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Neruda, la película

El realizador chileno Pablo Larraín estrenó este año dos películas destacadas

El realizador chileno Pablo Larraín estrenó este año dos películas destacadas: Jackie, un drama que narra los días siguientes en la vida de Jacqueline Kennedy, tras el asesinato de su marido el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, en 1963. La otra es Neruda, que cuenta la persecución que vivó el gran poeta chileno por ser comunista.

En la siguiente entrevista, Larraín habla sobre su trabajo y sobre estos proyectos en particular basados en conocidos personajes. Con el primero descubre la intensa personalidad de una mujer opacada por la sombra de su marido víctima de magnicidio y por la frivolidad de los medios de comunicación; con el segundo desmitifica la figura universal para rescatar la enorme del ser humano.

¿Por qué Neruda? ¿Por qué esa fijación por los personajes históricos que soportan un trauma histórico?

Neruda es la primera película que hago que no es una historia mía. Me la propuso mi hermano, además de productor, hace mucho, y mi reacción fue: “Eso no se puede hacer”. Neruda en Chile está en el aire, en todos los lados. En la escuela se estudian muchas cosas y, de repente, todo se detiene para estudiar a Neruda. Él nos definió como nunca nadie lo ha hecho. Neruda no cabe. Fue un gran amante del vino, le encantaba cocinar, fue un gran coleccionista de objetos de todo el mundo, infatigable amante, experto en literatura negra, senador, comunista, literato universal… Era aterrador pensar en la posibilidad de una película. Pero todo ese miedo también es liberador. Cuando admites que nunca lo vas a meter entero en una película, que nunca va a ser tuyo, entonces ya eres libre.

P.- ¿Cómo definiría entonces a su película?

A eso voy. Mi película no es sobre Neruda sino sobre lo nerudiano, sobre su cosmos, sobre lo que me provoca su obra. Es una película sin género que acaba por tratar sobre la propia ficción y la literatura.

P.- ¿Cuánto esfuerzo desmitificador habita en la película?

Lo hay y sabíamos que jugábamos con fuego. No queríamos hacer una película sobre una estatua. Queríamos meter al personaje en un cuerpo y ese cuerpo tiene deseo, rabia, amor… El cine empieza cuando pones en riesgo al personaje. No es una película biográfica, porque no contamos lo que le pasó a Neruda, sino lo que nos pasó a nosotros con su obra. Como decía el subcomandante Marcos: “Hemos venido a traerles un problema y a invitarles a cargar con él” [se ríe].

¿Por qué esa obsesión de Pablo Larraín con la historia tanto de su propio país como la de Estados Unidos?

El pasado es un prólogo del presente. Me resultaría incómodo pensar que lo que somos no tiene nada que ver con lo que fuimos. Si no miramos hacia atrás es como si estuviéramos parados mirándonos los pies. El cine es una máquina del tiempo que nos permite sobrevivir al absurdo de todo esto.

Leo que su familia es de derechas, su padre senador… ¿Cuánto tiene su cine de ajuste de cuentas con el lugar de procedencia?

Es difícil contestar eso, porque me cuesta mucho verme. En Chile, un futbolista, Carlos Caszely, hablaba de él en tercera persona. No quisiera hacer lo mismo. Lo que sí puedo decir es que me gustaría educar a mi hijo de forma que pudiera pensar de manera opuesta a mí. Si un día mi hijo dice que es de derechas, me parecería incómodo, puesto que yo no lo soy, pero no podría sino apoyarle. Creo que educar con libertad es uno de los deberes de un padre. Además, es un error calificar a mi familia como una familia de derechas. Sí, mis padres lo son, pero en mi familia hay más gente. Uno de mis abuelos fue socialista y estuvo muy cercano a Salvador Allende. Es muy triste que no pudiera conocerle, porque he leído lo que escribió. Fue un periodista que entrevistó a Lenin, por ejemplo. Y el padre de mi padre, mi otro abuelo, fue demócrata-cristiano, que en Chile se considera de izquierdas. Como ve es más complicado.

¿Le molesta que se lo recuerden tan frecuentemente como lo hacen?

La verdad es que me da lo mismo. Obedece a que van a hacer daño de verdad. Algunos son muy violentos contra mí y tengo que confesar que me fascina tanto odio. Al fin y al cabo, son solo películas. Cuando haces un cine político o con elementos políticos, hay gente que espera que tus películas reafirmen lo que ellos piensan. Y eso no lo hace el cine porque es ficción. El cine es necesariamente un problema. Un cineasta es un niño con una bomba. Solo ofrecemos problemas.

¿Para cuándo una película de Salvador Allende o Pinochet?

Sobre Allende no, pero sobre Pinochet pensé en hacerla. Tuve que renunciar. Para hacer una película necesitas experimentar un cierto amor o compasión por el personaje, pero con Pinochet es imposible. Es demasiado el odio y la ira que siento por él. Fue demasiado cabrón el tipo. Me pregunto cómo hará Sorrentino para hacer una película sobre Berlusconi como dice que va a hacer.

¿Siente vértigo tras la repercusión de ‘Jackie’? ¿Le da miedo convertirse en un director ‘mainstream’?

Entiendo que la percepción sea distinta, pero el problema del cine es el mismo. Da lo mismo que afuera haya un camión o 100; o que haya cuatro técnicos o 400. El club la hicimos entre 14 personas, Neruda entre 300 y Jackie entre 600. El problema se reduce en que al final hay un actor y una cámara, y el terror es el mismo. Comprendo que el alcance es distinto, pero en la práctica es lo mismo. Mis personajes siempre están en peligro a la búsqueda de algo que no entienden bien. Como yo mismo.

¿Qué lo llevó a ‘Jackie’?

Lo mismo que a Neruda, las ganas de crear conflicto. Creía que era una mujer superficial hasta que descubrí que fue una de las mujeres más interesantes del siglo XX con un olfato político excepcional. Pero más allá de eso, yo vine aquí a fabricar accidentes. Y un accidente no lo controlas.

El mundo.

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