Suplementos Antonio Scurati

“Mussolini comprendió que el miedo puede más que la esperanza”

Más de 400.000 lectores en Italia, el Premio Strega y una serie de televisión en camino, estos son los extraordinarios avales de M. El hijo del siglo, de Antonio Scurati.

Más de 400.000 lectores en Italia, el Premio Strega y una serie de televisión en camino, estos son los extraordinarios avales de M. El hijo del siglo, de Antonio Scurati. Un año y medio después de su publicación original de la mano de Alfaguara, es la primera novela documental que cuenta la biografía de Benito Mussolini y el surgimiento fascismo.

El autor ha aplicado una pátina de literatura a las descripciones, las escenas y los contados diálogos que aparecen en el libro, pero todos los personajes y hechos narrados son reales y están documentados por distintas fuentes. “El hecho de que sea una novela permite a cualquier lector, sin importar su nivel educativo, su edad o su género, sumergirse en la narración e implicarse emocionalmente”, explica el escritor y profesor de Literatura Contemporánea de la IULM de Milán. “Elijo un ritmo de crónica para contar el fascismo desde dentro, tal y como lo veían y lo vivían los propios fascistas en el momento de los acontecimientos, sin el conocimiento histórico del después”. La ausencia total de ficción fue una condición autoimpuesta: “Al tratarse de una materia tan venenosa no podía concederme ninguna libertad para inventar sucesos ni personajes”.

Il duce, con su estrategia politica de figura disruptiva y provocadora.

Una de las motivaciones que le ha llevado a escribir sobre Mussolini es que percibía en sus estudiantes que el prejuicio negativo hacia él había caído. ¿Quién es el responsable del auge de la popularidad actual del Duce?

—No es exactamente popularidad, pero es cierto que ha caído el prejuicio negativo. En italiano existe un término jurídico, la pregiudiziale antifascista, que es una condena absoluta del fascismo, surgido después de la Segunda Guerra Mundial. Quien quisiera pertenecer a la sociedad civil debía compartir ese juicio histórico. Es la cuestión prejudicial sacrosanta sobre la que se ha formado nuestra democracia. Pero luego, por razones históricas que sería complejo resumir, este prejuicio ha perdido su vigencia y hoy debe ser reformulado y renovado. También la cultura democrática antifascista se tiene que renovar, y debe ser un compromiso de los demócratas sinceros y los antifascistas como yo la tarea de explicar y contar lo que pasó sin filtros ideológicos, sin posiciones políticas preconcebidas.

De forma paradójica, esto es lo que me ha empujado a escribir esta novela y lo que me ha permitido escribirla, porque hasta hace diez años, cuando esa cuestión prejudicial era fuerte aún, no era concebible escribir una novela sobre Mussolini porque era tabú. Hoy, sin embargo, cuando los estudiantes o los militantes de ultraderecha escuchan decir que el fascismo fue el mal del siglo, contestan: “¿Por qué? Explícamelo”, de modo que tenemos que volver a empezar a explicarlo.

¿Por qué adopta el punto de vista de los fascistas?

—Porque desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo, el nazismo y el totalitarismo siempre se han contado desde el punto de vista de las víctimas, y fue necesario y justo hacerlo así; pero eso formaba parte de esa cuestión prejudicial antifascista que dejaba en sombras la otra mitad, la parte oscura. Los fascistas, los nazis, los franquistas, ¿quiénes eran? ¿Por qué hicieron lo que hicieron? ¿Qué veían cuando miraban el mundo? Hoy como ese prejuicio ha caído y estamos de nuevo en un terreno en el que todo es posible, con líderes como Salvini que suelta alegremente frases de Mussolini, hoy es necesario contar el mundo desde el punto de vista de los fascistas. Eso no significa que estés de acuerdo con ellos; al contrario, lo hago con la esperanza y la convicción de que si contamos lo que pasó sin velos ideológicos, sin posiciones políticas preconcebidas, al final de la lectura llegará la condena por parte del lector, y además será más sincera, más pura, más sentida.

¿Hasta qué punto es Salvini un discípulo o un émulo de Mussolini?

—En Italia nunca respondo a esta pregunta. Pero no por miedo —de hecho yo me peleé con Salvini hace años en televisión—, sino porque Salvini es un líder populista, y en esto sí se parece a Mussolini, pero no un fascista. Mussolini fue el inventor y el arquetipo del líder populista, y por eso Salvini, como muchos otros, también en la izquierda, descienden de ese tipo de liderazgo en el modo de comunicar y de relacionarse con las masas.

El libro ha sido muy bien acogido en Italia entre los antifascistas, pero también entre la derecha e incluso la extrema derecha. ¿No le inquieta?

—Un poco; sí, me inquieta. Yo no escondo que en librerías de ultraderecha en Roma mi libro ha estado en el escaparate durante meses. Lo sé porque mi hermano vive allí y me mandaba fotos. La explicación es lógica: yo por primera vez he intentado contar en una novela la historia de Mussolini y de los fascistas sin prejuicios ideológicos, como debe hacer el arte y la literatura. No creo que pueda existir un arte y una literatura ideológicamente condicionados. No he retratado a Mussolini ni como monstruo ni como caricatura, sino como un hombre político de gran talento y gran intuición, como una suma de todos los vicios que hacen que un político tenga éxito. Para un lector demócrata, Mussolini aparece en el libro como la encarnación del mal, y es lo que ocurre con la gran mayoría de los lectores; pero un pequeño porcentaje de lectores se reconocen en este Mussolini porque ya eran fascistas antes de leer el libro. Es la demostración de que he logrado contar a Mussolini tal como era. Nadie se vuelve fascista leyendo este libro, pero si ya lo era se reconocerá en él.

Mussolini fue fusilado por los partisanos el 28 de abril mientras intentaba escapar de Italia; Hitler se suicido en su bunker el 30, ambos hace 75 años.

Mussolini cambió en pocos meses el escenario social de Italia. Las plazas de las ciudades y el campo eran rojas y pasaron en cuatro días a estar controlados por los fascistas. ¿Cuál es el principal mérito suyo para propiciar este cambio radical?

—Esa es una de las características de ese liderazgo populista del que hablaba antes. Mussolini al principio no tenía ideología ni programa político. Él decía: “Somos los fascios de combate, y todo nuestro programa está en la palabra combate. Los socialistas hablan durante horas sobre principios y doctrinas. A nosotros no nos interesa, somos los que con los hechos superamos la teoría”. Y eso hace de Mussolini un líder guiado únicamente por el pragmatismo y el oportunismo, dispuesto a cualquier cambio radical, a cualquier traición. No tiene ideas ni estrategias a largo plazo, es una vasija vacía que se llena de las ideas que ha escuchado en el mercado, en la plaza, en el bar, de los humores más bajos de la gente del pueblo. Este es el líder populista: el que no guía a las masas por delante hacia objetivos ideales, lejanos y altos que la masa no ve, sino que las guía siguiéndolas desde atrás, olisquea como un animal esos humores negros y los secunda. Y en eso el líder populista de hoy es hijo de Mussolini, no porque sea fascista.

Francisco Umbral definía el fascismo como el brazo armado del capitalismo. ¿Suscribe esta definición?

—Es una definición de matriz marxista y, con todo el respeto a Umbral, creo que simplista. El fascismo histórico italiano estableció una alianza con el gran capital, pero no fue inmediata, sino progresiva. Al principio los grandes industriales y los grandes terratenientes desconfiaban de Mussolini, aunque después se aliaron con él cuando llegó al poder. Pero decir que es el brazo armado del capitalismo significa no ver toda la peligrosidad del fascismo, porque este originalmente fue sostenido por la pequeña burguesía. Como decía Trotski, por el pequeño burgués hinchado que tiene miedo de perder lo poco que tiene y está dispuesto a pasar por encima de la democracia, la legalidad y la dignidad para mantener sus prebendas, y es esto lo que lo hace muy actual también: las masas que hoy votan a partidos populistas están formadas por pequeños burgueses que comparten ese miedo de descenso de clase. No es el gran capital, aunque luego este lógicamente hace negocios con todos cuando llegan al poder.

En este momento de auge de la extrema derecha y los populismos, ¿el regreso del fascismo es una amenaza real?

—Sí. Es un error esperar en un futuro próximo el retorno del fascismo en su forma histórica: camisa negra, porras, violencia… Eso nos impide ver que el fascismo ya ha vuelto en su componente populista, sin los elementos de la teoría y la práctica fascista.

El fascismo nació como un movimiento antipartidista, anticlerical y socialista, y se transformó en un partido conservador y monárquico. ¿Cómo fue posible este viraje ideológico?

—Teniendo el pragmatismo y el oportunismo como única doctrina política. Mussolini venía del socialismo, era uno de los líderes más radicales y amados del ala joven revolucionaria del Partido Socialista. Pero su objetivo era el poder, de este modo comprende que el miedo es un sentimiento político más poderoso que la esperanza.

Mientras el socialismo apostaba por la esperanza en un hombre nuevo, en un futuro mejor, en la justicia social, Mussolini, cuando lo expulsan del partido, comprende que el miedo, el rencor, el sentido de pérdida, de traición, de desilusión, son sentimientos más poderosos. Por eso poco a poco comprende que el mundo va hacia la derecha, que los socialistas no van a iniciar la revolución y que él puede hacer una contrarrevolución, así que uno a uno va abandonando los principios de su formación juvenil. Por ejemplo, abandona el principio republicano y le dice al rey que está dispuesto a conservar la monarquía siempre que no se entrometa.

Él, que era socialista, medio anarquista y teórico del amor libre. De joven no se casa porque casarse significaba reconocer la autoridad del Estado, de modo que convivió y tuvo sus primeros hijos con su mujer, Rachele, fuera del matrimonio, y una vez que llega al poder no solo se casa con ella, sino que lo hace por la Iglesia, y además restableció los acuerdos entre el Estado y la Iglesia.

Mussolini y Hitler fueron menospreciados en su tiempo. Se pensaba que no llegarían al poder, que eran payasos. Hoy ha pasado lo mismo con Trump, Boris Johnson o Bolsonaro. ¿Es un error?

—Sí. Cada vez que las personas cultas, leídas, normalmente de izquierda, vemos a Trump o Boris Johnson como payasos, estamos actuando como idiotas. Somos nosotros los que no vemos. También en esto Mussolini fue un arquetipo, porque entendió que en la era de la política de masas el político tenía que hablar a través del cuerpo, de cuerpo a cuerpo, como una especie de vibración sorda, no del intelecto al intelecto. Esto que nos parece ridículo y enfático era una manera de acentuar el lenguaje corporal.

Mussolini le hablaba a la parte más baja de la gente. Y desafortunadamente la condición humana es así: cuando la vida baja se encuentra con la vida alta, prevalece la baja. Un hombre inteligente puede comprender a un imbécil, pero no al revés, y esa es una ventaja del idiota en política.

Tomado de El Cultural

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