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Nuestra América frente al gigante de las siete leguas

El encuentro entre Cuba y Estados Unidos hace necesaria la invocación de Nuestra América, el ensayo fundacional en el que José Martí

El encuentro entre Cuba y Estados Unidos hace necesaria la invocación de Nuestra América, el ensayo fundacional en el que José Martí marcó las claves para entender la relación con el vecino del Norte.

El 21 de marzo de 2016, cuando el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, depositó un ramo de flores blancas y rojas al pie del monumento a José Martí en La Habana, habían pasado exactamente 125 años de que el escritor hubiese publicado Nuestra América, ensayo programático en el que hacía un llamado a volver la mirada hacia las raíces del hombre nuevo surgido tras la conquista española, y en el que reclamaba la necesidad de respetar y entender las realidades locales como forma de una coexistencia pacífica entre las naciones del continente.

El que llegase a Cuba un presidente estadounidense con orígenes mestizos como el caso de Obama, hijo de padre keniano y madre norteamericana, solo es una coincidencia simbólica del eje central que recorre de principio a fin la llama lanzada por Martí en 1891: el mestizaje como dimensión suprema del hombre de nuestra América.

En el ensayo, que se dio a conocer el 1° de enero en la Revista Ilustrada de Nueva York y en América Latina 29 días después en el El Partido Liberal de México y de ahí al resto del continente, Martí traza una visión de la América mestiza que tendrá enormes e infinitas repercusiones hasta nuestros días, porque rompe con la mirada que apunta al Norte y a Europa como cimas del pensamiento, la política y la cultura.

Y es en este “ensayo-manifiesto”, como lo denomina el poeta y estudioso de la obra martiana Roberto Fernández Retamar, que se establece un programa fundacional de lo que ha de ser la vida de los pueblos al sur del Río Bravo, y por eso advierte del peligro que ya para entonces significaban las ambiciones expansionistas del imperio, en cuyas entrañas vivió y preparó la guerra de independencia que él no vería triunfar al caer en batalla el 17 de abril de 1895 en Dos Ríos.

En Nuestra América están las claves para entender no solo la Cuba de hoy, sino también al resto del continente que ha procurado abrirse brecha por el mundo con sus códigos, sus visiones y sus alas a partir de la sustancia esencial de su pueblo: el mestizaje surgido a la luz de las contradicciones y los encuentros.

MÁS ALLÁ DE LA ALDEA

El enemigo en Nuestra América está marcado por dos derroteros. El primero de ellos es el desconocimiento del hombre natural que habita estas tierras y en ese sentido, Martí aplica el sustantivo natural, en función adjetiva, para designar al mestizo, al hombre surgido de ese choque de culturas entre el aborigen y el español.

Cuestiona el Apóstol al criollo exótico y le abre puertas al hombre surgido de las entrañas de esta tierra invadida, y por eso lo conmina a abrirse al mundo, pese a que en las fronteras que apuntan al norte está el gigante que mira a esta América hispana con ojos colonialistas.

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde (…), ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos”. Y agrega: “Lo que quede de aldea en América ha de despertar”.

Martí, que en ese momento está preparando la guerra de independencia desde Nueva York, no ve como el mayor obstáculo a la España que todavía oprime a su pueblo cubano, sino a los Estados Unidos que ya se ha erigido en la potencia del Norte, y cuyos intereses comerciales y estratégicos están puestos en la América hispánica.

Este paso marca un antes y un después en la visión que se tendrá del subcontinente y abre una corriente de pensamiento que no ha cesado de buscar esas conexiones con lo más auténtico de América Latina.

De ahí que Retamar, especialista en la obra martiana, apunte acerca de Nuestra América y a la obra en general del poeta y revolucionario cubano: “Baste con decir que para mí el pensador por excelencia de nuestra América es José Martí, y su pensamiento se manifiesta tanto en sus ensayos como en sus versos, tanto en sus crónicas como en sus discursos, tanto en sus cartas como en sus textos para niños y jóvenes”.

El Martí al que alude Retamar es el que llamó a Simón Bolívar padre y que en un acto simbólico que ha quedado impregnado en la memoria colectiva, su primer gesto en Caracas fue ir a rendir pleitesía al libertador.

ODA A LA AUTENTICIDAD

Al tiempo que Martí reclamaba apertura para que los pueblos latinoamericanos trascendieran sus localismos, abría otra línea de pensamiento al invocar la necesidad de que “el espíritu del gobierno ha de ser del país”.

Es decir, la visión impositiva de corrientes económicas y políticas, como lo pretendía en sus propias palabras el imperio, debía de ceder ante lo autóctono. De nuevo, su discurso, en una dicotomía que se reiterará una y otra vez, apunta hacia afuera y hacia adentro.

“Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico”. Llama entre muchos elementos del lenguaje empleado por Martí en su ensayo fundacional el uso del verbo haber complementado con el participio, para remarcar que no es una acción concluida, sino que es una expresión que se irá haciendo y rehaciendo en el tiempo.

“No hay batalla entre la erudición y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.

Ya desde entonces el pensador cubano remarcaba la necesidad de que los países coexistieran sin importar las corrientes que predominan en sus fronteras, sin importar si sus visiones terminarían por ser completamente antagónicas, porque entre un extremo y otro ha de haber algún punto de encuentro.

Y la mejor forma para reconocer al otro, es mirando hacia adentro, sostiene Martí en su ensayo: “en el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó”.

Nuestra América ni en el siglo pasado ni en el presente, puede permanecer al margen de la política mundial. La expresión martiana que se citará a continuación es tan reveladora, que da la sensación de que fue escrita tan solo unos días antes de que Obama, y tras 88 años de no poner un presidente estadounidense un pie en suelo cubano, desembarcara en La Habana.

“Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. “¿Cómo somos?” se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son”.

Unas líneas antes ha dicho: “Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano”. Las manos hundidas en la realidad de cada país serán las que suelten velas para que inicie la navegación hacia ese conocimiento esencial.

Las bases contra el imperialismo que se avecina, y al cual Martí se anticipa, están ahí, pero en el mismo texto subsisten y se complementan las visiones de aferrarse a la lucha para defender lo propio, y de la necesidad de salir a examinar al mundo ya con la mirada definida y a sabiendas del barro con que están hechos nuestros pueblos.

Por eso, la visita de Obama a la isla abre un abanico de posibilidades inmensas, porque en esta larga historia de desencuentros, ha prevalecido aquella visión que tanto temía el autor del Ismaelillo: “El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe”. América Latina lleva esperando esa visita, bajo esa mirada, casi dos siglos, de ahí que el paréntesis que se abrió en La Habana, vuelve tan actual, como si se hubiese publicado ayer, a Nuestra América.

Obama ante el monumento de Martí en La Habana. Es el jueves 21 de marzo de 2016. Ha pasado más de un siglo desde que el escritor alertara a la América hispana sobre el vecino del Norte. El hombre negro se para un instante ante la mirada atenta del poeta: es una cita entre el gigante de las siete leguas y nuestra América. Las claves para entender el singular e irrepetible encuentro, están en el breve e imprescindible ensayo de Martí.

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