “natural” no tiene significado desde la perspectiva formal, ya que en esencia todas las cosas de este mundo son naturales; por tanto, no pueden ser sometidas a ninguna regulación y todo se vale.
Otra treta utilizada para promover alimentos y menjurjes es marcarlos como “orgánicos”. Se supone que ellos son más nutritivos y saludables que los “no orgánicos” (también más caros). Incluso existen marcas de sal (NaCl) “orgánicas”, lo que es una auténtica sandez. Al igual que lo “natural”, todos los alimentos vegetales y animales son, en sentido estricto, orgánicos, por lo que es muy difícil su control.
Un estudio de la Universidad de Stanford en los Estados Unidos ha demostrado que el valor nutritivo y el impacto sobre la salud de los alimentos “orgánicos” son iguales o inferiores a los “no orgánicos”, y que las personas que los consumen padecen de los mismos males y beneficios de los que no los consumen. Otro estudio demostró que, con base en su sabor, la mayoría de la gente no puede distinguir entre los alimentos “orgánicos” y “no orgánicos”.
Se toma como verdad que los alimentos “orgánicos” no contienen pesticidas ni fertilizantes dañinos para el ambiente. Sin embargo, las etiquetas embaucan y promueven mitos que sustentan el sesgo de confirmación. El Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, determinó que cerca de la mitad de los productos “orgánicos” tienen residuos de pesticidas prohibidos y otro tanto no cumple con los estándares básicos para sellarse como tal. Además, en la producción industrial de los alimentos “orgánicos” se usan pesticidas y fertilizantes, los que, a pesar de no ser sintéticos, pueden ser dañinos; amén que la mayoría de las prácticas de cultivo no son amigables con los ecosistemas.
Los Países Bajos de Europa han tomado un rumbo distinto. Antes de usar métodos “naturales”, ellos se han abocado a una agricultura y ganadería biointensiva, en la que los sistemas de producción están contenidos en recintos cerrados y rigurosamente controlados. El objetivo es la sostenibilidad sobre un sistema basado en la ciencia y la tecnología. La agricultura y ganadería biointensiva logra rendimientos máximos en una superficie mínima de tierra, con poco gasto de agua, al tiempo que mejora la fertilidad del suelo. Al ser un sistema cerrado, los pesticidas, hormonas, antibióticos y fertilizantes se mantienen a un mínimo. Es decir, antes de ser un método “natural”, la producción biointensiva es altamente artificial. Además de eficiente, es más barata, al grado que países como Holanda se han convertido en unos de los mayores exportadores de alimentos, por encima de países 20 a 50 veces mayores.La megaindustria de lo “sano” y lo “natural” no conoce fronteras. Incluso ha capturado a las resignadas mascotas, tal y como anuncia la compañía Natuplus: “Los snacks tradicionales están compuestos de altas dosis de harinas, gluten y agregados artificiales que resultan de difícil digestión. Combinando tecnología innovadora y materia prima de alta calidad (como la comemos en nuestras casas) hemos logrado obtener productos naturales, nutritivos y de fácil digestión para gatos y perros que mantienen el sabor, la textura y aroma original del alimento, haciendo felices a las mascotas y sus dueños”. Antes de emitir un juicio, hay que preguntar: ¿qué es lo que comen los dueños de las mascotas en casa…?