La época en busca de su concepto: asunto central para el quehacer de la filosofía y de las teorías sociológicas o politológicas. Nominar es un acto político, un modo de apropiarse del objeto y de definir sus constituyentes onto-epistémicos. Al nombrar la época ponemos en juego críticamente modos institucionales de organizarnos. Voy entonces a señalar algunos de los conceptos propuestos, pues estoy convencido que todos aportan algo en la caracterización de esta época.
Extrema derecha 2.0: este vocablo, instalado por Steven Forti, apunta a señalar que esta fase del neoliberalismo rompe amarras con alguna forma de gobierno mientras la agenda socioeconómica sea la misma, donde se prefiera la rentabilidad financiera a la movilidad social. Y también dice de la gestión hipertecnologizada del capital: capitalismo de aplicaciones; plataformas y redes sociales que conectan a una oligarquía financiera, agraria, minera, energética y comercial acompañado del desfinanciamiento de la educación; la salud; el sistema previsional; el gasto ambiental y la reducción drástica de las transferencias sociales. Y todo aunado con la eliminación de impuestos a las ganancias del capital o, como sucede en Costa Rica, con la displicencia frente a la evasión y elusión fiscal.
Tecno-feudalismo: concepto acuñado por los economistas Cédric Durand, Mariana Mazzucato y Yanis Varoufakis. Adelantado por Umberto Eco. Se trata de un término analógico que señala las “monarquías” racistas y sexistas en las principales corporaciones tecnoindustriales del mundo. La tesis central de Durand es que el capitalismo de producción y concurrencia ha sido subsumido por un sistema de depredación que tiende a sustituir la producción y la demanda. Lo que importa, según Durand, son los datos que serían el equivalente a la tierra en la Edad Media. Mazzucato también analoga el feudalismo con las tecnologías digitales. Cito: “Al igual que los terratenientes del siglo XVII obtenían rentas del aumento del precio de la tierra, y al igual que los barones del petróleo se beneficiaban del control de los recursos naturales, las empresas tecnológicas de hoy extraen rentas monopolizando los servicios de búsqueda y comercio en línea”. Varoufakis señala que un tipo de capitalismo ha muerto y ha sido reemplazado por el sistema de comercio oligopólico de plataformas. El ejemplo es Amazon.com.
Anarco-capitalismo, populismo de derecha y/o Estado mínimo: expresiones vinculadas a Rothbard o a Nozick, bien conocidas en los ámbitos académicos y usadas en los discursos de la derecha republicana en EE.UU. o por Javier Milei en Argentina.
Posfascismo: acuñado por Enzo Traverso y que parece estar imponiéndose en las ciencias sociales europeas. El posfascismo hereda del fascismo la subsunción real de la cooperación al mando del Capital. Dice del capitalismo actual como reino de lo inorgánico, como sola necesidad en su constitución, como destino donde es imposible una vida moral autónoma y una vida ética colectiva. Dice también de la presentación de un (supuesto) líder auténtico que no simula comprender el enojo popular, sino que se presenta como enojado él también; la pérdida de derechos civiles y sociales y todo en una matriz neoliberal pragmática, tecnocrática e imperialista.
Brutalismo: concepto acuñado por Achille Mbembé para marcar un capitalismo de la cuantificación dineraria, la abstracción de lo social y la clasificación elitista.
Autocracias competitivas: se dice de los regímenes híbridos que mezclan competencia electoral con un accionar autoritario. Se dicen “democráticos” por la legitimidad de origen, pero no por el ejercicio cotidiano. Este concepto pretende, entonces, dar cuenta de un híbrido que mezcla dictadura civil, democracia restringida y bonapartismo. Se ponen de ejemplos los casos de Turquía, El Salvador, Israel, la India y los EE.UU.
Nueva derecha: Aquí el problema es dilucidar qué tendría de “nueva”. Veamos esto: una derecha blanca que quiere deportar inmigrantes, que decreta que solo hay dos géneros, que pretende que las mujeres vuelvan a las tareas domésticas, que la diversidad sexual sea tratada como una enfermedad, que desmantela las instituciones políticas y sociales y que solo habla en inglés, pues no parece ser muy “nueva”.
Pero hay otro problema: se habla de “nueva derecha” para decir que hay una vieja derecha que estaría comprometida con la democracia “buena, bella y liberal” y con la cual se debería hacer una alianza. En Costa Rica es lo que viene proponiendo un sector del Partido Liberación Nacional (PLN), el periódico La Nación, sectores del Frente Amplio (FA), sectores de la Unión Costarricense de Cámaras y Asociaciones del Sector Empresarial Privado (Uccaep) y la mayoría de la intelectualidad universitaria.
Nuevas subjetividades: aquí sí parece haber alguna novedad. Las nuevas subjetividades son hijas de las aplicaciones como formas de trabajo, comercio, ahorro, educación, entretenimiento y propaganda. Es la “manosfera” que es esa suerte de red de los influencers; las páginas de citas, el Only fans; los cripto-inversores y las estafas piramidales, los entrenadores ontológicos; los libros de autoayuda y los memes de autoconsuelo, agresión o motivación; las apuestas online; los mensajes sin filtros éticos y todo sin (aparentes) mediaciones institucionales. En estos casos, vemos emerger los efectos individuales del lugar que se ocupa en la (escondida) estructura social. Y ese lugar es una marca ética de desprecio por los demás, de falta de empatía, de revanchismo cultural, resentimiento moral y de la crueldad como virtud.
También, entiendo por “nuevas subjetividades” un modo de habitar el mundo donde se borran todos los límites éticos, donde se fomenta una nueva versión del “pánico rojo” macartista contra el progresismo, los “zurdos” o el feminismo. La famosa “batalla cultural” que pregona Laje, por ejemplo, es la vieja batalla por la hegemonía (y por eso se habla de dexterogramscianos), pero también es una batalla por restaurar el “orden natural de los sexos” y de las jerarquías sociales y por la organización y jerarquización de las emociones, poniendo al enojo y al resentimiento en primer lugar en contra de supuestas “castas”, que Laje identifica como “marxismo cultural”, donde caben neoliberales progresistas como Soros, feministas, intelectuales y artistas, movimientos por la diversidad sexual, racial y defensores del medio ambiente. Modernos y posmodernos son, para Laje, el enemigo que la “nueva derecha” debe combatir.
También se habla mucho de las características subjetivas de los líderes de la “nueva derecha”, pero en verdad no son los líderes los que seducen al electorado, sino al revés: son los electorados los que producen este tipo de liderazgos. Dicho de otro modo: es la época y sus condiciones sociales las que crean este tipo de liderazgos y no al revés. En Costa Rica, Rodrigo Chaves ha sido producido por un electorado conservador y abandonado, que era anterior y que no encontraba a su conductor.
Nuevo estilo comunicacional: adelantado por Lipovetski hace más de 30 años. Todo está a la vista y por eso, a medida que vamos viéndolo todo, lo vamos olvidando todo. No se oculta nada. Así la derecha tiene mucho margen para que se le toleren sus “errores” y para gobernar. Por sobresaturación de información, no hay verdad en ninguna zona del sistema, porque no habría manera de jerarquizar la información ni el conocimiento. Se comunica en un estilo disruptivo, sin autocensura que transmite un desconocimiento virtuoso de los mecanismos institucionales y, por eso, logra transmitir la idea de que el emisor no pertenece a las élites, al mismo tiempo que produce un involucramiento desde lo emocional: conmigo o contra mí, fans o haters. Se cuestiona todo, como si nada importara para obtener poder y gobernar.
El éxito de este estilo de comunicación política radica en hacer coincidir percepción y verdad para generar fidelización entre los humillados y olvidados.
El clasismo policlasista: la derecha logra expandirse por muchas razones que producen la paradoja política de ser un proyecto clasista con apoyos policlasistas. Esta “nueva” derecha se presenta como poder constituyente y constituido al mismo tiempo. Se propone descolonizar las instituciones que se formaron a mediados del siglo pasado para recolonizarlas. En Costa Rica, este estilo proto-autoritario emergió con el gobierno de Carlos Alvarado con sus leyes del plan fiscal, empleo público, restricción del derecho de huelga y proyecto UPAD y fue él quien allanó el camino para el gobierno actual. Señalo otros elementos de la alianza policlasista que podemos verificar en Costa Rica: bajar la inflación para aliviar a los sectores populares, dólar barato para sostener el consumo de las clases medias y activos financieros liberados (caso ROP), para conformar a sectores del capital. Otra constelación de razones de este proyecto clasista con apoyos policlasistas reside en las emociones de frustración, miedos y enojos, intereses económicos y revanchismo cultural. En Costa Rica, algo así como Escazú y Limón, el Mercado Central y Plaza Itzkazú. En esta nave de los condenados viajan los pasajeros del bus de Sabana Cementerio con la primera clase de British Airways.
La crisis civilizatoria
Acá es necesario hacerle una aclaración al “sentido común”: la crisis es civilizatoria (geoeconómica, geopolítica, geocultural, ecológica y psíquica), porque no es transitoria. La crisis es el estado “normal” del curso del mundo. Es “permacrisis”: inestabilidad e inseguridad permanentes.
El ascenso de esta nueva derecha ¿es el detonante de la crisis o es la consecuencia de una crisis anterior? Para mí, es el resultado de un vaciamiento: el de la democracia material y de la memoria política.
También hay crisis porque, en la batalla ideológica, los pobres y sectores de la clase media baja no quieren progresar y se conforman con lo que hay. Prefieren la rutina al riesgo del cambio social, como lo señaló Hinkelammert. Y el progresismo ha perdido densidad política porque ha renunciado al contenido material del progreso. Está más preocupado por la diferencia que por la desigualdad.
Crisis y derechización de la intelectualidad universitaria
La intelectualidad universitaria está atrapada en la herida narcisista por los fracasos de los gobiernos pseudoprogresistas y sus derechos civiles sin costos para el capital. La intelectualidad universitaria costarricense está a la defensiva y propone una alianza con la derecha buena y bella, y así queda en lo que ya estaba preformada por clivajes previos, negándose a entender el cemento policlasista que sostiene al gobierno, como el de Rodrigo Chaves, el cual señalé antes. Pongo como un ejemplo, entre muchos, las palabras del Dr. Gustavo Gutiérrez Ezpeleta, exrector de la Universidad de Costa Rica, quien declaró en la sesión 6676 del Consejo Universitario lo siguiente: “Si bien fuimos críticos de la forma autoritaria en la que en el gobierno de Carlos Alvarado se impuso la ley 9635, igual que la ley de huelgas e igual que la ley de empleo público, leyes que han debilitado sumamente nuestro Estado social de derecho, lo cierto es que hay cosas que sí son rescatables…”.
Es de notar que ningún integrante del Consejo Universitario, ni siquiera el representante de Ciencias Sociales, contradijo al exrector señalándole su negacionismo compensatorio. Otro ejemplo que puedo aportar surge del debate para la rectoría de la UCR, donde el tema más importante de la controversia fue el salarial, demostrando cuál es el lugar social y político que las élites universitarias no quieren abandonar.
De la idea de una “derecha buena y bella”, autoritaria, pero que hace cosas buenas (que es lo que dice la derecha española para hablar del franquismo), se desprende la incomprensión del proyecto político que lidera el actual presidente de Costa Rica y que lleva a la intelectualidad universitaria a caracterizar a los sectores más pobres y con menos nivel de instrucción que apoyan al Gobierno, con insultos o pseudodescripciones, que dejan al descubierto su aristocratismo: chavestias, gente desubicada, gente equivocada, pueblo con disonancias cognitivas, estúpidos (inclusive citando a Bonhoeffer), estupidez colectiva, ignorantes, masoquistas, masculinidades tóxicas, gente que solo come comida chatarra, y otros adjetivos que no explican nada, pero que logran eclipsar el lenguaje agresivo que usa el presidente Chaves.
La intelectualidad universitaria sigue preguntándose cuándo la sociedad se “dará cuenta” de que no debe apoyar a esta “nueva” derecha. Pero la pregunta correcta sería aquella que indague de qué están hechas esas demandas insatisfechas que producen esos apoyos.
La Universidad de Costa Rica es una institución compuesta, aproximadamente, por 50 mil personas, de las cuales solo 2.300 tienen derecho al voto. Sin embargo, los/as intelectuales de la universidad pontifican sobre la democracia desde distintos medios (conferencias, escritos en las redes y en los periódicos, podcast), pero nunca proponen una democratización de la institución universitaria. La universidad habla de lo sagrado y lo profano, excepto de sí misma.
El otro error de la intelectualidad universitaria (me refiero a la que se expresa y también a la que hace silencio) es que concibe la democracia como una cosa y no como un proceso y eso la lleva a defender a todas las instituciones de la democracia liberal, incluidas aquellas que fueron creadas o secuestradas para defender negocios y el statu quo político. Así, se termina defendiendo a la (vieja) derecha para que no gobierne la (nueva) derecha. Se termina apoyando al mal menor, olvidando que siempre se trata del mal.
Por último, la intelectualidad universitaria se ha vuelto cuestionadora de todo Poder Ejecutivo fuerte. En las actuales susceptibilidades políticas de la academia, Figueres Ferrer o Roosevelt hubieran sido tildados de autoritarios. Pero ¿cómo esperamos combatir a las oligarquías empobrecedoras sin un Ejecutivo fuerte que apoye la movilización social y sea expresión de los intereses populares?, ¿cómo esperamos construir una representación que sea consecuencia de un proyecto material?
Crisis de la izquierda progresista
Cuando digo izquierda progresista, digo esa izquierda, hija de la Ilustración y el Idealismo, que hizo la Revolución Francesa y del nacionalismo popular que hizo las reformas sociales en América Latina. Ya señalé el desplazamiento ideológico que privilegió la diferencia por sobre la desigualdad. La izquierda ha olvidado que la democracia y la igualdad siempre son el vaso medio vacío. Como los lotófagos de La Odisea, la izquierda progresista ha olvidado lo que quiere ser.
Señalo dos elementos más, abiertos a la discusión: en nombre de una “alianza amplia” en “defensa de la democracia buena, bella y liberal”, la izquierda progresista se derechiza al abandonar su programa de implantación de derechos sociales. No hay antinomia política entre los derechos sexuales, reproductivos y ambientales con los derechos sociales. Lo que hay, y mucho, es unilateralismo en la izquierda, como si los derechos sociales fuesen imposibles de conseguir o de aumentar, porque son más costosos para el capital. Y con la cuestión de la “democracia bella” se estetiza lo político, que es un rasgo archirreaccionario. ¿Si todo el mundo se derechiza, lo racional es derechizarse uno también?
En segundo lugar, la crisis de la izquierda progresista se profundiza cada vez que sus intelectuales y dirigentes producen olvidos políticos para aliarse con la “derecha buena y bella” y abandonan la lógica de la confrontación para volverse “consensuales”. La izquierda progresista debe señalar con claridad al enemigo, que no es una persona, sino un proyecto político que, por mor de la brevedad, podemos llamar “neoliberalismo” y al enemigo político se lo derrota políticamente, no se lo seduce. La izquierda progresista necesita memoria y valentía, no genuflexión, como lo están señalando una serie de intelectuales progresistas antiwoke como Thomas Piketty, Nancy Frazer, Susan Neiman, Ricardo Dudda, Roxane Gray y Eduardo Gruner, entre otros.
En Costa Rica, la izquierda progresista no necesita defender a la Contralora, admirar a Rodrigo Arias, defender a la Uccaep, al Poder Judicial o al periódico La Nación por el solo hecho de que han confrontado con el presidente. No tiene caso defender un statu quo que ya no funciona y proteger unas instituciones vaciadas de contenido material.
Nada obtiene la izquierda progresista entrometiéndose en peleas entre élites oligárquicas. A la izquierda progresista no le conviene construir agendas vivas con ideólogos/as de la pulsión de muerte, ni hacer alianzas electorales con otros partidos que cada vez que abren la boca dejan ver, en sus gargantas profundas, ese pasado oligárquico que explica las miserias de nuestro presente.
En cambio, nos convendría recordar a Artigas que decía que nada podemos esperar si no es de nosotros mismos.