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Niño mayor de edad

Para varias generaciones en el mundo entero El principito se cuenta entre sus primeras lecturas y quizás de las que más las hayan_impresionado_y_que_les_acompañan_a_lo_largo_de la vida.

Para varias generaciones en el mundo entero El principito se cuenta entre sus primeras lecturas y quizás de las que más las hayan impresionado y que les acompañan a lo largo de la vida.

Se trata de un relato muy simple pero con una gran profundidad de significados.

Fragmentado, a como el narrador dice recordar la historia que nos cuenta, presenta una situación inverosímil, aunque no llega a ser fantástica, del encuentro de un piloto accidentado en el desierto del Sahara con un niño proveniente de un asteroide. Antoine de Saint-Exupéry era un hombre emotivo, físicamente corpulento, de temperamento apasionado, gustoso de la aventura y los desafíos.

Nació en una familia aristocrática francesa venida a menos, un 29 de junio de 1900. Era el tercero de cinco, tres hermanas y dos varones.

Su hermano François falleció de fiebre reumática a los 15 años, Antoine, pocos años menor, le correspondió atenderlo en su lecho, pues eran muy unidos.

La forma serena y suave en que lo vio fallecer la recrearía muchos años después en el desenlace de El principito.

Debido a la muerte de su padre, cuando Antoine tenía cuatro años, y luego la de su hermano, le correspondió asumir como figura masculina en la familia. Desarrolló una relación muy estrecha con su madre de quien aprendió el gusto por la literatura.

Al terminar la secundaria hizo el servicio militar donde se hizo piloto y descubrió esa pasión que marcó su vida. Desde temprano se entusiasmó con las misiones riesgosas, con aventuras y lograr metas cada vez más complejas en la aviación.

Fue piloto de pruebas y trabajó con compañías abriendo nuevas rutas de vuelo y como correo. Su azarosa vida como piloto le propició la escritura de relatos de viajes y experiencias de particular sensibilidad, pero también varios peligrosos accidentes y múltiples heridas.

LITERATURA Y VUELO

Los primeros ejercicios literarios los hizo en revistas con textos muy breves donde contaba algo de sus experiencias en otras latitudes.

Luego, en 1926 publicó El aviador, su primera novela, que recogía esas experiencias y la posibilidad de esa visión particular del mundo.

Tuvo buena acogida. Más adelante, como piloto de líneas comerciales, viajó a Suramérica para establecer nuevas rutas para la compañía Aeropoestale, entonces escribió Correo del sur (1929).

En 1930 se estableció en Argentina mientras probaba nuevas rutas a través de los Andes.

Ahí conoció a Consuelo Suncín, una artista y escritora salvadoreña viuda, quien había heredado una pequeña fortuna. La relación que se desarrolló fue intensa, dramática, incontrolable.

Se casaron en 1931, pero su relación siempre estuvo marcada por una fuerte pasión y amargos desencuentros.

Ella era una mujer de espíritu libre pero que se sentía avasallada por la fuerza de su intensa relación con Antoine, pero este estaba constantemente ausente, en una distancia que era al mismo tiempo dolor y placer. Sus enfebrecidos reencuentros los sumían en el desasosiego.

En 1932 inicia un periodo de calma, pues Antoine deja el trabajo en la compañía de aviación y se dedica más a la literatura.

Sin embargo, vuelven los arrebatos de su espíritu inquieto. En la noche del 30 al 31 de diciembre de 1935, después 19 horas y 38 minutos, Saint-Exupéry y su copiloto y mecánico André Prevot deben aterrizar forzosamente en el desierto del Sahara, mientras trataban de batir el récord de tiempo de vuelo de París a Saigón por un premio de 150.000 francos en un avión Caudron C-630 Simoun n7041 (matrícula F-ANRY).

Después de pasar varios días en el desierto y cercanos a morir por la deshidratación, fueron rescatados por un beduino, quien los sacó en camello.

Sin embargo, tres años después, Saint-Exupéry y Prevot nuevamente tendría un accidente, esta vez en Guatemala, mientras trataban de lograr la meta Nueva York-Tierra del Fuego, en febrero de 1938.

Para Consuelo Suncín aquellas experiencias eran aterradoras y tormentosas, para Antoine eran vitales e ineludibles.

Mientras convalecía del accidente en Guatemala, Saint Exupéry escribió Tierra de hombres, relatoinspirado en esas experiencias tanto en Guatemala como en el Sahara y otras de su vida como piloto.

En 1939, ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, fue movilizado como piloto de reconocimiento, lo cual implica misiones de alto riesgo.

Tras la ocupación alemana de Francia, viajó a Estados Unidos y se estableció en Nueva York, donde vivió varios años, preocupado por el rumbo que tomaba la guerra y el destino de la humanidad y por estar incapacitado para volver a volar.

Reflexionando sobre su propia vida y sobre su niñez oculta en el pasado, Antoine de Saint-Exupéry inicia un diálogo consigo mismo como una especie de recogimiento.

Empieza a trabajar entonces en un breve relato y una serie de acuarelas, en la búsqueda del niño que alguna vez fue. El origen del relato se sitúa en el accidente que sufrió el piloto francés en el desierto de Libia, en diciembre de 1935, junto a su compañero André Prevot.

La experiencia de la muerte cercana lo lleva a ese idea de enfrentarse con su yo pero niño. “Viví, así, solo, sin nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta hace seis meses que tuve una avería en el desierto de Sahara.” “Imaginaos, pues, mi sorpresa, al amanecer, cuando una extraña vocecilla me despertó diciendo: -Por favor… ¡Dibújame un cordero! ¡Eh! -Dibújame un cordero. Salté como si me hubiera golpea-do un rayo, me froté muy bien los ojos y miré a mi alrededor. Vi un pequeño y extraordinario muchachito que me miraba gravemente.”

Como si estuviera en su propio monólogo y a la vez contando su historia: “Necesité mucho tiempo para entender de dónde venía el Principito, que me hacía muchas preguntas, no parecía jamás atender a las mías.

Fueron palabras al azar, las que poco a poco me revelaron todo.” Niño mayor de edad Los diálogos del piloto con el principito pasan de enigmáticos a reveladores.

La persona adulta frente a esa misma persona niña.

¿Cuánto se perdió al alejarse de esa niñez, desafiante y tierna?

¿Cuánto necesitamos los adultos volver a tener mirada de niños?

Pero de las reflexiones sobre la ternura infantil y la simpleza, pasa los grandes conflictos de las relaciones afectivas. Como si hablara de su propia relación con Consuelo Suncín, Saint Exupéry pone una profunda reflexión en este pasaje inolvidable: “No debí escucharle, me confió un día, nunca hay que escuchar a las flores. Hay que mirarlas y respirarlas.

La mía embalsamaba mi planeta, pero no sabía yo regocijarme. Aquella historia de garras, que tanto me enfadó, hubiera debido enternecerme…” El principito me siguió confinado: “¡No supe comprender nada, entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras.

Ella me perfumaba, me iluminaba. ¡Jamás debí huir de allí! Hubiera adivinado su ternura que ocultaban sus astucias. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para amarla”. Luego, la despedida del principito y la flor recrea una de las tantas rupturas con Consuelo.

El viaje será ese propio proceso de comprensión y conocimiento en los distintos mundos y personajes, incluso la Tierra y el piloto que narra la historia.

Así descubrirá el narrador que él es la última etapa del viaje del principito y que este ya tenía un año de estar en este planeta. Luego viene la partida y la despedida, el regreso al mundo que gobiernan los adultos.

Un recuerdo y, a veces, las lágrimas. “Si se deja uno domesticar, se expone a llorar un poco…” Hace 75 años que este maravilloso libro existe en librerías.

Antoine de Saint-Exupéry murió poco más de un año después, el 31 de julio de 1944, cuando salió a una misión de reconocimiento de la que no regresó jamás.

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